‘Blondi’: un meteorito en el cine argentino

Quedé sumergida en la misma alegría que producen los juegos a la hora de la siesta y en el asombro de haber presenciado la aparición de un objeto desconocido en el cine nacional

Fotograma de la película 'Blondi' de Dolores Fonzi.

Uno cree que ya no hay formas nuevas de contar, o que a nadie se le ocurren. Y entonces pasa. Podría llamarse “efecto Licorice Pizza”, la película de Paul T. Anderson, a eso que sobreviene cuando se descubre algo que no se parece a nada. Hace unos días vi Blondi, el debut como directora cinematog...

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Uno cree que ya no hay formas nuevas de contar, o que a nadie se le ocurren. Y entonces pasa. Podría llamarse “efecto Licorice Pizza”, la película de Paul T. Anderson, a eso que sobreviene cuando se descubre algo que no se parece a nada. Hace unos días vi Blondi, el debut como directora cinematográfica de la actriz argentina Dolores Fonzi. Cuando alguien talentoso ―ella lo es― se aventura por un camino nuevo surge la pregunta: ¿era necesario? No sé si ella lo necesitaba. Yo sí. Quedé sumergida en la misma alegría que producen los juegos a la hora de la siesta y en el asombro de haber presenciado la aparición de un objeto desconocido en el cine nacional. La película cuenta la historia de Blondi, interpretada por Fonzi. Tiene poco más de 30 años, vive con su hijo ―le lleva 15―, trabaja haciendo encuestas, fuma marihuana todo el día. Su madre es singular; su hermana, “normal”. Blondi es un instrumento vivo, contradictorio, que reacciona ante lo que le ponen delante a medida que se lo ponen delante. No tiene amargura, no produce epifanías. Con una anécdota que se desdibuja y que, en el fondo, no existe ―¿cómo se cuenta “la vida”?―, Fonzi es una directora emancipada y glotona que dice “fuera las convenciones, fuera los costumbrismos, fuera los diálogos enternecedores”, y se da todos los gustos, incluidos los amagues de transformar a su artefacto a cada rato en otra cosa: una parodia, una road movie, una de terror. Podría durar siete horas y serían siete horas de felicidad. Conocí a Fonzi en una fiesta el año pasado. Le pregunté cómo había sido el rodaje. “Pura dicha”, contestó. En la escena final, las dos hermanas cantan Maria, de Blondie, a bordo de un auto destartalado. Van hacia adelante, donde nunca se sabe qué hay. Más vida, seguro, pero eso es todo lo que se sabe. En un mundo donde el sufrimiento asociado a la creación tiene todo el prestigio, Fonzi venció sin sufrir. Apenas puedo esperar por su próxima victoria.

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