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Columna
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Derecho de autoindeterminación

Frente a la combinación de nacionalismo y neoliberalismo y frente a la procrastinación política del sedicente nacionalismo de izquierdas es necesario rescatar la vieja noción de autodeterminación

Carles Puigdemont, durante una intervención por videoconferencia en un mitin de Junts.
Carles Puigdemont, durante una intervención por videoconferencia en un mitin de Junts.David Borrat (EFE)

Resulta sospechoso que la autodeterminación de los pueblos, con y sin Estado, suela oponerse a la autodeterminación de los individuos, normalmente sin dinero. De hecho, cuando Pico della Mirandola estampó, en el siglo XV, que la dignidad del ser humano se basaba en su capacidad para autodeterminarse, el romanticismo no había inventado la noción de “pueblo”, y lo realmente urgente era liberar al individuo de la opresión feudal y religiosa. La ocasión merecía un mito, vestido de gala de las ideas. Los dioses habrían creado, primero, a los animales, dotando a cada especie de un atributo específico. El león sería valiente, el zorro astuto, el cordero temeroso… Pero, al crear al ser humano, vieron que se habían quedado sin atributos. Decidieron, entonces, dárselos todos en potencia, para que él decidiese, con sus acciones, cuáles quería actualizar. Su capacidad para autodeterminarse lo colocaba por encima de animales y ángeles, que son lo que son por nacimiento, mientras que él, verdadero ornitorrinco existencial, podía decidir quién quería ser.

Que el sujeto de la autodeterminación sea el individuo no implica que este viva sólo para sí, pues sus potencias éticas y políticas solamente pueden actualizarse en una sociedad democrática, y su libertad no puede desplegarse en una sociedad injusta. Así que, en el núcleo del individualismo humanista e ilustrado late, como mínimo, el proyecto socialdemócrata. Cosa que al poder no le interesaba. Por eso, de un lado, el reaccionarismo alzó, contra el derecho a la autodeterminación de los individuos, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, gracias al cual dejaba para un mañana que nunca había de llegar la justicia y la igualdad. Del otro lado, el capitalismo degradó la autodeterminación en puro individualismo; egoísta, en el éxito, y autoculpabilizador, en el fracaso.

Por eso, frente a la combinación de nacionalismo y neoliberalismo, que ostentan numerosos partidos de derecha, allende y aquende, y frente a la procrastinación política del sedicente nacionalismo de izquierdas, es necesario rescatar la vieja noción de autodeterminación. Quizás sería conveniente hablar de derecho (o incluso deber) de autoindeterminación (sic), pues debemos luchar contra el determinismo que nos imponen las desigualdades socioeconómicas; y desoír a todos aquellos que pretenden definirnos, y enfrentarnos, en nombre de quimeras interesadas. Sólo así lograremos hacernos, como diría Cervantes, “hijos de nuestras propias obras”.

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