Creced, multiplicaos y usad la inteligencia artificial, a ver qué pasa
La falta de calidad de la IA generativa, que supone un freno en otros ámbitos, parece no serlo en los contenidos digitales a los que se dirige Sora, la nueva herramienta de vídeos de OpenAI
Hace una semana, OpenAI anunció Sora, un nuevo modelo de inteligencia artificial generativa capaz de producir vídeos extremadamente realistas a partir de un texto. También puede crear metraje usando una imagen fija o ampliar un vídeo ya existente. Si ChatGPT nos permitía hablar con las máquinas en lenguaje natural y Dall-E o Midjourney visualizar conceptos a partir de unas pocas palabras, Sora hace eso tan bíblico de animar y dar vida a las bestias del campo y los pájaros del cielo a partir del verbo.
Solo hemos visto algunas decenas de ejemplos de funcionamiento de Sora, todos elaborados por la propia empresa. No está disponible para su uso público. No tiene fecha de lanzamiento. No sabemos a partir de qué material se ha entrenado. No está claro cómo va a resolver sus abundantes alucinaciones visuales en metrajes mayores, incluso si eso es posible en un modelo que, al fin y al cabo, no piensa sino que toma decisiones estadísticas y, por tanto, siempre estará sujeto a error. Tampoco hay una respuesta a cómo OpenAI resolverá cuestiones delicadas como la pornografía o la violencia que, si ya suponían un problema en otros modelos, en vídeo resultan aterradoras. Nadie sabe cómo se pagará la fiesta, o de dónde saldrán las enormes cantidades de dinero, agua, energía y chips necesarios para popularizar esta tecnología. Evidentemente, tras un anuncio precipitado desde muchos puntos de vista, está la ambición de Sam Altman de crear la empresa más importante del planeta. Y sin embargo, a pesar de todo, Sora es asombrosa y revolucionaria.
La falta de calidad de la IA generativa, que supone un freno en otros ámbitos (las tecnológicas se lo pensarían mucho antes de lanzar un robot neurocirujano imperfecto), parece no serlo en los contenidos digitales a los que se dirige Sora. En las normas darwinianas de internet, bello es aquello que te hace parar el scroll infinito, emocionante es lo que consigue hackear tu atención, bueno es lo que se autorreplica hasta la viralidad. El destino de los contenidos es importante: sus dos géneros, la información y el entretenimiento, muchas veces híbridos, conforman gran parte de nuestro pensamiento.
Un vídeo en español mal hecho con IA sobre el joven que murió en la visita submarina al Titanic consiguió más de 70 millones de reproducciones en TikTok en dos semanas. Las fantasías inmobiliarias artificiales arrasan en Instagram, Facebook y TikTok sin demasiada aspiración de credibilidad. Nos da igual que se note una IA detrás porque nuestro cerebro funciona suspendiendo la realidad para concentrarse en la historia. La acción sucede dentro de nuestra cabeza, no en el exterior. No todos llegamos a desarrollar un criterio estético sobre todas las cuestiones.
Kanye West ha captado bien el espíritu del momento al gastar siete millones en comprar un espacio para anunciarse en la Super Bowl y cero dólares en la producción del anuncio, un videoselfi atroz y extremadamente eficaz: lo decisivo no es la calidad, sino el volumen y la difusión de los contenidos. En internet, la revolución avanza junto al abaratamiento de los costes y la reducción del tiempo y la complejidad necesarios para elaborar y publicar los contenidos. En los últimos 10 o 15 años delegamos la difusión en algoritmos sin que haya salido demasiado bien. Ahora habrá que sumarle esa otra parte del Génesis, la que dice creced y multiplicaos, llenad las aguas en los mares y que se multipliquen las aves en la tierra, y a ver qué ocurre.
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