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Huracanes, inundaciones y sequías extremas “ponen patas arriba” la cooperación al desarrollo

El cambio climático exige adaptar la forma en que se brinda asistencia a las regiones más vulnerables, pero las ONG se encuentran frente a una brecha entre las necesidades, inmensas y urgentes, y la preparación y financiación para hacerles frente

Una pareja en bicicleta el 19 de septiembre en la zona de Uday Narayanpu (India), que sufrió severas inundaciones provocadas por las fuertes lluvias.
Una pareja en bicicleta el 19 de septiembre en la zona de Uday Narayanpu (India), que sufrió severas inundaciones provocadas por las fuertes lluvias.PIYAL ADHIKARY (EFE)

¿Cómo proteger los medicamentos de las altas temperaturas en zonas sin electricidad? ¿Se puede evitar que dos comunidades se maten entre ellas por el único pozo con agua? ¿Es factible luchar contra la desnutrición antes de que emerja y castigue a los niños de una aldea? ¿De qué manera se logran cambiar los hábitos de miles de agricultores para que la sequía no les obligue a renunciar a sus tierras? El cambio climático multiplica las preguntas y los retos de las organizaciones que trabajan en zonas especialmente vulnerables a fenómenos meteorológicos extremos y les obliga a replantearse la forma en que plantean la cooperación.

“La sensación es que por mucho que sigamos invirtiendo en políticas de desarrollo, el calentamiento global pone patas arriba nuestros esfuerzos. Es el gran reto. Hay que repensar muchas estrategias porque vemos que todo se acelera, que las cosas van a peor”, explica a este diario Lourdes Benavides, responsable de justicia climática y resiliencia en Oxfam Intermón España.

Entre 3.300 y 3.600 millones de personas viven en lugares muy vulnerables al cambio climático en África, sur de Asia, América central y del sur

Ser capaces de reaccionar rápido, adelantarse a los desastres, tener la flexibilidad y la formación para saber adaptarse a nuevas circunstancias, transformar hábitos que salvan vidas, seguir captando fondos y batallar para que lleguen a quienes los necesitan: la lista de desafíos es larga y a ellos se suma la urgencia de ir más allá de las buenas intenciones pactadas en las cumbres internacionales y aterrizar en lo concreto, coinciden los trabajadores humanitarios.

Porque las cifras hablan por sí solas: entre 3.300 y 3.600 millones de personas viven en lugares muy vulnerables al cambio climático en África, sur de Asia, América central y del sur, pequeñas islas y el Ártico, según cálculos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). En una parte importante de estos lugares, la pobreza y el conflicto ya ponían en la cuerda floja la supervivencia antes de que llegaran las inundaciones, las sequías o los huracanes.

“El cambio climático y la degradación del medioambiente están dificultando la prestación de asistencia humanitaria, de dos maneras: amplificando las necesidades y complicando aún más las intervenciones humanitarias”, concluye la ONG Médicos Sin Fronteras en una investigación realizada conjuntamente con el Instituto de Salud Global de la Universidad de Heidelberg, en Alemania, y publicada en agosto, en la que se entrevistó a medio centenar de trabajadores de la entidad en 30 países para saber cómo se adaptan al cambio climático junto a las comunidades en las que actúan.

El cambio climático y la degradación del medioambiente están dificultando la prestación de asistencia humanitaria, de dos maneras: amplificando las necesidades y complicando aún más las intervenciones humanitarias
Médicos Sin Fronteras

Su conclusión fue que esta adaptación es intuitiva, ya que no existe una planificación estratégica, y en el mejor de los casos ofrece soluciones a corto plazo. Es decir, MSF describe una importante “brecha”, en la que las consecuencias del cambio climático en la salud y el entorno son muy altas, pero la capacidad para responder y hacerles frente es baja. Un sentimiento que se repite en otras ONG y más allá del sector humanitario. Según cifras de 2022 del Programa de la ONU para el Medioambiente (PNUMA) las acciones que se toman para proteger a las comunidades, las economías y los ecosistemas de los impactos negativos del cambio climático aumentan, pero se siguen quedando cortas.

Los testimonios recogidos por MSF hablan por sí solos de esta brecha y de la angustia de sus trabajadores. “El calor es una preocupación en nuestra farmacia, para garantizar que los medicamentos y las vacunas se almacenan correctamente”, dijo un empleado de la ONG en la República Centroafricana. “Cuando comenzó a faltar el agua en Papúa Nueva Guinea debido al fenómeno El Niño, comenzaron los enfrentamientos entre los pueblos. Vi masacres frente a mis ojos. Vi morir a niños porque intentaban coger agua del pozo de otra comunidad”, explicó otro desde Singapur. “Los campesinos dedicaron sus vidas a la cosecha y trabajaron duro bajo este calor abrasador. De repente, llega una lluvia y todo queda arrasado. Su opción fue el suicidio”, describe un responsable desde Pakistán, refiriéndose al impacto en la salud mental que genera perder la casa y el sustento.

Medicinas resistentes al calor extremo

La adaptación de la cooperación a las nuevas circunstancias tiene rostros diversos: almacenar agua, diversificar semillas, crear más espacios verdes en las ciudades, informar a la población sobre nuevos hábitos de consumo, difundir mensajes en redes sociales o crear sistemas de alerta temprana, por citar solo algunos. Idealmente, el objetivo no es solo paliar a corto plazo las consecuencias del desastre, sino construir respuestas sostenibles que aumenten la resiliencia de las comunidades afectadas, pero las ONG coinciden en que falta mucho camino por recorrer para llegar a ese punto.

Por ejemplo, en Bolivia, que ocupa el décimo lugar en el Índice de Riesgo Climático Global y ha sufrido embestidas de fenómenos extremos en los últimos años, la ONG Educo está inmersa junto a las autoridades locales en un proyecto para paliar el grave desabastecimiento de agua que amenaza a La Paz, la capital, debido a la sequía extrema que hizo que los depósitos se vaciaran el año pasado. La idea es aunar esfuerzos públicos y privados para informar a la población y buscar soluciones prácticas.

La financiación climática, el dinero para la adaptación de la salud, la agricultura o la gestión del agua a estas circunstancias, no está llegando a la gente que de verdad lo necesita.
Oxfam Intermón

“Hemos instalado cosechadores para recolectar el agua de lluvia y paliar un posible desabastecimiento. No son una solución total, pero sí ayudan a mitigar esa carencia”, explica por teléfono a este diario Roberto Rojas, técnico de programas y medioambiente de Educo.

Un niño frente a los restos de una casa devastada por las inundaciones, en Maiduguri, Nigeria, el 20 de septiembre,
Un niño frente a los restos de una casa devastada por las inundaciones, en Maiduguri, Nigeria, el 20 de septiembre,Ahmed Kingimi (REUTERS)

La ONG también impulsa cada vez más planes de prevención y de formación de su personal. “Trabajamos con un grupo de jóvenes ambientalistas que se llama Movimiento Propacha, porque los jóvenes son las personas más involucradas en la búsqueda de soluciones para el cambio climático”, apunta Rojas. En este programa conjunto, se difunden mensajes en redes sociales para sensibilizar a la población en el cambio de hábitos o se organizan concursos para que jóvenes ideen soluciones a problemas medioambientales concretos.

“El cambio climático nos reta de diferentes maneras”, resume Peter Sands, director ejecutivo del Fondo Mundial, gran financiador en la lucha contra la tuberculosis, la malaria y el VIH. La entidad emplea el 70% de sus fondos en los 50 países más vulnerables al clima y ha reprogramado sus subvenciones para adaptarse al impacto de fenómenos meteorológicos y climáticos extremos.

En la reciente presentación de su informe anual, Sands admitía ante un grupo de periodistas que los efectos del cambio climático en la lucha contra la malaria son un verdadero desafío para el Fondo Mundial. “La malaria está llegando a nuevos lugares debido al aumento de las temperaturas o de las inundaciones. Los mosquitos, en algunos casos, son resistentes a los insecticidas usados. Y, además, en estos lugares, tenemos una falta de financiación importante”, explicaba.

El responsable citó varias medidas de corto y medio plazo para mitigar y prevenir estas crisis. “Estamos dando más kits de diagnóstico, instalando clínicas móviles en lugares afectados por tormentas e inundaciones y fortaleciendo los sistemas locales de salud. Pero nos queda mucho por hacer, como por ejemplo tender más puentes entre los servicios de salud y los de alerta meteorológica o adaptar las vacunas y medicamentos a temperaturas extremas”, explicó.

“No es generosidad, es justicia”

“Todo esto es un reto inmenso, un pozo sin fondo. Se necesitan muchos millones para esta adaptación y que el cambio climático esté presente plenamente en todas las políticas se trazan. No es generosidad, es justicia. Nosotros somos quienes causamos la mayor parte de este calentamiento global”, resume Benavides.

Según la experta, hay una brecha en las causas, es decir quién contamina; en el impacto, que lo sufren a menudo los países que menos causan el calentamiento y en la desigualdad a la hora de hacer frente a estos fenómenos, que es mucho más modesta en el Sur Global, donde no hay, por ejemplo, seguros que cubran la pérdida de las cosechas y apenas tiempo de recuperación, ya que los desastres vienen muchas veces uno detrás de otro.

“Nosotros cada vez trabajamos más para subrayar que la financiación climática, el dinero para la adaptación de la salud, la agricultura o la gestión del agua a estas circunstancias, no está llegando a la gente que de verdad lo necesita. Bien se queda en el camino, bien son préstamos, que agravan el problema de una región ya de por sí muy endeudada”, explica.

Benavides cita un informe de Oxfam Intermón publicado en 2022 en el que se concluye que entre 2013 y 2019, los países de la región del Sahel, en oeste de África, recibieron una media de 4,9 dólares (4,4 euros) por año y por habitante para hacer frente a los desafíos climáticos, una cantidad totalmente insuficiente. Pero además, la investigación denuncia que la asistencia neta destinada al clima era realmente de un 36% del valor nominal declarado y, por otra parte, que la financiación no presta la atención debida a los objetivos de igualdad de género y que, según los datos disponibles, menos del 1% de estos fondos para la adaptación a los desafíos climáticos son gestionados por personal local.

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