‘Emily kills Paris’
Centenares de fans de la serie acuden a diario a la diminuta, y antes escondida, place de l’Estrapade para inmortalizar en sus redes sociales su peregrinaje a una ciudad reinventada por Netflix
Los guionistas en huelga de Hollywood probablemente no lo sepan, pero al otro lado del Atlántico, en el corazón del barrio latino de París, los habitantes de la pequeña place de l’Estrapade respiran aliviados desde hace unos días: gracias a ellos, podrán salir de casa este verano sin toparse con Emily y su boina. El rodaje de la cuarta temporada de Emily in Paris, la exitosa serie de Darren Star que narra las andanzas llenas de clichés de una estadounidense en la capital francesa, ha sido pospuesto hasta finales de 2023. Una victoria, efímera, eso sí, para unos vecinos que han presenciado, impotentes, la transformación de este diminuto remanso de paz, casi oculto entre el monumental Panteón y el museo de Marie Curie, en una atracción turística más. Allí acuden a diario, y desde todo el planeta, mareas de fans de la serie para inmortalizar en las redes sociales su peregrinaje a un París reinventado por Netflix. “He visitado el restaurante de Gabriel de la serie en la vida real. No podía perdérmelo, es un sitio imprescindible”, tuiteaba hace unas semanas un turista australiano frente al restaurante Terra Nera, convertido en Les deux compères en la ficción.
I visited Gabriel's restaurant from #EmilyinParis in real life! 😍🇫🇷 As a fan of the show, there is no way I will miss this out!💙🤍❤️ it is a must-visit. 👌🏻#terranera #paris #france #europe #mmtt #lesdeuxconperes pic.twitter.com/NypbuOcjOn
— 🇦🇺nicollo adam alcala (@troutymouth04) June 28, 2023
Al acercarme el otro día a la plaza comprobé, incrédula, el impresionante cambio que había operado esa parte del barrio en el que crecí y donde lo común era encontrarse con un estudiante de la Sorbona devorando a toda prisa un bocadillo al mediodía, o a una persona sin hogar leyendo plácidamente un libro o echando la siesta a la sombra de un árbol. Más allá de la cantidad de turistas que me encontré al llegar, me llamó la atención la propia mutación de algunos comercios como el Terra Nera, un establecimiento siciliano abierto en 1978 y cuya clientela, antes compuesta por vecinos, políticos de la alcaldía del barrio y del Senado, es hoy esencialmente emilynófila. El toldo rojo decrépito que había conocido ha sido sustituido por otro nuevo donde incluso han colocado una mención en letras doradas al chef Gabriel de la serie, como si este firmara el menú. Justo en frente, la terraza del Café de la Nouvelle Mairie se ha aburguesado, y algunos clientes parecen sacados directamente de la serie por su nivel de sofisticación, como si estuvieran saliendo de un desfile de la fashion week.
“El programa hace soñar a la gente resucitando un París idílico y una cultura francesa que en parte ha desaparecido. No veo donde está el problema”, me dijo el dueño del Terra Nera, Valerio Abate, cuando le pregunté si entendía el cabreo de los vecinos del barrio, a los que, a diferencia de los comerciantes, la producción ni siquiera indemniza durante los rodajes. Algunos habitantes ya se han mudado, como me contó un agente inmobiliario del barrio, pero él solo ve el lado positivo, es decir: publicidad gratis y el doble de clientes que, además, no se van del local sin antes sacarse un selfi con él, como se puede ver en la cuenta de Instagram del restaurante.
No es la primera vez, evidentemente, que una serie o película convierte un lugar de rodaje en un sitio turístico, y en el caso de París, arquetipo de la ciudad cinematográfica, tantas veces soñada y sublimada por el cine extranjero, en particular estadounidense, ya es un clásico. Basta ver las colas kilométricas para entrar a la librería Shakespeare and Company, frente al Sena, después de que esta apareciera en Midnight in Paris de Woody Allen. Pero el fenómeno Emily va más allá, como analizaba David Le Bailly en Nouvel Obs: “En tiempos normales, la ficción busca imitar la realidad. Aquí se produce el exacto contrario: las tiendas, los comercios, parecen querer conformarse con la imagen que los turistas exigen encontrarse”. La situación ha llegado a tal absurdo que la hija del dueño de la panadería donde Emily compra su pain au chocolat en la serie pidió indulgencia a los turistas, a través de un mensaje en TikTok, por si no llegaban a experimentar el mismo orgasmo culinario que su heroína a cada bocado.
Al intentar reproducir un ideal calcado al que venden las redes, recurriendo a su universo simbólico —en este caso, una plaza estéticamente perfecta y ultrapija frecuentada por la jet set parisina—, ficciones como Emily in Paris acaban formateando la realidad: todo lo nuevo que surge se inspira en ese universo sin alma, vacío, consumible. La ficción y la realidad se retroalimentan en una nefasta dinámica que termina cargándose la autenticidad de las ciudades y, en algunos casos como este, incluso la vida de sus habitantes. La nueva imagen artificial se imprime sobre la original. El Madrid impostado de la serie Valeria es un claro ejemplo de ello y las producciones de este tipo, desgraciadamente, abundan en plataformas como Netflix. Por cierto, la serie ya tiene fichada a su nueva víctima. El equipo acaba de anunciar que Emily pasará unos días de vacaciones en Roma. A mis queridos romanos, mi más sentida compasión.
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