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IDEOLOGÍAS
Columna
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Nuestro lenguaje político-religioso se ha quedado rancio

Los manifiestos, las proclamas, los eslóganes, las consignas y hasta las banderas son árboles sin frutos

Donald Trump campaña 2024
Seguidores de Donald Trump durante un acto proselitista del expresidente, en Dakota del Sur, el pasado 8 de septiembre.JONATHAN ERNST (REUTERS)
Juan Arias

El lenguaje siempre ha acompañado a la epopeya humana. Las palabras pueden salvar o matar. Entre el odio y el perdón existen abismos impensables. Las palabras en tribunales civiles y religiosos salvan o condenan.

“Sed fríos o calientes si no os arrojaré de mi boca”, se lee en el Apocalipsis. ¿Será Dios un extremista? ¿El color rojo de ayer puede ser el negro de hoy? ¿Qué significan en el lenguaje convulso de la Historia vocablos como progresistas y conservadores, derecha, izquierda o liberales?

¿Volver los ojos a la naturaleza, defenderla y hasta sacralizarla es ser conservador o progresista? ¿Ser liberales con el sexo es izquierdismo o derecho a tu propio cuerpo?

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¿La defensa de los valores humanos que permiten una convivencia pacífica es ser facha? Los diez mandamientos que permiten una vida social pacífica y respetuosa de los propios derechos son conservadores o progresistas? ¿De qué partido es el “no matarás”? ¿Y la hipocresía?

¿De qué color político es la maternidad? ¿Y el derecho al aborto? ¿La fe o el agnosticismo son conservadores o liberales? Preservar la tradición, respetar el pasado, criticar la modernidad, seguir la moda, emborracharse de lo nuevo por lo nuevo o preservar lo ancestral, las raíces, el ayer, lo que fuimos y no solo lo que somos, todo eso ¿es moderno o anticuado?

¿Qué significan los valores? ¿Son los sentimientos, las virtudes, la paciencia, la esperanza, la alegría, conservadores o progresistas? ¿Y el rencor, el desprecio, la exclusión, el olvido, la arrogancia y la desfachatez?

Hay palabras que trascienden el lenguaje y pertenecen a lo inefable y a lo incontestable. Sí, me refiero a la amistad. Quizá porque ella no necesita palabras ni etiquetas. No conoce ideologías, ni credos, ni edades. Es vida y es arte a la vez. No tiene nudos, ni grietas, ni desconchones. Ni la muerte la marchita. La amistad no exige colores ni banderas. No es laica ni sagrada. Es única porque no admite adjetivos. Es o no es.

Me preguntaron en una entrevista qué palabra, si pudiera, eliminaría del diccionario. No necesité tiempo para responder: “El Holocausto”. Sí, con mayúscula y comillas.

¿Es Putin de izquierda o de derecha? ¿De qué color político o religioso son los que huyen del hambre y de la violencia?

La lucha contra la iniquidad, la hipocresía, la indiferencia y el olvido ¿de qué tinte político son? ¿Tiene partido la arrogancia? ¿De qué credo religioso es la indiferencia ante la iniquidad?

“Por las obras los reconoceréis”, gritaba el judío de Palestina que no aceptaba compromisos ni hipocresías. Las palabras sin obras son hojas marchitas pisadas en el camino.

Los manifiestos, las proclamas, los eslóganes, las consignas y hasta las banderas son árboles sin frutos.

No me pregunten cuál es mi credo ni el color de mi bandera. ¿Y mi Dios? ¿Pero es que hay algo más divino que lo humano?

No sé si la inteligencia artificial será capaz de inventar nuevas palabras. Mejor el silencio que el ruido, el sonar dulce de las campanas que el estruendo de los cañones. ¿Es verdad que las palabras se las lleva el viento? Sí y no. Las hay que se marchitan porque carecían de raíces. Otras que no mueren porque están preñadas de vida.

No nos preguntemos cuál es nuestro credo político o religioso. Solo si sabemos o no abrazarnos seamos iguales o diferentes. Mejor el silencio de los muertos que los gritos y consignas de los vivos que se arrastran como cadáveres sin rumbo y sin destino.

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