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Migrados
Coordinado por Lola Hierro
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Tribuna
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Para que no se repita la barbarie de Arguineguín

Nos hemos acostumbrado demasiado rápido a deshumanizar a los migrantes llegados a Canarias. Para que no vuelva a ocurrir, la respuesta no es el Plan Canarias

Un grupo de hombres espera con unas mantas a recibir asistencia sanitaria. Fueron rescatados por Salvamento Marítimo el 20 de marzo de 2021 y trasladados al puerto de Arguineguín (Gran Canaria) después de ser localizados en un cayuco 22 kilómetros al sur de la isla.
Un grupo de hombres espera con unas mantas a recibir asistencia sanitaria. Fueron rescatados por Salvamento Marítimo el 20 de marzo de 2021 y trasladados al puerto de Arguineguín (Gran Canaria) después de ser localizados en un cayuco 22 kilómetros al sur de la isla.Ángel Medina G. (EFE)

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Nos hemos acostumbrado demasiado rápido a la barbarie. Nos costó unos días interiorizar la deshumanización más absoluta en Arguineguín y, hasta los que nos resistimos, sentimos menguar nuestra rabia conforme los días pasaban y los cuerpos se acostumbraban al frío del cemento. Normalizamos la excepcionalidad, no solo nosotros, las personas, sino también las instituciones, que se adaptaron demasiado rápido a la trasgresión de las normas que las sostienen.

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Detenciones ilegales por periodos indeterminados de tiempo (“retenciones”, llegaron a llamarlas para amortiguar su alcance, como si una letra hiciera de la privación de libertad algo menos grave); ausencia de asistencia jurídica que privó a las personas de sus derechos más básicos (de acceso a protección internacional, de protección ante situaciones de abuso o trata o incluso de su derecho a seguir siendo niños); y un trato degradante que no aceptaríamos a ninguno de “los nuestros”. Y quizás sea ese uno de los peores daños colaterales: la deshumanización del otro, el único camino que tiene la mente humana para justificar esta ausencia de derechos.

Y, por supuesto, en medio de todo esto y aunque tarde, siempre surge el lado ¿más humano? del humano. Centenares de personas acabaron por organizarse para hacer lo que las instituciones se habían negado. En una forma de resistencia activa se unieron de manera orgánica para generar una red de apoyo que garantizase, aún en la precariedad, los derechos que el Estado reservó esta vez para los suyos. Curioso esto de que los derechos de las personas deban ser reconocidos por una entidad externa para que existan. No hay derecho a tener derechos, que decía Hanna Arendt, si no te los reconocen. O si eres un poquito más oscuro dependiendo dónde.

Nos hemos acostumbrado demasiado rápido a la barbarie: ¿cuándo el cuerpo de un niño sin aliento sobre el cemento pasó a ser algo aceptable? ¿Cuándo asumimos que buscar cuerpos sin vida era un destino sobrevenido? ¿Cuándo que promover la desesperación y la falta de esperanza debía ser la principal política migratoria reteniendo a las personas en un limbo vital?

Y ahora, llegados al extremo del desastre, solo queda hacernos una pregunta: ¿qué hacemos para que no se repita? Y no, la respuesta no es el Plan Canarias.

Si queremos que no se repita, para empezar, necesitamos entender el fenómeno migratorio como un paso fundamental del proceso de desarrollo y asumir que desde África irá a más y no a menos. Como decía en un fantástico artículo Gonzalo Fanjul, la migración no es una reacción frente a la pobreza, es una solución a la misma. Y también es una contribución única para nuestra sociedad que debe gestionarse con inteligencia. Pero para construir esta inteligencia, lo primero que se necesita conocer es el fenómeno, y para ello hacen falta datos. No podemos seguir considerando a las migraciones como un fenómeno unificado y dar café para todos. El caso canario revierte de especial complejidad por la enorme variedad de perfiles que migran: jóvenes marroquíes o senegaleses que buscan un futuro mejor, malienses que huyen de la guerra o de la represión política, mujeres marfileñas que huyen del abuso más atroz… Y cada perfil requiere una respuesta y un camino diferente.

Necesitamos valentía política. No para hacer mociones de censura, juegos de las sillas o estratagemas cutres, sino de aquella que resuelve las situaciones sin importar el coste mediático

Si queremos que no se repita, debemos mirar al medio y al largo plazo, y no únicamente a la inminencia del ahora. Y esto supone mirar a las migraciones en toda su complejidad y no reducirlas a la trágica espectacularidad de las llegadas en costa. Supone generar canales para la migración segura desde origen y la promoción activa y efectiva de la movilidad de trabajadores. Supone fomentar la legalidad de las personas que se encuentran en nuestros países, ya sea flexibilizando el sistema de arraigo o generando mecanismos de regularización masiva. Supone cumplir con la legalidad internacional, también con aquellos que llegan por fronteras terrestres y marítimas, y garantizarles el acceso a los derechos que nuestro ordenamiento jurídico ofrece.

Si queremos que no se repita, necesitamos valentía política. No para hacer mociones de censura, juegos de las sillas o estratagemas cutres de teleserie barata, sino de aquella que resuelve las situaciones sin importar el coste mediático. Que mira al largo plazo, hace didáctica y comunica con contundencia. Aquella que antepone las personas a los votos y se atreve a desafiar a los del sillón de al lado y que no usa excusas acomodadas que vienen desde Bruselas. La respuesta en Canarias es, por un lado, un fallo estrepitoso de política pública. Y, por el otro, un acto de cobardía política que cuenta más los votos que las personas: las que están y las que llegan. Pero además es un desastre. Porque en Canarias se pueden retener a las personas. Pero los ecos de sus voces avivarán muchos fuegos, fuegos que nunca se deberían haber permitido encender.

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