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Aliou Sané, activista: “El reto ahora es que la esperanza de los jóvenes senegaleses no se transforme en decepción”

El cofundador de uno de los movimientos que impulsó los cambios políticos desde 2021 pide al nuevo Gobierno que aproveche el optimismo reinante en el país para cumplir sus promesas de reforma de las instituciones y mejor gestión de recursos, que podrían frenar la migración masiva

El activista senegalés, Aliou Sané, en Madrid, en noviembre de 2024.
El activista senegalés, Aliou Sané, en Madrid, en noviembre de 2024.

En enero de 2011, Aliou Sané (Casamance, 42 años) y un pequeño grupo de artistas y periodistas senegaleses dijeron basta. Estaban cansados de los apagones, del empobrecimiento de la sociedad, del autoritarismo y del desencanto que sentían los ciudadanos hacia la clase política y crearon el movimiento “Y’en a marre” (Estamos hartos). Desde entonces, aseguran haber sido una especie de “centinelas de la democracia”, un zumbido en el oído de presidentes, jefes de gobierno y alcaldes del último pueblo del país africano. Sean del color político que sean.

El activismo de Sané se vio puesto a prueba desde 2021, cuando Senegal sufrió un alarmante retroceso de las libertades y hubo importantes protestas en las calles, mientras el entonces presidente Macky Sall estudiaba presentarse a un tercer mandato. Este defensor de los derechos humanos fue encarcelado cuatro meses en 2023 por visitar al principal líder opositor, Ousmane Sonko, hoy primer ministro, mientras estaba en arresto domiciliario. Hoy, su trabajo en “Y’en a marre” le lleva hasta el último pueblo de Senegal para insistir en la importancia de ser ciudadanos responsables y comprometidos. “Desde no tirar al suelo el vaso del café, hasta exigir la rendición de cuentas del alcalde”, afirma Sané. Al mismo tiempo, observa los primeros pasos del ejecutivo de Bassirou Diomaye Faye y garantiza que los jóvenes no se van a conformar con promesas incumplidas.

“El reto ahora es que la esperanza de los jóvenes senegaleses no se transforme en decepción”, dice en una entrevista con este diario durante una breve visita a Madrid, organizada por la ONG MunduBat, que ha ayudado a su movimiento a concretar varios proyectos, como una casa de acogida para activistas africanos en peligro, que cuenta con fondos de la cooperación vasca.

Pregunta. En las elecciones legislativas de noviembre, el partido del primer ministro Ousmane Sonko logró 130 diputados de 165. Con estos resultados, ¿se cierra definitivamente un ciclo y se abre otro en Senegal?

Respuesta. Los resultados me dan mucha esperanza, como a la mayoría de los senegaleses, que se sienten optimistas. El presidente Bassirou Diomaye Faye tiene ahora margen para poner en práctica el programa que vendió a los senegaleses, muy centrado en las reformas de las instituciones y en el buen gobierno, sobre todo la rendición de cuentas. Con su voto, el pueblo está enviando un mensaje: os hemos elegido, pero ahora tenéis que demostrarnos qué vais a hacer.

P. A Ousmane Sonko se le critica por populista. ¿Usted qué piensa?

R. Es un líder político que tiene su estilo y sus ideas, que defendió desde que comenzó a hacer oposición al anterior Gobierno. Mucha gente, sobre todo jóvenes, han creído en él. Si Sall no hubiera hecho todo lo que hizo para apartarlo de la carrera presidencial, sería probablemente jefe de Estado. Como decimos en mi país, al albañil se le juzga delante de la pared de cemento, así que, ahora que tienen el poder, tienen que actuar. Los resultados hablarán por ellos y el pueblo juzgará. El nivel de conciencia ciudadana y política de los senegaleses ha crecido y si la clase política no está a la altura, el pueblo, sobre todo los jóvenes, esperará de nuevo el día del voto para expresar su voluntad.

P. ¿Los jóvenes han sido cruciales para esta transición política en Senegal?

R. Sonko habla a los jóvenes, les dice que el sistema tiene que cambiar y que necesitamos otro tipo de política. Y los jóvenes senegaleses, que veían la política como algo ajeno y hasta sucio, comienzan a observarla con interés. Esa juventud se sentía abandonada y buscaba y todavía busca el Dorado lanzándose al mar, debido a la crisis económica del país, donde, tras la independencia, un grupo pequeño se enriqueció a costa del pueblo senegalés. Movimientos como el nuestro también han desempeñado un papel importante al poner cuestiones clave sobre la mesa, como la democracia, la rendición de cuentas, la separación de poderes. Y es importante el papel de la diáspora. Los que se fueron ven otras maneras de gobernar, cuentan a los que se quedaron cómo se vive y se ejerce la democracia en otros países, les dicen que con el voto sí se pueden cambiar las cosas y eso también ha influido en los jóvenes.

Nosotros hemos dicho siempre que los jóvenes que migran también son víctimas. Quedarse en el país es una manera de luchar para que las cosas cambien, pero es difícil convencer a un joven de esto si a su alrededor no ven razones para esperar

P. ¿Siente en esos jóvenes el mismo deseo de marcharse que antes de este proceso político en Senegal?

R. Con nosotros trabaja un chico que había iniciado el proceso de migración para ir a Canadá. Un día, en plena campaña electoral para las presidenciales, dijo que había parado todo, porque tenía esperanza de que las circunstancias cambien y no haya necesidad de marcharse. El reto ahora es que la esperanza de los jóvenes senegaleses no se transforme en decepción. El programa de las nuevas autoridades es muy claro: desarrollo basado en nuestros recursos que hasta ahora benefician más al extranjero que a nosotros para que nuestros jóvenes no sueñen con irse. En nuestros movimientos sociales, hemos dicho siempre que muchos jóvenes que se van son víctimas, porque sufren una especie de radicalización y deciden asumir ese riesgo. Nosotros les decimos que vamos a luchar desde aquí para que las cosas cambien, pero es difícil convencer a un joven si a su alrededor no ve razones para esperar.

En el oriente de mi país, las comunidades están literalmente sentadas sobre oro, pero la gente no tiene ambulatorios a los que acudir si su hijo se pone enfermo y mientras, los aviones aterrizan y despegan cargados de riqueza

P. En Senegal se está diciendo basta también a los coletazos del colonialismo y se quiere leer la historia con otros ojos.

R. En los últimos años ha emergido un sentimiento de conciencia africana encarnado sobre todo en una juventud sin complejos que cree que las relaciones deben basarse en el respeto y no en la explotación. El presidente francés Emmanuel Macron habla de sentimiento antifrancés, pero no es eso. Sonko, por ejemplo, ha dicho que Francia debe levantar su rodilla de nuestro cuello y es una imagen que cala en la juventud, convencida de que no se puede seguir así, permitiendo que nuestras riquezas beneficien más a Francia que a Senegal. En el oriente de mi país, las comunidades están literalmente sentadas sobre oro, pero la gente no tiene ambulatorios a los que acudir si su hijo se pone enfermo y mientras, los aviones aterrizan y despegan cargados de riqueza. No dejan nada. Ahora se quiere romper con esta manera de hacer las cosas.

P. Sonko también dijo a Macron que los “tiempos habían cambiado”, refiriéndose a la masacre de Thiaroye, que el gobierno senegalés está investigando.

R. Claro, la historia debe contarse de otra manera, Francia debe reconocer su crimen. El hervidero de dignidad que se siente en los jóvenes, de ver el pasado y el presente con otros ojos, no es solo senegalés, es africano.

P. Dentro de África, hay diferentes maneras de gestionar ese hervidero al que usted se refiere. La Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao) ha encargado a Diomaye Faye que medie con las juntas militares de Malí, Burkina Faso y Níger. ¿Es una buena idea?

R. Por una parte, la Cedeao no refleja las aspiraciones de los pueblos. Senegal cree que este organismo se puede transformar desde dentro, con jefes de Estado más jóvenes y tal vez, con otra mentalidad. Por otra parte, Malí, Burkina Faso y Níger han creado la Alianza de Estados del Sahel, la AES, que tiene su ancla en ese sentimiento panafricano de lucha contra el terrorismo. Pero no se pueden justificar todas las decisiones o reacciones de las autoridades de estos países, donde la democracia y los derechos humanos están en peligro, donde hay activistas y periodistas detenidos. En Guinea, por ejemplo, tenemos dos hermanos presos, detenidos irregularmente. En Burkina, Guy-Hervé Camp, abogado y activista, está encarcelado. Ojalá Senegal y sus autoridades puedan hacer algo para mediar y unir los dos extremos del hilo.

Los pueblos de África ya están conectados, el problema son los jefes de Estado, las instituciones, que no nos siguen

P. Escuchándole hablar, queda claro que una cosa son los gobiernos y otra los pueblos de África.

R. Los pueblos de África ya están conectados, el problema son los jefes de Estado, las instituciones, que no nos siguen. Nuestro movimiento, por ejemplo, ya es panafricano, tiene hermanos en otros países. Eso es el panafricanismo para mí, esa unión genuina de los pueblos.

P. Su movimiento, Estamos hartos, ¿sigue teniendo razón de ser o pasa a otra fase en su militancia?

R. Seguimos vigilantes. El movimiento es una referencia en el país y tiene una misión de protesta y una misión de propuesta, tal vez menos espectacular y visible pero igualmente necesaria. Vamos a todas partes a hablar con las autoridades locales y con la gente. Conversamos sobre el estado de los espacios públicos, el respeto al medio ambiente, la manera de ser mejores ciudadanos para ser agentes de transformación y de mejorar los gobiernos locales, con autoridades verdaderamente comprometidas y que rindan cuentas.

P. Hemos hablado del Gobierno, de otros presidentes, de los hermanos de su movimiento. Pero ¿dónde están las mujeres de Senegal?

R. Hay avances, pero nuestra sociedad sigue siendo muy patriarcal. En Senegal, por ejemplo, hay paridad en los diputados, pero la realidad es que, en general, las mujeres han sido más utilizadas que impulsadas en mi país. Se necesita crear espacios para que las mujeres puedan de verdad emerger. Están pasando cosas en el buen sentido, pero nos queda mucho camino.

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