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Columna
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El arroyo

Al fijarme con más atención, sobre la piel azul que se extiende bajo las alas, veo el silencioso peregrinaje de los cadáveres. Flotan repartidos entre las olas y algunos barcos que navegan hacia el puerto de la indiferencia

Pier Paolo Pasolini, en Roma en 1960.
Pier Paolo Pasolini, en Roma en 1960.Paolo di Paolo (Cortesia Collezione Fotografia MAXXI)

El piloto del avión anuncia que nos acercamos a Roma, cierro el libro y me inclino sobre la ventanilla para disfrutar de los alrededores de una ciudad eterna. Siempre es hermoso aterrizar en un lugar con tantos recuerdos que nunca pierden su capacidad de saludo y sorpresa. El mar está picado, surcos blancos se abren o cierran como la espuma de una esperanza. Al fijarme con más atención, sobre la piel azul que se extiende bajo las alas, veo el silencioso peregrinaje de los cadáveres. Flotan repartidos entre las olas y algunos barcos que navegan hacia el puerto de la indiferencia. ¿Pero son cadáveres? Eso dicen mis ojos, empeñados quizá en ver más de lo que necesitan. Observo un paisaje fronterizo de almas del arroyo y jóvenes de la calle. Náufragos de la religión de nuestro tiempo.

Cuando el avión sobrevuela la playa de Ostia, me fijo en un solo cadáver y tardo poco en ponerle nombre: Pier Paolo Pasolini. Observo su cuerpo atropellado, sus testículos reventados de una patada, su cara llena de sangre. Pero observo también que responde al picotazo de una gaviota y se pone en pie como un resucitado necesario. Se acerca a la orilla, mete las manos en el agua de un noviembre de 1975, se lava y regresa caminando a la primavera de 2023.

Desaparece de mi vista. Supongo que irá pensando en una próxima carta luterana sobre el deseo, Sodoma, África, las pasiones y las ideologías. Interpretará las nuevas formas del arroyo y sus víctimas entre las cenizas de Gramsci y el evangelio de San Mateo. Verá ahogados en las copas de champán y descifrará lo que flota en los miedos, las costumbres, el Mediterráneo, sus turistas, las hijas de papá y los hijos de la comunicación. Al aterrizar en Fiumicino, me encuentro con Pasolini en un bar del aeropuerto. Sobre una servilleta salada escribe las palabras Europa y todavía.

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