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Tribuna
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Regresar con Modi

El Gobierno indio ha hecho explícitamente del pragmatismo su estrategia exterior. Se mantiene neutral respecto de la guerra de Ucrania, conservando buenas relaciones con Rusia, a la que compra petróleo y gas, a la par que se deja cortejar por Estados Unidos y Europa

El presidente francés, Emmanuel Macron, saluda a Narendra Modi, primer ministro de la India, el pasado 14 de julio en París.
El presidente francés, Emmanuel Macron, saluda a Narendra Modi, primer ministro de la India, el pasado 14 de julio en París.TERESA SUAREZ (EFE)
Olivia Muñoz-Rojas

Coincidía la presencia del primer ministro indio Narendra Modi en el desfile del pasado 14 de julio en París como invitado de honor con nuestro regreso a la capital gala después de un año residiendo en Nueva Delhi. La coincidencia me permite reflexionar sobre las relaciones entre la India y Occidente y, en cierto modo, hacer balance de nuestra experiencia en la capital del país surasiático.

No es la primera vez que un primer ministro indio ha estado presente en la fiesta nacional francesa. En 2009, Manmohan Singh, del Partido del Congreso, fue invitado por Nicolas Sarkozy en un gesto de reciprocidad: el año anterior Sarkozy había sido el invitado de honor en el Día de la República que festeja la Constitución india. La razón formal del Gobierno francés para invitar a Modi este año, ha sido la celebración de los 25 años de asociación estratégica entre Francia e India. Se trata de una colaboración en materia militar, industrial, nuclear y espacial entre los dos países, también en seguridad cibernética y antiterrorismo. Según la diplomacia francesa, Francia es el primer país occidental de peso en realizar este tipo de asociación con la India. Para la India, Francia constituye, en palabras del propio Modi, “uno de sus socios de defensa más confiables”.

Las aspiraciones del país surasiático son grandes, tal y como pone de manifiesto el modo en que su Gobierno está aprovechando la presidencia del G-20 para promocionar al país, tanto de puertas adentro como afuera. Desde la extensa campaña publicitaria de potentes eslóganes, acompañados de la efigie del primer ministro, que engalana calles y carreteras a lo largo y ancho del territorio; hasta el generoso trato que reciben las delegaciones extranjeras que llegan al país y a las que se les ofrece lo mejor de la India. No es claro que estos esfuerzos vayan a generar la respuesta que espera el Gobierno indio. Pero hay poca duda de que, en el contexto actual y considerando además la reciente visita de Modi a la Casa Blanca, donde fue recibido con grandes honores; la invitación de Macron es una indicación más de que la India importa.

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Sin embargo, el gesto generó inmediatamente controversia en Francia cuando se anunció. Sophie Landrin, corresponsal de Le Monde en Nueva Delhi, criticaba la decisión, subrayando que “la fiesta nacional [francesa], celebra, la victoria del pueblo y su emancipación, libertad, igualdad y fraternidad, valores que se han visto debilitados en el subcontinente desde la llegada al poder de los nacionalistas hindúes, [el BJP de Modi], en 2014″. “Un error mayor”, sentenciaba una tribuna de representantes ecologistas en Libération. Pero por muy deteriorada que esté la democracia india, sigue siendo formalmente una democracia de más de 1.400 millones de ciudadanos, y, en cuanto tal, un potencial contrapeso a la autocracia china y su influencia en la región y en el mundo.

Si en Francia se critica implícitamente el pragmatismo de Macron, dispuesto a mirar para otro lado respecto de la erosión de las libertades civiles en el país surasiático; el Gobierno indio ha hecho explícitamente del pragmatismo su estrategia exterior. Se mantiene neutral respecto de la guerra de Ucrania, conservando buenas relaciones con Rusia, a la que compra petróleo y gas, a la par que se deja cortejar por Estados Unidos y Europa, con los que también busca consolidar sus relaciones. (Una excepción a esta buena disposición serían las relaciones con Canadá, con cuyo Gobierno mantiene un tenso trato por la presencia en el país norteamericano de una importante diáspora sij, parte de la cual apoya la independencia de Kalistán en la región del Punjab, y algunos de cuyos miembros el Gobierno indio acusa de terrorismo).

Pareciera que la India busca salirse del juego occidental, arrogándose, legítimamente, si cabe, el derecho a alinearse según su conveniencia en cada momento y para cada cuestión. Se percibe en esta India de “grandes responsabilidades y ambiciones todavía más grandes” —parafraseando otro de los actuales eslóganes— y especialmente en las élites que lo apoyan, cierto sentimiento de superioridad civilizatoria. Desde una perspectiva occidental, este sentimiento no casa con la realidad material del país: sus elevadas tasas de miseria, la flagrante desigualdad social o la calidad enormemente irregular de sus infraestructuras. Más, quizá en esto precisamente consistiría esta presunta superioridad civilizatoria, en que la aspiración es más simbólica —histórica, incluso espiritual— que material. Pues, de cara a las masas empobrecidas, siempre podrá alegarse que la prosperidad y el bienestar material constituyen valores occidentales que además atentan contra la supervivencia del planeta. Conviene recordar que el lema principal para este G-20 es, “Un planeta. Una familia. Un futuro”, en una traducción libre del sánscrito de la frase Vasudhaiva Kutumbakam que aparece en los Vedas. Las milenarias virtudes de la civilización hindú, entre ellas, el veganismo, cobran un sentido nuevo en el contexto actual de lucha contra el deterioro del planeta y sirven, en este caso, para apuntalar la ambiciosa retórica de Modi.


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