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columna
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Secularismo nacional

Necesitamos un nuevo Edicto de Nantes que defienda la libertad de culto nacional, y relegue los sentimientos nacionalistas a la esfera de lo privado

Independentistas
Miles de catalanes participan en el centro de Barcelona en una manifestación independentista, el pasado febrero.Efe

El federalismo y el plurinacionalismo son dos propuestas legítimas para tratar de desactivar las disputas entre los nacionalismos —con y sin Estado, en este y en otros países—, que tanto nos distraen y desgastan. Mas son insuficientes, pues siguen manteniendo la idea de Estado-nación en el centro de la vida política. Por eso, si se impusiesen, los diversos nacionalismos en conflicto acabarían utilizándolas en su favor. No es fácil adivinar la alternativa que la historia, sin duda, acabará encontrando. Pero nada mejor, para vislumbrar el futuro, que remontarse lo suficiente en el pasado. Por ejemplo, al año 1594, cuando, tras ocho guerras de religión, el líder de los protestantes, Enrique IV, logró hacerse rey de todos los franceses, tras convertirse, con escándalo, al catolicismo. En mi opinión, el “París bien vale una misa” que se le atribuye no ­­debe ser visto como la cínica confesión de que sólo le importaba el poder, sino como la constatación de que la cohesión política de aquella sociedad no podía seguir basándose en la unanimidad religiosa. De ahí que él mismo firmase, en 1598, el Edicto de Nantes, que, autorizando la libertad de conciencia, dará inicio al proceso de sustitución del Estado-religión por el Estado-nación, en tanto que unidad política básica.

Siglos después, la transformación del nacionalismo en un credo teológico-político y la creciente heterogeneidad de las sociedades han hecho que la cohesión política tampoco pueda seguir basándose en la unanimidad nacional. Necesitamos, pues, un nuevo Edicto de Nantes, que defienda la libertad de culto nacional, y relegue los sentimientos nacionalistas a la esfera de lo privado. ¿Cómo? Mediante un proceso de secularización nacional, cuyo objetivo sería la separación del Estado y la nación en todas las partes. Lo cual parece imposible en estos tiempos de exaltación nacionalista. Pero nadie habla tanto de la salud como el enfermo, y el paradigma nacional parece una costra a punto de saltar, o de infectarse. Eso sin contar que, en el pasado, muchos creyeron también imposible separar a la Iglesia y al Estado, y al final se logró. Lamentablemente, pasarán muchas “guerras de religión” antes de que exploremos esta vía. Mientras tanto, podríamos tratar de promover otras formas de cohesión política, como la justicia social, que es una fuente de lealtad y de orgullo, o la democracia, que es un valor menos frío de lo que quieren hacernos creer. Y también dialogar, y a veces transigir, pues París bien vale una misa.

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