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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Mi pueblo es un museo al aire libre

Un grupo de aldeas de Gambia se ha convertido en una enorme exposición de cultura local y arte urbano con el fin de atraer visitantes y mejorar el crecimiento económico de sus vecinos, pero ahora pide ayuda para mantenerse viva

Un vecino de Galoya observa un mural pintado en su vivienda.
Un vecino de Galoya observa un mural pintado en su vivienda.Chema Caballero

Al inicio, fueron artistas internacionales los que desembarcaron en Kubuneh para pintar las paredes de las casas de esa aldea enclavada en la Reserva Natural de Makasutu, un bosque protegido cerca del río Gambia. Luego se sumaron algunos muralistas gambianos y el proyecto se amplió a otras tres aldeas: Makumbaya, Galoya y Bafoloto. Hoy, 12 años después, un par de jóvenes mantiene viva la iniciativa.

Los hermanos Amadou y Musa Bah se turnan para hacer de guías a los visitantes que se adentran por los caminos de la selva o se acercan en barca hasta allí. Muestran los murales, explican algunos de ellos, pero les falta información sobre los artistas que los crearon y sus intenciones.

La reserva de Makasutu tiene 405 hectáreas y es el resultado del esfuerzo que durante 20 años realizaron dos ingleses, James English y Lawrence Williams. Sus ideas para dinamizar el turismo se tradujeron en la reforestación y conservación de la zona, un albergue de lujo y el proyecto cultural que se inició en 2010 y que se conoce como Open Wall Project.

Las paredes de las casas, de los negocios o escuelas de las cuatro aldeas están cubiertas de murales. Muchos de ellos, los primeros, medio borrados por la humedad o alterados por alguna construcción. Los artistas internacionales pintaron escenas de la vida cotidiana, del campo, de la ganadería, animales domésticos y salvajes o mensajes sobre la necesidad de conservar y proteger el medioambiente. Luego aparecieron otros donde prima la estética. Los últimos, pintados entre 2021 y 2022, se recrean en la idea de la paz y la unidad, además de algún devaneo rastafari.

Hace mucho que los artistas internacionales no llegan hasta la reserva de Makasutu.  Solo los hermanos Amadou (con gafas) y Musa Bah le dan continuidad. Hacen de guías a los pocos visitantes que llegan hasta allí y continúan pintando.
Hace mucho que los artistas internacionales no llegan hasta la reserva de Makasutu. Solo los hermanos Amadou (con gafas) y Musa Bah le dan continuidad. Hacen de guías a los pocos visitantes que llegan hasta allí y continúan pintando.Chema Caballero

El alkalo (jefe) de Galoya, Modou Bah, explica que, cuando se diseñó el proyecto, incluía 14 aldeas a lo largo del río. “Empezó como una propuesta de conservación y luego, los ingleses vinieron con la idea de la cultura. Comenzaron a contactar a los artistas de diferentes países: Francia, España, Alemania…”, concreta.

La intención era que la iniciativa atrajera a turistas que pagarían por ver los murales. “Ese dinero iría a las aldeas para comenzar algunos proyectos de desarrollo. Ese fue el principal objetivo de la iniciativa”, explica Bah. “Estas son poblaciones donde vive gente pobre que necesita escuelas, guarderías, centros de formación profesional para que nuestros jóvenes que no hacen nada puedan aprender un trabajo para su futuro. Por eso hicimos este proyecto. El problema es que James ha muerto y Lawrence tuvo un accidente y vive en Reino Unido, y ya nada funciona con normalidad”, prosigue. Ahora es el artista gambiano Njogou Touray, que estuvo presente desde su puesta en marcha, quien le da continuidad.

Touray comenta que, cuando se declaró la epidemia de ébola en algunos países en 2014, vieron oportuno no traer más artistas internacionales. Más tarde llegó el coronavirus y por eso no han vuelto todavía. “Pero yo no quería que el proyecto muriese y por eso empecé a trabajar con dos jóvenes que habían estado presentes desde el principio del mismo. Diseñé algunos borradores para que ellos los pintaran en las paredes y luego los chicos han seguido por su propia iniciativa”.

Por eso, los murales más recientes han sido pintados por Amadou y Musa. Comenzaron ayudando a los artistas internacionales, haciendo recados para ellos: les llevaban las pinturas, les lavaban los pinceles… Musa recuerda que su primer diseño fue escribir su nombre sobre una pared. Ahora, los dos hermanos utilizan lo que se concibió como un pequeño bar construido en torno al tronco de un enorme baobab para diseñar sus creaciones. Con orgullo muestran y explican sus obras: un mural, con alguna falta de ortografía, en el que Musa resalta la necesidad de no cortar árboles para preservar el medio ambiente. O las paredes en las que reivindican la paz en mandinga (kairadorong) y en fula (jantan), las dos lenguas habladas en la zona. Comparando estos trabajos con los más antiguos, se les nota menos ágiles. Son los diseños que Touray esbozó para ellos. La intención es buena, pero el resultado artístico, bastante opinable.

Musa asegura que siguen adelante con el proyecto porque quieren mantener las pinturas seguras, y porque aún trae ingresos a las aldeas. “Hemos visto a muchos turistas venir hasta aquí desde diferentes países”, señala. Su hermano añade: “Nos da la seguridad de que podemos construir un futuro mejor a través del arte”.

La idea original es que los murales formasen parte del paisaje urbano y se integrasen en el día a día de los aldeanos, como sucede con este pintado en el patio de una casa de Makumbaya.
La idea original es que los murales formasen parte del paisaje urbano y se integrasen en el día a día de los aldeanos, como sucede con este pintado en el patio de una casa de Makumbaya.Chema Caballero

El alkalo de Galoya insiste en los beneficios conseguidos gracias al proyecto, aunque añade: “Justo antes de la covid-19 venían muchos turistas; ahora ya no. Las comunidades habían empezado a tener un pequeño beneficio hasta que llegó la pandemia y todo se paró. Esperamos que ahora la situación mejore”.

Así es, no se ven turistas recorriendo las calles de las aldeas. Touray también insiste en los muchos beneficios que el proyecto ha aportado a las poblaciones de la zona: “Creo firmemente que el arte puede realmente servir como un vehículo de desarrollo económico. Nos dimos cuenta de que después de empezar el proyecto, muchos filántropos vinieron hasta aquí y contribuyeron en diferentes formas creando huertos, colegios, guarderías y otras iniciativas”.

Musa insiste en mostrar uno por uno todos los trabajos. Delante de una casa de Galoya, el dueño de la misma corre enfadado, preguntando que con qué derecho se fotografía una propiedad privada. Musa y él discuten, al final los ánimos se calman y el propietario cambia al inglés para dejar claro que siempre hay que pedir permiso. En Kubaneh, una familia pide una propina por dejar acceder a su propiedad para apreciar uno de los primeros murales de artistas internacionales, un gran pájaro ahora dividido por un muro que se ha construido en el patio de la vivienda. Sin embargo, el dueño de la pequeña tienda en cuya fachada hay pintado un toro pide que no se deje de fotografiar esa obra.

Muchos vecinos parecen haber olvidado el objetivo de la iniciativa y descuidan los murales, como sucede con este de la aldea de Makumbaya.
Muchos vecinos parecen haber olvidado el objetivo de la iniciativa y descuidan los murales, como sucede con este de la aldea de Makumbaya.Chema Caballero

Lamin Bojeng, profesor universitario y experto gambiano en turismo responsable, aprovecha el ejemplo de estos incidentes para mostrar sus reservas sobre la iniciativa. Opina que las aldeas no fueron sensibilizadas sobre los objetivos del proyecto. “Hoy puedes ver cómo algunas personas parecen no conocer el propósito de nuestra visita. La iniciativa no está bien administrada. Aquí nadie paga. Si se cobrase una entrada, el dinero podría ser empleado para el desarrollo de estos pueblos. Pero hasta ahora, nadie es capaz de mostrar ningún beneficio que haya podido generar. La idea es buena, pero podría haberse organizado para que fuera un motor de desarrollo para la zona y, sobre todo, que la población se sintiera parte de ella”.

Musa y Amadou concluyen el recorrido. Dan las gracias por la visita y se niegan a aceptar la propina que se les ofrece por su servicio. Piden que se introduzca en la caja que hay delante de la casa del alkalo, para que vaya al fondo de desarrollo del pueblo. Y se despiden pidiendo que se hable del proyecto para que más personas se acerque a conocerlo.

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