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Tribuna
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Tenemos que hablar del acoso en internet contra las mujeres

Dentro de unas décadas recordaremos con horror esta época en la que las profesionales que participan en espacios públicos de comunicación reciben un nivel de violencia muy superior al de los hombres

La periodista mexicana exiliada Lydia Cacho.
La periodista mexicana exiliada Lydia Cacho.
Lucía Lijtmaer

Recuerdo dos escenas de Mad Men que me dieron escalofríos. En la primera, la supuesta idílica familia de Don Draper tira los restos de su picnic a un lago, incluyendo las botellas de cristal de los refrescos. En la segunda, la hermosa Betty Draper fuma un cigarrillo tras otro, embarazada de siete meses. El escalofrío se convirtió en horror y poco después en alivio: se trataba de una ficción y como tal, de forma muy inteligente, nos muestra los cambios de época. Ahora nos resultan inconcebibles cosas que antes eran absolutamente naturales: fumar en los aviones, conducir sin cinturón de seguridad, dar de beber alcohol a los niños. Todos esos cambios nos hacen sentir que hay una línea de progreso ascendente, que corregimos errores, que aprendemos del pasado. Y eso es tranquilizador.

La semana pasada, la escritora y periodista argentina Luciana Peker declaraba que su labor periodística denunciando abusos sexuales implica, desde hace varios años, el hostigamiento y las amenazas de muerte que ha llevado a tribunales. Su trabajo como periodista apoyando a la actriz Thelma Fardín, que denunció penalmente al actor Juan Darthes por abuso y violación cuando era menor, la ha hecho más visible. Como ella misma contaba en el medio en el que trabaja, InfoBae: “Sacaron un teléfono a nombre de Thelma Fardín para amenazarme. Me escribieron con nombres falsos a mi WhatsApp desde zonas remotas de Argentina. Encriptaron las IP y los emitieron desde Chile o zonas rurales del noreste. Sacaron un teléfono a mi nombre para realizar otras maniobras de hostigamiento o fake news. Hay sectores ligados a agencias de seguridad y fuerzas de seguridad involucrados en las maniobras de persecución por escribir y denunciar abusos”.

Por supuesto, no es la única. Tenemos muchos más casos de comunicadoras más cercanas que se han visto sometidas a una violencia física, digital y simbólica de enormes proporciones. Y aun así, es silente. Muchas mujeres de nuestro entorno laboral acaban eligiendo abandonar espacios públicos o contar con unas medidas de seguridad que deberían alarmarnos mucho más de lo que lo hacen. A ellas no les compensa y el resto se encoge de hombros, con impotencia, mientras sigue la impunidad. Hay que atacar este problema cuanto antes: tenemos un problema serio con las comunicadoras en los países en los que ha habido más avances en los derechos de las mujeres y su autonomía, y la proporción del odio y la violencia que reciben está absolutamente normalizada.

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Nos aterrorizan las historias de las torturas de Lydia Cacho, autora de Los demonios del Edén (2004), libro en el que denunciaba a la mafia de la pederastia en México y la explotación comercial del sexo con menores. A raíz de este libro, en 2005 fue secuestrada por la policía y torturada durante 48 horas, hasta ser liberada después de pagar una fianza de casi 4.000 dólares en efectivo. Vive su exilio forzado en España. Mientras reconocemos su valentía sobrehumana y asistimos a su testimonio y buen hacer periodístico, las periodistas siguen amenazadas y hostigadas. Por supuesto, no es solamente un problema con las mujeres —conocemos de sobra los ataques y amenazas a los que se ven sometidos los periodistas hombres en nuestro país que han investigado, por ejemplo, sobre los grupos de ultraderecha—, pero hay un marcado señalamiento hacia las mujeres, especialmente en la esfera digital.

Las mujeres profesionales con perfil público que participan en espacios de comunicación (periodistas, investigadoras, activistas y artistas) reciben un nivel de acoso y violencia muy superior. Como apunta un demoledor informe de la revista Pikara en colaboración con la abogada Laia Serra, esta particular forma de violencia de género a través de las tecnologías de la información y las telecomunicaciones (TIC) se ceba en especial con las mujeres con visibilidad pública. El abuso en línea contra mujeres comunicadoras y periodistas constituye un ataque directo a la presencia y visibilidad de las mujeres y su plena participación en la vida pública. A pesar de la falta de datos exhaustivos, debido al hecho de que se trata de un fenómeno relativamente nuevo, la macroencuesta europea de 2014 de la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA), destacó que el 23% de las mujeres había informado haber sufrido abuso o acoso en línea al menos una vez en su vida, y que una de cada 10 mujeres había experimentado alguna forma de ciberviolencia.

Como apunta el informe, las mujeres activistas, incluidas las defensoras de los derechos humanos, enfrentan amenazas y riesgos específicos, que requieren la adopción de medidas de protección para que no solamente puedan desarrollar su trabajo. La vida digital debe ser una vida que merezca ser vivida. Tenemos que hablar. Porque no me cabe duda de que en 40 años, cuando veamos a lo que fuimos sometidas en redes, volverá el horror y diremos: cómo pudimos permitirlo. O al menos, eso espero.

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Sobre la firma

Lucía Lijtmaer
Escritora y crítica cultural. Es autora de la crónica híbrida 'Casi nada que ponerte'; el ensayo 'Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta' y la novela 'Cauterio', traducida al inglés, francés, alemán e italiano. Codirige junto con Isa Calderón el podcast cultural 'Deforme Semanal', merecedor de dos Premios Ondas.

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