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Columna
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Los amigos del acosador

La cultura del acoso depende más de los facilitadores, gente cobarde, oportunista y muy tolerante con la humillación ajena y los abusos de poder

Manifestación en apoyo a la selección femenina en la plaza de Callao en Madrid, el pasado 28 de agosto de 2023.
Manifestación en apoyo a la selección femenina en la plaza de Callao en Madrid, el pasado 28 de agosto de 2023.Andrea Comas
Marta Peirano

A diferencia del genio o el visionario, el acosador no prospera sin ayuda. Como todas las criaturas débiles de este mundo, para crecer necesita colaboradores que toleren, normalicen y aplaudan su comportamiento, afianzando y amplificando su influencia dentro de la organización. Para ser miembro de ese corrillo no hacen falta habilidades extraordinarias salvo ser cobarde, oportunista y tener tolerancia a la humillación ajena y los abusos de poder. En psicología, todos los que colaboran para proteger, mantener y amplificar a acosadores, maltratadores y narcisistas en general tienen el mismo nombre: enabler o facilitador. La cultura del acoso depende más de los facilitadores que del propio acosador.

Todos los maltratadores se parecen pero los facilitadores lo son cada uno a su manera. Desde el jefe que lo tolera porque le hace el trabajo sucio y porque admira su falta de escrúpulos hasta los fans que confunden su mal comportamiento con personalidad. Están los ejecutivos que lo promocionan, pensando que el más matón consigue resultados gracias a su déficit de empatía y que se ocupan de engatusar y amenazar a las víctimas cuando se descontrola la situación. Los alborotadores que celebran sus fechorías porque les permite hacer un poco el tonto sin mayores consecuencias; la mascota que repite sus chistes en las reuniones para disipar la tensión sin exponer su pellejo. Los que consuelan a la víctima en la oscuridad del pasillo, dándole consejos para no provocar los ataques. No hables, no le mires, no respondas, no respires. Como le dice Ben Quick a Clara Varner en El largo y cálido verano: cambia de nombre, tíñete el pelo, piérdete de vista y puede que entonces, sólo entonces, consigas librarte de mí.

La cultura del acoso reprime una respuesta inmunitaria sana frente al acosador. Unos se callan para evitar el maltrato, otros lo adulan para medrar y todos hacen como que la infección no existe, hasta que parece verdad. Todo el mundo sabe que el acosador premia a los que aplauden y castiga a los que ponen límites. A menudo lo que separa a la víctima es su capacidad, casi siempre involuntaria, de ver o mostrar al personaje como lo que realmente es: un controlador patológico dominado por la vergüenza y el miedo a ser descubierto. Por eso no se ceban nunca con los mediocres, siempre con aquellos que le hacen sentir pequeño o ponen en peligro su disfraz.

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Existe hasta una clase especial de facilitador paradójico que no es exactamente cobarde ni oportunista, pero que viene entrenado de casa por un abusón anterior. De su padre alcohólico, su madre narcisista o su familia de fanáticos religiosos han aprendido a reinterpretar las actuaciones más ruines como ejercicios de autoridad, romance o disciplina. Gente bienintencionada que, sin embargo, invierte toda su empatía en el matón y abandonan a la víctima.

Entre todos disculpan, justifican y cultivan una cultura del miedo, la humillación y el acoso, tejiendo un nido de confort para la persona equivocada y creando la ficción de que el problema es la víctima y no el acosador. Con suerte, la víctima se marcha y encuentra una cultura donde se cultiva la excelencia en lugar del acoso. Si aprendemos a descartar a los abusones, cada vez habrá más sitios así.

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