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tribuna
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También los musulmanes pueden defender la libertad de Salman Rushdie

La “incitación al asesinato” como respuesta política solo apunta a un problema más profundo: la creencia de que cualquiera que insulte al islam, especialmente a su profeta, merece ser asesinado

Salman Rushdie
Manifestación de seguidores de Hezbolá, en febrero de 1989, contra Salman Rushdie en Beirut.NABIL ISMAIL (AFP)

La Institución Chautauqua, al norte del Estado de Nueva York, es un campamento de verano para estadounidenses liberales interesados en las ideas y las artes. Es un lugar felizmente pacífico, como pude comprobar personalmente hace dos años durante mi discurso allí sobre los matices de la teología islámica. No es el tipo de escenario en el que cabría esperar un ataque terrorista contra un autor de renombre mundial.

Sin embargo, eso es exactamente lo que ocurrió el pasado 12 de agosto, cuando el novelista Salman Rushdie, cuya vida ha estado amenazada desde 1989, cuando el líder iraní Ayatolá Jomeini emitió su infame fetua (edicto islámico legal) llamando a su asesinato. Un estadounidense de 24 años, de ascendencia libanesa, llamado Hadi Matar, saltó al escenario y apuñaló al menos diez veces a Rushdie, de 75 años. Pronto, la policía descubrió que su teléfono y sus cuentas en las redes sociales estaban llenos de contenido proiraní. Algunos informes afirman también que había estado en contacto con el cuerpo de Guardias Revolucionarios Islámicos de Irán.

Así pues, parece que la “fetua de la muerte” contra Rushdie dio por fin en el blanco, unos 33 años después, cuando el propio Rushdie, y gran parte del mundo, empezaban a pensar que la amenaza había disminuido.

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Pero, ¿por qué el régimen iraní y sus activos tienen como objetivo a un novelista de forma tan persistente?

La respuesta tiene que ver con la política. Tras la Revolución Islámica de 1979, los dirigentes chiíes de Irán se presentaron como los más firmes defensores del islam, a menudo superando a los poderes suníes. La novela de Rushdie, que entonces muchos musulmanes tomaron como una ofensa al profeta Mahoma (y a sus esposas), supuso una oportunidad para mostrar esta ferocidad. En última instancia, como explica el periodista Arash Azizi en la revista Newlines, la “incitación al asesinato [de Rushdie]” se convirtió en “parte integrante de la identidad del régimen”.

Sin embargo, esta respuesta política solo apunta a un problema más profundo: la creencia de que cualquiera que insulte al islam, especialmente a su profeta, merece ser asesinado. Es una creencia que comparten no solo el régimen chií de Irán, sino también algunos regímenes o grupos de línea dura del mundo suní. En Pakistán, especialmente, casi todos los meses, alguien es encarcelado por las autoridades o linchado por turbas furiosas, basándose en acusaciones de “insultar al profeta”.

El problema más profundo, en otras palabras, es la criminalización de la blasfemia en la ley islámica, la sharía, tanto en las interpretaciones suníes como chiíes. En sus aplicaciones principales, esto conduce a castigos legales dictados en los tribunales, que son lo suficientemente preocupantes. En sus aplicaciones extremas, conduce a la violencia de las turbas o a los atentados terroristas, como también se ha visto en el salvajismo contra la revista Charlie Hebdo en Francia.

Todo esto puede parecer una mala noticia sobre el islam y su lugar en el mundo moderno, pero también hay buenas noticias: al igual que otros veredictos preocupantes de la sharía —como la ejecución de apóstatas o la segregación de las mujeres—, las leyes sobre la blasfemia solo tienen una base débil en los dos fundamentos del islam: el Corán y el ejemplo del profeta.

En primer lugar, el Corán simplemente no tiene mandamientos para que los musulmanes castiguen a los blasfemos. Al contrario, un versículo ordena una respuesta muy suave: “Si oyes que la gente niega y ridiculiza la revelación de Dios, no te sientes con ellos a menos que empiecen a hablar de otras cosas...” (4:140)

Así que simplemente “no te sientes con ellos”. Esa es realmente la respuesta coránica a la blasfemia. No es matar o encarcelar. Ni siquiera es censura.

En segundo lugar, en las biografías del profeta Mahoma, hay algunos informes sobre poetas satíricos ejecutados por los primeros musulmanes, que han sido tomados posteriormente por los juristas medievales como la base misma de las leyes sobre la blasfemia. Pero, como argumenté en mi libro Reopening Muslim Minds, un examen minucioso sugiere que esos “poetas” pueden ser el objetivo de otros actos, como la incitación a la guerra contra los musulmanes o la violencia directa contra ellos. No es de extrañar que haya otros informes que demuestran que Mahoma realmente toleraba o perdonaba a sus críticos más duros.

Con estos argumentos, algunos destacados eruditos islámicos han desafiado últimamente las leyes sobre la blasfemia en el islam. Entre ellos se encuentran Rached Ghannouchi, líder del partido islamista moderado tunecino Ennahda; Javed Ghamidi, un popular erudito de Pakistán; o Mohsen Kadivar, un teólogo islámico de Irán. Y justo después del reciente ataque a Rushdie, un grupo de destacados intelectuales islámicos iraníes publicó una contundente declaración en la que rechazaban cualquier “asesinato en nombre del islam”, así como cualquier “gobierno despótico”.

Todo esto demuestra que se puede ser un musulmán fiel y al mismo tiempo defender la libertad de expresión para todos, incluido Salman Rushdie.

Pero, ¿pueden estas ideas reformistas cambiar realmente las actitudes en el mundo del Islam, hacia la libertad y la tolerancia?

Como musulmán, creo que sí. Y si tiene dudas, solo recuerde que el cristianismo tenía actitudes aún más preocupantes hace unos siglos, con veredictos aún más duros contra los blasfemos, los herejes e incluso las “brujas”. Las cosas cambiaron gracias a las dolorosas pruebas y también a las ideas terapéuticas.

Hoy, el mundo islámico se encuentra en un momento muy crítico. Y Salman Rushdie, para quien deseo sinceramente una rápida recuperación, quizás pase a la historia como alguien que catalizó algunas ideas terapéuticas con su propia y dolorosa prueba.

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