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Columna
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Una mala noticia para Vox, una buena noticia para la democracia

Creían Espinosa de los Monteros y sus amigos liberales que podían convertir una fuerza reactiva como la formación de Abascal en un partido más, con agenda, influencia y estrategia institucional

Iván Espinosa de los Monteros, junto a la diputada Inés Cañizares, en un ascensor en el Congreso de los Diputados en Madrid, este martes.
Iván Espinosa de los Monteros, junto a la diputada Inés Cañizares, en un ascensor en el Congreso de los Diputados en Madrid, este martes.Claudio Álvarez
Sergio del Molino

Liberal es una palabra muy liberal en sí misma, que admite una elasticidad enorme de significados, acepciones y matices. Tan liberal se siente un izquierdista norteamericano como un banquero. Sirve para escribir la sinopsis de Camino de servidumbre, de Friedrich Hayek, y para calificar la actitud desinhibida de Salma Hayek en Abierto hasta el amanecer. Sirve como insulto y como halago, y por eso es un comodín para hablar de las cosas que no son ni chicha ni limoná y se presentan en el cuarto estado de la materia, que es el fofo. El tinto de verano o la cerveza sin alcohol serían liberales, como al parecer lo era Iván Espinosa de los Monteros en Vox. Ser liberal en España significa que tu cuadrilla no sabe qué hacer contigo: liberal es quien no quiere pagar la cuenta del restaurante a medias porque solo pidió una ensalada y un vaso de agua.

Solo en ese sentido figurado y como eufemismo se puede entender que Vox tenga un sector liberal. Posibilista, dicen otros, afinando más el tiro. Ala izquierda, apuntan los más cachondos. Yo prefiero hablar de ingenuos. Solo desde una ingenuidad política radical puede sostenerse que Vox se acomodaría a la lógica de un sistema de partidos que desprecia por naturaleza y que se ha propuesto destruir. Por eso le cae bien el adjetivo liberal en el sentido coloquial con el que se suele usar en España: flojo, iluso.

Creían Espinosa de los Monteros y sus amigos liberales que podían convertir una fuerza reactiva como Vox, fruto de un cabreo nacionalista, tribal y prepolítico, en un partido más, con agenda, influencia y estrategia institucional. Las últimas elecciones constatan un fracaso que venía de lejos: Vox no consigue lepenizarse, no llega a las clases populares ni a las periferias que se sienten marginadas de la democracia, y pese al poder que ha arramblado en los pactos autonómicos, se ha replegado en un núcleo antisistema donde no caben los tibios. Vox es hoy mucho más pequeño, primario y zafio que hace unos meses: se ha recogido en torno a un yunque, como en la fragua de Vulcano. Contra lo que pueda parecer, esto es una noticia excelente para los demócratas, sean liberales o no, pues una fuerza reaccionaria comandada por figuras como Buxadé solo puede aspirar a la irrelevancia. Sin liberales con sentido institucional ni estrategas que sepan aprovecharse del descontento social, la proverbial ola reaccionaria que movilizó a la izquierda el 23 de julio se quedará en una olita que solo ahogará a los propios reaccionarios.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

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