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Columna
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Feudalismo digital

Dicen los expertos que los datos son el petróleo del presente, fuente inagotable de beneficios. La resistencia pasa por clicar pacientemente en la opción “denegar”

Universidad Autónoma de Madrid
Un hombre navega por internet en su portátil.Santi Burgos
Najat El Hachmi

Todos me piden galletas. Las que hago en el horno me quedan muy buenas, pero las páginas web que visito están interesadas en otro tipo de cookies. Cada vez que me pongo a navegar me salen con las mismas: acepta, acepta, consiente, consiente. Da igual que les haya dicho mil veces que no y que no es no, vuelven como si nada a plantarme el cartelito de su hambre voraz. Sea información de horarios de tren o sitios de servicios públicos, tiendas virtuales o de conocidas empresas, todos quieren más y más galletas. Y aunque parezca que sí, no sé muy bien para qué las necesitan, a dónde irá toda esa información que extraen de nuestros dispositivos. Dicen los expertos que los datos son el petróleo del presente, fuente inagotable de beneficios. La resistencia pasa por clicar pacientemente en la opción “denegar”. Un engorro, sí, pero lo sigo haciendo por no sentirme definitivamente sometida. Yo firmaría contratos que pudiera negociar: mire usted, esto de aquí me parece razonable, pero la cláusula del punto tres, apartado b es abusiva. Modifíquela y nos pondremos de acuerdo. Pero nada de eso me encuentro cuando se me despliegan los terms of use, firma y calla que para algo eres el usuario tropecientosmil. Incluso las tiendas que venden cosas me ponen el consabido cartelito de las pesadas galletitas. ¿Es que tengo que pasar por el tubo para desembolsar mi dinero?

Caso aparte, más grave todavía, es el de las redes sociales, donde como hámsteres en sus ratoneras vamos todos engrasando la máquina, haciéndola funcionar aportando nuestras ideas, recuerdos, instantes familiares, fotografías personales y un montón de cosas valiosas que en otros tiempos ni se nos hubiera pasado por la cabeza ceder a unos desconocidos cuyas intenciones no tuviéramos claras. Ahora nos hemos escandalizado porque Elon Musk ha decidido cobrar para validarnos, para que con un circulito azul pueda asegurar que somos quienes somos, pero no nos importa que nos cobren en especies de intimidad en todas partes. Un like o algo de visibilidad bien valen esa sumisión expresa y absoluta. Los amos de las grandes corporaciones tecnológicas no son más que señores feudales, grandes latifundistas digitales que nos tienen a todos comiendo de su mano porque, entre otras cosas, la comodidad, la velocidad, lo inmediato y lo accesible nos han convertido en aduladores acríticos de sus herramientas. Yo por si algún día se les ocurre imponernos otro impuesto revolucionario aparte de los datos, apunto en mi libreta analógica la receta de mis deliciosas galletas.

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