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Columna
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El fantasma de Tom Joad

El problema es que hemos perdido la capacidad de trascender nuestras propias reivindicaciones para identificarnos con las de todos los demás. No nos sentimos “un pedazo de un alma más grande”, como decía el personaje de Steinbeck , sino solo un individuo defendiendo los derechos de un grupo de individuos afines

Fotograma de 'Las uvas de la ira' de John Ford (1940).
Fotograma de 'Las uvas de la ira' de John Ford (1940).

Las uvas de la ira, de John Steinbeck, es una especie de inversión del Mago de Oz, en la que la familia Joad, arrancada de su Oklahoma natal por el tornado de la crisis, emprende el camino de losetas amarillas de la emigración, para descubrir que Somewhere Over The Rainbow [ en algún lugar más allá del arco iris] la injusticia y la miseria reinan por igual. Pero, a medida que avanzan, Tom Joad adquirirá la clarividencia del espantapájaros, la justicia del hombre de hojalata y la valentía del león. Todo lo cual le llevará a organizar una huelga por la que será perseguido. En un monólogo final, que John Ford quiso inmortalizar, Tom Joad se despide de su madre con unas palabras que recuerdan el panteísmo político de Emerson y Whitman. Aquella lo volverá a ver, porque se hallará en espíritu junto a todas aquellas personas que luchen contra la miseria y la injusticia. Cincuenta años más tarde, Bruce Springsteen recordaría sus palabras, en The Ghost of Tom Joad. Pero ya no se trataba de honorables ciudadanos estadounidenses, sino de inmigrantes procedentes de la Oklahoma global, que el gobierno se ocupaba de perseguir y detener, durante la Operación Gatekeeper. Y es que el fantasma de Tom Joad no es un espectro nacional (que es como deberíamos traducir el término Volkgeist), que se limita a hacer sonar las cadenas de sus compatriotas, sino un espíritu whitmaniano, que “contiene multitudes”.

El problema, quizá, es que hemos perdido la capacidad de trascender nuestras reivindicaciones, para identificarnos con las de los demás. No nos sentimos “un pedazo de un alma más grande”, como decía Tom Joad, sino un individuo defendiendo sus derechos. Pero, cuando los propios derechos no se reivindican junto a los de los demás, acaban degradándose en meros intereses. Y cuando uno solo se ocupa de defender sus propios intereses, no tiene derecho a esperar que los demás se interesen por ellos. Entonces la sociedad se transforma en un archipiélago, esto es, en un conjunto de islas unidas por aquello que las separa. O en una desbandada de ovejas, que los lobos del poder y la soledad devoran a placer. Necesitamos una nueva perspectiva que nos permita reunir todas nuestras luchas. Porque, como decía Voltaire, la felicidad es la única cosa que podemos dar sin tener, y que solo dándola obtenemos. Necesitamos desaparecer de nosotros mismos para reaparecer junto a los demás. Como un fantasma. Como el fantasma de Tom Joad.

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