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Tribuna
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Dejemos de ignorar nuestros suelos

Existen alternativas para acercarnos a la tierra, para librarnos de un futuro de erosión e infertilidad agrícola

Cuidado suelos
Arrozales secos en Novara (Italia) este 23 de junio.Mauro Ujetto (NurPhoto)

Que no solemos valorar lo que tenemos hasta que comenzamos a perderlo es algo que hemos oído o leído en numerosas ocasiones. Lo que tenemos, lo que pisamos, lo que sostiene nuestro modo de vida… “Caminante no hay camino...”

Ese camino de Machado –el polvo tras sus pasos de migrante, digno y derrotado, hacia Colliure– es la capa más superficial de un suelo que no vemos, pero que está ahí. Que va permaneciendo y viéndose moldeado con nuestras pulsiones y sueños, tantas veces desmedidos.

Caminamos junto a la orilla del río Sorraia en la vecindad tranquila y sosegada de Portugal. Un valle que refleja los verdes del maíz y el arroz que miran al cielo azul, surcado puntualmente por globos aerostáticos de colores vívidos. Nuestros cultivos, nuestras despensas, este maíz y arroz se sostienen en un pavimento del que poco sabemos.

Aparentemente escondido, el suelo bajo nuestros pies es un universo de microporos donde se desarrollan millones de vidas a diferentes escalas. Aire, agua, carbono, nitrógeno, bacterias, hongos, raíces… conviven en una aparente oscuridad de la que brotan todos estos verdes, esas palomitas frente a la pantalla o aquella paella en la Albufera.

El gran problema (como suele ocurrir con las cosas que por no verse en lo cotidiano parecieran no existir) es que pronto se van degradando. Si no los cuidamos, y no lo estamos haciendo, nuestros suelos desaparecen. Se pierde su humedad, su materia orgánica, el dulzor tibio del humus en una mañana tras la lluvia.

Existen muchas alternativas para acercarnos a la tierra, para librarnos de un futuro de erosión e infertilidad agrícola

Una importante vertiente del modelo agrícola convencional genera riqueza degradando la tierra. Extrayendo con las cosechas sus nutrientes (reponiendo algunos, en ocasiones en exceso, y descuidando otros), mermando con el laboreo continuado su estructura, rompiendo con pesticidas delicadas redes ecológicas. Exponiéndolo a la virulencia de las lluvias torrenciales al dejarlo desnudo, privándolo de la materia orgánica que necesita para seguir siendo suelo. Y así, sus agregados, que soportan tanta vida, presente y futura, se van deshaciendo, dejando escapar millones de toneladas de carbono que pasan a engrosar la ya excesiva concentración de gases de efecto invernadero de nuestra atmósfera.

¿Cómo dejar de ignorar nuestros suelos? Existen muchas alternativas para acercarnos a la tierra, para librarnos de un futuro de erosión e infertilidad agrícola. Formas de producción agrícola ligadas a la tierra y al respeto por los ciclos de nutrientes y la biodiversidad. Presencia de cultivos cubierta que ya evitan la erosión en muchos de nuestros vergeles ecológicos, laboreo menos frecuente y menos profundo para permitir al suelo su propia regeneración; y, por supuesto, la maravillosa recirculación de materia orgánica, de origen vegetal y animal. Como el estiércol ganadero, que permite cerrar ciclos de nutrientes haciendo de un residuo un recurso muy valioso. Una valorización que más difícilmente puede producirse cuando los animales se crían concentrados en las grandes instalaciones de la ganadería intensiva: sobra estiércol cerca de ellas y falta en los vacíos que dejan en el territorio.

El estiércol ganadero es un ‘residuo’ muy valioso. Pero en las grandes instalaciones de la ganadería intensiva sobra estiércol cerca de ellas y falta en los vacíos que dejan en el territorio

¿Y en nuestras zonas urbanas? Compost, compost, compost. Planes de compostaje vecinales y municipales que lleven la materia orgánica de nuestros desperdicios (los inevitables) a alimentar los microorganismos de esos universos microscópicos, aparentemente oscuros y silentes, que no son sino grandes constelaciones que crepitan bajo nuestros pies.

Normativa sobre el cuidado del suelo

Toda esta realidad está reconocida por la agricultura ecológica desde hace décadas y relanzada en el nuevo Reglamento (UE) 2018/848 que entrará en vigor este mismo año. Nos encontramos en un momento de especial creatividad normativa al respecto del cuidado del suelo y una reconceptualización de una fertilidad de la tierra más enfocada a la vida microbiana que a los nutrientes de síntesis. Así, la reciente Ley de residuos y suelos contaminados 7/2022 controlará la gestión de estiércoles, o que las podas no puedan quemarse y tengan que incorporarse a la tierra. Y el Reglamento europeo UE 2019/1009 sobre productos fertilizantes que entró en vigor en julio de 2022 establece nuevos criterios de calidad, reconociendo especialmente el papel de los bioestimulantes microbiológicos en la fertilidad del suelo.

Es también relevante en este avance normativo a favor de la tierra la estrategia europea De la Granja a la Mesa, que actúa como el brazo alimentario del Pacto Verde Europeo, y plantea que en el año 2030 debemos haber alcanzado una reducción del 50% en el uso de pesticidas y de un 20% en los fertilizantes de síntesis. Y, además, un incremento de la superficie ecológica hasta abarcar al menos un 25% de la superficie agraria útil en cada Estado miembro.

Es también notable la Misión Europea por el suelo o Soil Deal, que entra en vigor también en 2022 y que estudiará y establecerá una serie de faros y laboratorios vivos, a modo de comunidades ejemplares y ejemplos a seguir en eficiencia. La soberanía fertilizadora es la base de la soberanía alimentaria.

Pero esta reorientación política no es ni de lejos suficiente ante la gravedad del reto del cambio global, que incluye el cambio climático, pero también el empleo de la tierra o la pérdida de biodiversidad, además de otros procesos. Un vector (en este caso histórico) se define por el sentido (orientación) de la fuerza, y por la intensidad de esta que se aplica. Creemos que la dirección de estas nuevas estrategias políticas es muy parecida a la correcta, con unos grados de margen de debate sobre el norte ecológico, pero sus objetivos son claramente insuficientes y sus herramientas inciertas, pues aún no se han desarrollado muchas de las normas para llevarlos a cabo.

Lo cierto es que la fertilidad de los suelos agrícolas sigue deteriorándose, que no hay materia orgánica suficiente a coste de gestión razonable para recuperarla, y que el abuso de fertilizantes de síntesis solo parece tender a disminuir tras la subida de precios de la energía. En un escenario de disponibilidad energética menguante, nos estamos viendo abocados a cambiar las estrategias de fertilización y a dar a la tierra el valor que siempre tuvo hasta que la industria química condujo a considerarlo solo un mero soporte para las plantas.

Hay severos motivos para pensar que el despliegue normativo no llegará a tiempo. Que hay que lograr que sea más ambicioso y a la vez hay que seguir avanzando sin esperar a que se materialice. Los informes del IPCC, y nuestra propia prospectiva del curso de este siglo, constatan que se necesitan cambios muy profundos desde ahora. Cambios que requieren de una transformación a todos los niveles, desde la producción al consumo, de nuestra relación con el suelo. Ante los enormes retos ambientales a los que se enfrenta el sistema agroalimentario en los próximos años, es esencial que el polvo que somos deje de estar olvidado.

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