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Brasil
Columna
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La conexión entre fe y salud crece en Brasil

La religiosidad es como una segunda piel del brasileño, hasta el punto que acaba siendo instrumentalizada por los políticos a la hora de pedirles el voto

Personal médico reza junto a una Unidad de Salud móvil, en Ilha de Marajo (Brasil)
Personal médico reza junto a una Unidad de Salud móvil, en Ilha de Marajo (Brasil), en julio de 2020.Pedro Vilela (Getty Images)
Juan Arias

Que Brasil es un país donde la religión ejerce una fuerte influencia en la sociedad no es novedad. Lo es la constatación hasta científica de que las personas mueren menos desesperadas y hasta mejoran su salud cuando profesan alguna forma de espiritualidad religiosa.

José Augusto Messias, miembro de la Academia de Medicina de Brasil, catedrático de la UERF, la Universidad Federal de Río y pionero mundial de una experiencia innovadora de medicina para adolescentes, me confió hace años en una entrevista para este diario, que los enfermos con algún tipo de fe se mueren, pero “lo hacen más tranquilos o menos desesperados”.

Hoy una experiencia al respecto en el Hospital Albert Einstein de São Paulo, referencia mundial de medicina avanzada, al que acuden las grandes personalidades, ha confirmado y hasta reforzado la intuición de Messias. El hospital acaba de crear un grupo médico asistencial enfocado en el tema con el objetivo de profundizar en los efectos de la combinación entre espiritualidad y medicina, permitiendo incluso que líderes religiosos puedan acudir a visitar a los enfermos si lo solicitan.

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El coordinador de dicho grupo, el geriatra Fábio Nasri, en una larga entrevista al diario O Globo, da a conocer la nueva modalidad. Cuando un enfermo ingresa en el hospital “no puede entrar solo el corazón o el apéndice, es necesario tener en cuenta toda su dimensión humana, incluso la espiritual”, según cuenta. Y añade que se está descubriendo que dicha dimensión espiritual “puede ser una poderosa herramienta de salud”.

Es sabido que en Brasil, y no solo entre los más pobres, la religiosidad abarca todo un abanico de matices desde los cristianos a los ritos heredados de las creencias africanas. Aún hoy veo cómo los hijos cuando se encuentran en casa con sus padres les piden la bendición. La religiosidad es como una segunda piel del brasileño, hasta el punto que acaba siendo instrumentalizada por los políticos a la hora de pedirles el voto, cuando todos hacen alarde de espiritualidad.

Fiel a su prestigio médico científico, el Hospital Einstein, al que empiezan a seguir otros en todo el país, está estudiando qué tipo de reacción física conlleva. Los primeros estudios al respecto reflejan que cuando una persona realiza algún tipo de espiritualidad, la frecuencia cardíaca, por ejemplo, tiende a disminuir y la presión cae. Según Nasri, ahora el problema será saber “cómo eso se da a nivel celular. Por ejemplo, cuál es la proteína y cómo entra esa energía”.

El solo hecho, sin embargo, de que médicos de prestigio reconozcan el papel importante de la influencia que cualquier tipo de fe religiosa pueda ejercer en la salud física, psíquica y hasta en la hora de morir ya es noticia. Ello abre la posibilidad, por ejemplo, de volver a estudiar los fenómenos físicos extraordinarios como la reproducción en las manos de las llagas de Cristo o los meses enteros de ayuno absoluto de algunos santos que nos cuentan sus biografías empezando por San Francisco de Asís.

No deja de ser curioso, y replantea una serie de preguntas hasta ahora sin respuesta, el influjo que lo espiritual pueda tener sobre el cuerpo físico, sobre la salud y hasta sobre la muerte. Vivimos tiempos de transformaciones profundas que ponen en tela de juicio hasta el futuro del Homo sapiens, sin saber dónde aterrizaremos después de la creación de la Inteligencia Artificial, que empieza a hacer tambalear las columnas que nos sostenían hasta hoy. ¿Influenciarán también la fe religiosa? ¿Harán tambalearse a las religiones? ¿O al revés, dicha fe podrá resucitar, gran paradoja, de manos de la ciencia que un día la persiguió?

Es curioso e interesante que en el momento de mayores transformaciones cósmicas como las que está viviendo la humanidad, que colocan en tela de juicio todas nuestras creencias más atávicas, parezcan resucitar realidades espirituales y culturales que considerábamos trasnochadas. Así, no solo la insurgencia inesperada de ese abrazo entre la ciencia y la religión, sino también la resurrección, por ejemplo de la poesía, un poderoso instrumento del pasado para escudriñar los rincones más profundos del alma, y que estaba condenando a muerte por la triste y podrida prosa de las redes.

No deja de ser más que simbólico y quizá hasta profético, que en estos momentos de miedo existencial, de zozobras sobre nuestro futuro inminente, empiecen a resucitar experiencias hasta ayer impensables. Y ello en medio de los ríos de la modernidad más rabiosa. Se trata de colocar sobre el tablero tambaleante y a veces aterrador de nuestro futuro, la pregunta, siempre sin respuesta, de si la espiritualidad, más que la pura religión que suele desembocar en política, puede hasta curarnos o hacernos menos infelices. O hasta hacernos morir pacificados.

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