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“Por favor, sácanos de este encierro”

Familias que viven en un centro de inmigrantes en Ceuta suplican que les dejen ir a la Península

María Martín
Houari Buedine y su familia en el Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI) de Ceuta.
Houari Buedine y su familia en el Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI) de Ceuta.Marcos Moreno
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Houari Buedine es un argelino serio, robusto y barbudo. Intimida. Hasta que se desmorona y rompe a llorar como un niño. Sus cuatro hijas observan atentas y silencionesas cada lágrima que derrama su padre mientras relata su odisea migratoria en la que hasta tuvieron que lanzarse al mar con las niñas para huir de las mafias.

La suya es una de las familias que viven atrapadas en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta sin posibilidad de viajar a la Península porque Interior no lo autoriza. “Por favor, sácanos de este encierro”, ruegan. No aguantan más. El patriarca y su mujer, Majda Elarbi, embarazada de ocho meses, decidieron hacer las maletas el mes pasado y llevar a sus hijas de dos, cinco, diez y 12 años a un lugar seguro, lejos de su país, donde aseguran que las mafias se financian con el secuestro de niños. “Robaron los hijos de nuestros vecinos. Pensamos en cambiar de ciudad, pero en Argelia la mafia está en todas partes”, alerta el padre, un vendedor de coches.

La familia invirtió sus ahorros en venir a España. De Argelia llegaron a Casablanca en avión y, después, en autobús hasta Castillejos, en la frontera con Ceuta. Por 2.500 euros los metieron en una vieja patera. Las niñas lloraron y se abrazaron a la madre durante la hora y media de trayecto en el que la barcaza se iba llenando de agua. El relato emociona a Majda que se seca las lágrimas con su hiyab. La entrevista tiene que interrumpirse varias veces para que se recompongan.

Cuando parecía que el viaje estaba a punto de acabar, el patrón les pidió más dinero antes de desembarcar. La mujer y tres de las pequeñas se lanzaron al agua mientras una de las hermanas, aún en el barco, miraba aterrada cómo su padre forcejeaba por salvar los mil euros que llevaba en la cazadora. Lo perdió todo, pero consiguió dejar la barca a nado con ella en brazos.

Los Buedine, con niños pequeños y dispuestos a casi todo para ponerlos a salvo, son una golosina para delincuentes cuyos tentáculos llegan al propio centro de inmigrantes, donde se alojan desde octubre. Las mafias que trafican con personas como ellos operan también en el mismo CETI, ofreciendo pasajes a precio de crucero para llegar a la Península a quienes se desesperan por abandonarlo. Preparado para acoger a unas 500 personas, el de Ceuta ha llegado a albergar a 1.200. Nunca fue lugar para familias.

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Houari y los suyos, así como otras 15 familias con niños en Ceuta y un centenar en Melilla, no pueden salir de las ciudades autónomas por encontrarse en situación irregular. Sus calles son toda la Europa que tienen derecho a ver y el CETI el único lugar que puede acogerles, salvo que la Policía Nacional autorice su salida a la Península con un permiso por razones humanitarias. Esos permisos, imprescindibles para no colpasar los centros, se otorgan sobre todo a subsaharianos y, raramente, se trasladan a argelinos o marroquíes.

Zaid y Fatima con sus hijos en Ceuta.
Zaid y Fatima con sus hijos en Ceuta.marcos moreno

Solicitar asilo tampoco es una solución para las familias. A los demandantes de protección internacional en Ceuta y Melilla, que deberían tener los mismos derechos que el resto, no se les permite traspasar los límites de ambas ciudades hasta que se resuelva su expediente. El sistema convierte así el centro en un limbo para los magrebíes. Los más jóvenes, con menos que perder, optan por intentar huir escondidos hasta en el hueco de los motores de los barcos. Pero las familias no tienen más opción que esperar en habitaciones llenas de literas compartidas.

La estafa de las mafias

A los cuatro días de llegar, un compatriota ofreció a los Buedine un viaje en un barco con habitaciones, como los ferrys que unen Ceuta con Tarifa o Algeciras. Las niñas irían gratis. La tarifa: los últimos 2.000 euros que les quedaban. La familia, guiada por los traficantes, llegó hasta una playa, pero allí no había barco. Les habían estafado. La denuncia que interpusieron es un guión de película de acción. Houari enfureció y llevó a golpes a uno de los cabecillas hasta la comisaría firmando una declaración de guerra contra los traficantes que no puede ganar. Al día siguiente intentaron atropellarlo y secuestrarlo cuando se dirigía al CETI, convirtiéndose en portada de la prensa local. Hoy, muertos de miedo, toda la familia lleva más de un mes sin salir del recinto. “Las niñas no van al colegio por miedo a que les pase algo. Lo pasan muy mal, tiemblan por la noche”, explica Majda.

Zaid Elhachemi y los suyos también están atrapados en Ceuta. Su mujer Fátima está embarazada de cinco meses y los tres hijos, de dos, cuatro y nueve años, presentan todo un catálogo de alergias e infecciones. “No aguantamos más. No se puede vivir aquí. No se puede descansar, no hay higiene para los pequeños”. Aquí tienen médico, ropa, buena comida y asistencia jurídica, pero el lugar es un polvorín. El equilibrio de un jueves soleado en el que los jóvenes subsaharianos escuchan música mientras lavan la ropa puede saltar por los aires con un chasquido y acabar en una reyerta. Zaid y su familia vivieron la última pelea contra la puerta, encerrados en una habitación.

Los Elhachemi se niegan a volver a Argelia por la misma razón y miedo que sus compatrioras. Ellos comenzaron a recibir cartas en las que se les exigía dinero si querían mantener a salvo sus hijos. “Estuvimos dos años sin salir con los niños ni al parque”, ilustra Zaid. Él llegó en patera, la mujer y los niños alquilaron por 200 euros un pasaporte español para colarse por la concurrida frontera ceutí hace dos meses. “La parte más dura del viaje es el CETI. No me imaginaba que fuese así, pensaba que habría un lugar adecuado para las mujeres y los niños”, afirma Zaid, contrariado con que su mujer y sus hijos se hacinen en un cuarto con otras dos familias. “Mi único sueño es salir de aquí, no podemos más”.

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Sobre la firma

María Martín
Periodista especializada en la cobertura del fenómeno migratorio en España. Empezó su carrera en EL PAÍS como reportera de información local, pasó por El Mundo y se marchó a Brasil. Allí trabajó en la Folha de S. Paulo, fue parte del equipo fundador de la edición en portugués de EL PAÍS y fue corresponsal desde Río de Janeiro.

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