La universidad pública agoniza en Madrid
Ninguna falta del adversario puede justificar los excesos propios, y desmantelar, por la vía de los hechos, una de las instituciones fundamentales de nuestra sociedad
La universidad pública madrileña agoniza. Los próximos presupuestos de la Comunidad volverán a no cubrir los salarios de los profesores, lo que supone, de facto, la quiebra de uno de los consensos fundamentales de nuestra democracia. Si el pacto del 78 nos ha procurado el período de concordia más próspero y duradero de nuestra historia, es porque existía un conjunto de cosas que sabíamos que no estarían en riesgo independientemente del color del Gobierno. Basta leer el artículo primero de la Constitución, que establece la condición social y democrática del Estado y que afianza la igualdad como uno de los valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico, para entender que desproteger a las universidades públicas es tanto como atentar contra las líneas maestras de nuestro acuerdo civil.
Sospecho que algunos políticos de la derecha argumentarán que quebrar consensos o cruzar líneas rojas constitucionales es lo que ha definido la política del Gobierno de Pedro Sánchez y sus socios. Pero esa acusación resulta irrelevante. Ninguna falta del adversario puede justificar los excesos propios, y desmantelar, por la vía de los hechos, una de las instituciones fundamentales de nuestra sociedad es una deslealtad que rompe con la mejor parte de nuestra historia. Hay cosas que no deberían hacerse, por más que se tenga mayoría absoluta.
La existencia del Estado se justifica en los servicios deficitarios, y la dignidad de la sabiduría lenta y sosegada que fomentan las universidades públicas no está, por fortuna, al servicio del paradigma de lo productivo. Que haya hombres y mujeres investigando el pensamiento de los presocráticos o problemas de física teórica es imprescindible para custodiar los fuegos sagrados de nuestra tradición cultural. Por este motivo, el acceso público y universal al conocimiento es uno de los patrimonios más nobles que podemos exhibir como sociedad.
Es paradójico que aquellos que se dicen preocupados por el fin de la civilización occidental participen con gusto en el desmantelamiento de uno de sus pilares. España se merecería tener una élite conservadora que valorase las estanterías de caoba hasta el techo, las lecciones en latín y las viejas universidades. Sin embargo, una parte de la derecha ha sucumbido a una tentación antiilustrada cuyo modelo institucional es una startup. Aún hay tiempo para enmendar esta situación, y ojalá se logre revertir una decisión que, de confirmarse, abrirá en Madrid una espiral irreversible de injusticia e ignorancia.
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