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La herencia de la pandemia en Nepal: el aumento de la trata de personas

A medida que la covid-19 retrocede, la esclavitud moderna amenaza con ocupar el vacío económico que ha dejado la crisis sanitaria

Nepal
En el puesto de control fronterizo de Thankot, en Nepal, el personal y la policía interrogan a una joven que se cree que es víctima de la trata de personas, el 14 de mayo de 2015. Años antes de la irrupción de la covid-19, la detección de víctimas de trata ya estaba muy activa en este país.Jonas Gratzer (Getty Images)

Tras dos años aislado del mundo exterior, un grupo de aldeas tradicionales magar situadas a la sombra del gigantesco Dhaulagiri, en la región de las colinas centrales de Nepal, vuelve a acoger tímidamente vida de otros lugares cuando algún ocasional caminante extranjero lo atraviesa o se detiene para descansar sus fatigados miembros. Estos visitantes, equipados de pies a cabeza con prendas de marca, son como aves raras avistadas desde lejos, portadoras de esperanza, que animan a los aldeanos a desempolvar los alojamientos de la comunidad y encender las estufas.

La covid-19 diezmó el turismo de Nepal, pero este no fue el único sector que sufrió. Según un estudio de la ONU, los trabajadores estacionales y temporales, que representan el 60% de la mano de obra, se quedaron sin ingresos, y la predicción que el Banco Mundial hizo en 2020 de que el 31,2% de la población del país se hundiría en la extrema pobreza ha resultado acertada.

“Ahora mucha gente se encuentra en una situación mucho más vulnerable que antes de la covid-19 e intenta salir del país en busca de cualquier trabajo”, señala Bishwo Kadkha, director de la organización contra el tráfico de personas Maite Nepal, que en ocasiones se ha asociado con Ayuda en Acción.

Los nepalíes vuelven a estar en marcha, pero la emigración tiene sus propios peligros, encarnados en las agencias de contratación sin escrúpulos y los tiburones de la trata. Los que encuentran trabajo por medios irregulares y en sectores invisibles, como las casas privadas, están particularmente expuestos a la esclavitud moderna y a la explotación sexual, como ponía de relieve un informe de 2019 elaborado por la iniciativa Walk Free (Camina libremente) de la Fundación Minderoo y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Varias de las menores de edad refugiadas en un orfanato de la ONG Mati Nepal, que trabaja para proteger a las niñas y mujeres y evitar que sean víctimas de los traficantes, en Katmandú, Nepal.
Varias de las menores de edad refugiadas en un orfanato de la ONG Mati Nepal, que trabaja para proteger a las niñas y mujeres y evitar que sean víctimas de los traficantes, en Katmandú, Nepal. Jonas Gratzer (Getty Images)

En vísperas de la pandemia, la Comisión de Derechos Humanos de Nepal presentó sus últimos datos. Según sus cálculos, en 2018, 35.000 nepalíes ‒15.000 hombres, 15.000 mujeres y 5.000 niños‒ fueron víctimas del tráfico, y 1,5 millones (5%) estaban en peligro de serlo.

Mientras que los emigrantes hombres son captados para el trabajo forzado en proyectos como la construcción de las infraestructuras del Mundial de fútbol de 2022 en Qatar, las mujeres y los niños se suelen destinar al comercio sexual. Ahora se teme que las consecuencias económicas de la covid-19 agraven un problema ya crítico, sobre todo el de las jóvenes nepalíes atraídas con engaños fuera del país a través de la frontera abierta con India.

“Es algo que ha seguido practicándose incluso durante la pandemia”, declara Kadkha. “Las chicas nepalíes tienen mucho éxito en los prostíbulos indios por su piel más clara y sus ojos rasgados. Si son muy jóvenes, les inyectan hormonas para que parezcan más maduras sexualmente. Con la llegada del sida empezó una gran demanda de jóvenes vírgenes. Se creía que tener relaciones sexuales con ellas curaba la enfermedad”.

Manita Chaundray (nombre ficticio), de 21 años, fue sometida a ese tratamiento cuando, a los nueve años, fue secuestrada en la remota región occidental de Sudurpaschim y llevada a un burdel de Calcuta por dos mujeres que la cogieron en la calle. “Me dijeron que me tratarían como si fueran mis madres. Me parecieron amables y cariñosas”, cuenta la mujer. “Cuando me pusieron las inyecciones no me di cuenta de lo que estaba pasando. Durante los primeros tres meses solo me alimentaban y me daban la medicina cada día. Después, me obligaron a ir con hombres. Cuando me negué, me pegaron y me dejaron pasar hambre durante semanas. Empecé a preguntarme por qué estaba viva”.

A los 13 años, Chaundray se escapó del burdel, pero como sus padres se habían asegurado de que no pudiera encontrarlos, volvió a caer en la trampa de los traficantes. Una nepalí de 19 años que fingía ser su amiga la vendió a unos intermediarios que la llevaron a un prostíbulo en Delhi. Al cabo de un año y medio, fue rescatada en una redada de la policía india y repatriada a Nepal, donde recibió ayuda y educación a través de Shakti Samuha, una ONG gestionada por supervivientes de la trata. Ahora es profesora de danza en Katmandú.

Lila Pun, maestra y comadrona local: "Si alguien intentara llevarse con engaños a uno de nuestros niños para traficar con él, lo echaría de aquí con un palo".
Lila Pun, maestra y comadrona local: "Si alguien intentara llevarse con engaños a uno de nuestros niños para traficar con él, lo echaría de aquí con un palo".Heather Galloway

Según Kadkha, casi toda la trata de personas tiene que ver con la explotación sexual. “Incluso cuando emigran para trabajar como empleadas domésticas, el 90% son víctimas de abusos sexuales”, denuncia, y añade que esto significa que las emigrantes que vuelven cargan con un enorme estigma, en particular relacionado con el sida, aunque asegura que esa actitud está cambiando poco a poco.

En Nepal, el tráfico de personas es un fenómeno muy complejo y extendido. Los prostíbulos indios en los que acaban las mujeres y las niñas nepalíes suelen estar regentados por mujeres de su mismo país que, a su vez, fueron víctimas de la trata en el pasado y han montado su propio negocio. Tienen contactos con los habitantes de los pueblos y las zonas rurales de Nepal, en los que vive el 79,4% de la población. Estos contactos actúan como intermediarios y convencen a las familias de que a las jóvenes les espera una buena educación o un buen trabajo. Dentro de Nepal, como no hay prostíbulos propiamente dichos, las mujeres y las niñas son vendidas al llamado sector del entretenimiento, donde trabajan en salones de masaje y clubs de baile para adultos.

Las agencias de contratación también colaboran con intermediarios que van ofreciendo puestos de trabajo por las zonas rurales y luego, a cambio de una elevada cantidad de dinero, proporcionan los documentos para trabajar en el extranjero, principalmente en Malasia y los países del Golfo.

“Muchas mujeres van a los países del Golfo para trabajar en el servicio doméstico, donde las maltratan física y sexualmente”, denuncia Benu Maya Gurung, cuya federación de organizaciones Alianza contra el Tráfico de Mujeres y Niños en Nepal (AATWIN, por sus siglas en inglés) ha organizado recientemente una conferencia con 25 supervivientes de la trata. “Cuando llegan a su destino, no solo no conocen el idioma, sino que, por lo general, no saben usar los electrodomésticos. Los jefes se enfadan y las castigan, quemándoles el cuerpo con una plancha caliente, pegándolas, dándoles de comer sobras y obligándolas a trabajar desde las cuatro de la madrugada hasta las 11 de la noche, sin ningún día libre”.

El Gobierno nepalí se esfuerza por acabar con la trata, pero la covid-19 ha frenado cualquier avance. Según el Informe sobre Tráfico de Personas 2019 del Gobierno de Estados Unidos, Nepal se encuentra en el nivel dos de un sistema de tres niveles según la Ley de Protección de Víctimas de la Trata de Personas, debido al hecho de que “no cumple del todo los requisitos mínimos para su eliminación”. Una de las recomendaciones del estudio es que se investigue “la complicidad oficial en los delitos de trata”.

“El Gobierno tiene que hacer más”, opina Benu Maya, de AATWIN. “Las agencias de contratación son todopoderosas. Cuando se niegan a dar información sobre los empleadores al Ejecutivo, este no hace nada. Las prohibiciones y decir a las mujeres que se queden en casa no es una solución. Se van de todos modos, pero con menos posibilidades de que las autoridades las rescaten si las cosas van mal”.

En los puestos policiales de las fronteras nepalíes, como este de Thankot, se acumulan las fotografías de mujeres desaparecidas. Se sospecha que muchas de ellas son captadas por redes de trata.
En los puestos policiales de las fronteras nepalíes, como este de Thankot, se acumulan las fotografías de mujeres desaparecidas. Se sospecha que muchas de ellas son captadas por redes de trata. Jonas Gratzer (Getty Images)

Un área en la que el Gobierno ha realizado importantes progresos es el tráfico de huérfanos, que representa menos del 5% de la trata en Nepal. Según Samjyor Lama, director de Next Generation, una ONG que se dedica al problema de los niños secuestrados y llevados a orfanatos para atraer donaciones, se ha reforzado el sistema de control. “En 2019, había registrados 535 asilos con más de 15.000 menores de edad. Ahora hay 489 con unos 11.000. Se han cerrado 46 orfanatos y los niños han sido devueltos a sus familias”.

Lama explica que al menos dos tercios de los huérfanos de Nepal en realidad no lo son. Los intermediarios embaucan a los padres en los pueblos, –”el intermediario es como un ángel para esa familia”, afirma‒ con la promesa de una buena educación para su hijo en la ciudad. Después, la familia se encuentra con que se le impide todo contacto con el niño. “No es una casualidad que el 75% de los orfanatos se encuentren entre las cinco principales atracciones turísticas de Nepal”, denuncia Lama, que recalca que Next Generation se opone firmemente al voluntariado en orfanatos, que solo sirve para alimentar el comercio.

Naciones Unidas define la trata como toda captación que implique transporte, explotación o control. Muchas de sus víctimas en este país del Himalaya, de impresionante belleza, proceden de zonas con pocas infraestructuras y escaso desarrollo y acceso a una educación aceptable. Si vuelven, puede ocurrir que su familia y sus vecinos las rechacen, porque “para la gente, tráfico de personas equivale a prostitución”, afirma Benu Maya, de AATWIN. Las víctimas quedan a su suerte y, como en el caso de Manita Chaudhary, el ciclo se repite.

Para el pueblo de Nangi, sede de una iniciativa turística comunitaria enclavada a los pies del Dhaulagiri, 2019 fue un año extraordinario, con hasta 500 visitantes mensuales en temporada alta. Tal como estaba previsto, los ingresos se destinaron, como siempre, a reforzar el raquítico programa educativo y sanitario del Gobierno en la zona y mejorar las comunicaciones. Ahora tienen wifi, así como una vertiginosa pista de tierra por la que cada día un todoterreno traquetea en segunda durante tres horas llevando artículos manufacturados básicos.

El empresario social Mahabir Pun, en su Centro Nacional de Innovación, con sede en la Universidad Tribhuvan de Katmandú.
El empresario social Mahabir Pun, en su Centro Nacional de Innovación, con sede en la Universidad Tribhuvan de Katmandú.Heather Galloway

Aunque el grifo del turismo se cerró bruscamente a principios de 2020 a causa de la covid-19, lo cual devolvió de golpe a los aldeanos a la década de 1990, cuando dependían solo de la agricultura de autoconsumo, una perspectiva relativamente progresista ha permitido a la población local capear el temporal y resistir a la emigración. Los lugareños son conscientes de los engaños de esta y de las trampas que tienden los intermediarios de las todopoderosas agencias de contratación que recorren sin cesar las regiones montañosas sin desarrollar en busca de familias desesperadas por obtener ingresos. Saben que, con frecuencia, las personas captadas son desviadas al comercio sexual o el trabajo forzado. “Si alguien lo intentara aquí, lo echaría con un palo”, amenaza Lila Pun, una maestra de la escuela de Nangi que hace las veces de comadrona local y tiene un gran apego a las mujeres y los niños de los alrededores.

El artífice del desarrollo de base en este rincón remoto de Nepal ha sido el empresario social nepalí Mahabir Pun, natural de Nangi. “El nuestro fue el primer pueblo del país en tener wifi”, explica. “Otra cosa que estaba deseando era llevar turistas a los pueblos, ya que me daba cuenta de que, si se quiere evitar que los jóvenes emigren, hay que generar oportunidades laborales y animarlos a emprender una actividad”.

Pero no todo Nepal ha tenido la suerte de contar con un emprendedor social del calibre de Mahabir Pun, y a mucha gente la emigración le brinda más atractivos que nunca. Según Pun, cinco millones de nepalíes trabajan en 80 países de todo el mundo porque en Nepal no existe ningún sistema que apoye el talento y la innovación que generarían puestos de trabajo locales y contribuirían a frenar una emigración que, a menudo, es sinónimo de trata de personas.

En un intento de empezar a llenar este vacío, el empresario ha creado en Katmandú el Centro Nacional de Innovación, dirigido a promover el talento y patrocinar iniciativas viables. Incluso espera establecer una versión más pequeña del centro en su pueblo, Nangi. “En la medida de lo posible, mi objetivo es que la gente se quede en Nepal”, afirma. “Si podemos crear empleo, podremos conseguirlo”.

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