¿Qué pasará?
Ante esta pregunta solo hay una respuesta certera, vete a saber. Lo único cierto es que el futuro se nos ha echado encima
Antes el futuro tardaba mucho en llegar. Hasta hace poco el futuro era ese tiempo o ese espacio que siempre estaba más allá, como el horizonte inaprensible que se aleja a medida que tratas de alcanzarlo. Pero hoy el futuro se vive como una catástrofe inminente que se acerca con la amenaza de caernos encima convertido en un arma de destrucción planetaria. ¿Qué pasará? Esta es hoy la pregunta reiterativa, mezcla de terror y curiosidad, que el ciudadano se hace a sí mismo ante la inquietante baraja abierta a todas las desgracias posibles, una nueva pandemia que podría acabar con la humanidad en un par de días; una guerra nuclear a la vuelta de la esquina; un aerolito gigantesco que de pronto aparece en nuestras cercanías y que al principio los más optimistas confundirán con el planeta Venus; una sequía atroz que no cesará hasta que afloren en los pantanos todas las pistolas de asesinos ignorados y, como remate, la inteligencia artificial que por fin se va a apoderar del alma humana. ¿Qué pasará? Del mismo modo que en la ruleta el dedo del crupier impulsa la bola sobre los números del diablo y nadie sabe en qué cubículo, rojo o negro, par o impar, se va a posar, así en cada telediario se inicia la historia gobernada por el azar que puede decidir que el fin del mundo se produzca cualquier lunes a las ocho de la mañana. ¿Qué pasará? Ante esta pregunta solo hay una respuesta certera, vete a saber, que lo mismo la puede pronunciar un profesor de Harvard que un labriego analfabeto sentado en una solana con la garrota entre las piernas. Lo único cierto es que el futuro se nos ha echado encima y unos creen que el fin del mundo se produce cada fin de semana y otros se preguntan si volverán las lluvias y habrá trufas y setas. ¿Qué pasará? Vete a saber. Toda la filosofía moderna, la ciencia, el arte y la política se debaten hoy entre esa pregunta y esta respuesta.
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