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Columna
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Cosas

Los objetos de los que se ha servido alguien parecen seguir esperándole cuando ya es imposible que vuelva a necesitarlos. Son más tercamente fieles a las rutinas del existir que sus desaparecidos dueños

Una mujer guarda las cosas de su marido fallecido.
Una mujer guarda las cosas de su marido fallecido.KatarzynaBialasiewicz (Getty/iStockphoto)
Fernando Savater

Hay poemas por los que no solo sentimos un aprecio literario sino que se incorporan a nosotros de modo imborrable y definitivo, como ciertas experiencias sensuales o creencias religiosas. Así me ocurre con Las cosas, de Borges, en el que repasa una lista arbitraria de objetos corrientes, “el bastón, las monedas, las llaves y la dócil cerradura, los naipes y el tablero… limas, umbrales, atlas, copas, clavos… que nos sirven como tácitos esclavos”. Su persistencia utilitaria sobrevivirá a quienes creímos ser sus dueños por un rato: “Durarán más allá de nuestro olvido; no sabrán nunca que nos hemos ido”. Las cosas de las que se ha servido alguien parecen seguir esperándole cuando ya es imposible que vuelva a necesitarlas. Son más tercamente fieles a las rutinas del existir que sus desaparecidos dueños.

Sigo viendo los adornos que te gustaban, Sara, los botes y cazuelas que manejaste, los muñecos que hacías con tanto arte, la ropa que te ponías, la bicicleta, el piano que nunca tocabas pero del que jamás te separaste, las colecciones populares de libros que comprabas en los quioscos antes de que te conociera, las pelis en DVD ordenadas cada una con su número y con su ficha, con tu letra redonda, aplicada y feliz (¿ves?, ya estoy llorando otra vez). He intentado no ser fetichista, he regalado a personas que querías o que hubieras podido querer recuerdos tuyos: nadie podrá comprender el dolor inconcebible que he sentido cada vez que algo que tocaste ha salido de casa. “¡No toquéis mis cosas!” protestabas en cuanto te cambiaban algo de sitio. Ahí siguen esperándote, en su mayoría tal como las dejaste: el molde con tu forma que queda en la cama al levantarte. Entre esas cosas estoy yo, Sara, la posesión más tuya, la que tanto viste y tocaste, la que te acariciaba y nadaba contigo: la única que sabe y siente que te has ido.

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