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Extrema derecha
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Cómo enfrentar la aparición de la nueva ultraderecha?

Asombra que haya millones de personas en Brasil que, aun conocedoras de las aberraciones violentas del talante de Bolsonaro, hayan vuelto a elegirlo

Manifestación a favor de Bolsonaro
Una manifestación a favor de Bolsonaro, el pasado domingo en Brasilia. Andressa Anholete
Juan Arias

Cada vez más el mundo gira al unísono. Todo acaba siendo universal, empezando por la política. Vemos, por ejemplo, el resurgir de la nueva extrema derecha con sus varios matices, sin excluir los de tinte nazi y fascista. Empezó como algo aislado y hasta trasnochado, pero enseguida tomó cuerpo e incendió el planeta. Y ya está llegando a todos los rincones.

Pensar que ese nuevo fenómeno que preocupa a todos pueda quedar limitado a algunos países es pura utopía. Ha llegado para quedarse y multiplicarse como un virus. Aquí en Brasil esa nueva derecha lo ha dominado todo con graves consecuencias no solo políticas sino también económicas que ha llevado a 30 millones a sufrir el hambre.

Lula, el nuevo presidente que dentro de semanas tomará posesión como jefe de Estado, lo ha entendido enseguida con la agudeza política que lo caracteriza. Ha reconocido que en este su tercer mandato las cosas van a ser diferentes que en el pasado, ya que la ultraderecha de Bolsonaro seguirá sin conformarse con la derrota y hará de todo para impedirle gobernar. No se trata, esta vez, de un simple cambio de poder, sino de tener que hacer frente a quien reniega de los valores de la democracia y sataniza las libertades y persigue los valores democráticos.

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La pregunta que empiezan a hacerse los analistas políticos de los continentes donde esa nueva extrema derecha está echando raíces es cómo hacerle frente, pues se presenta como una nueva bacteria resistente a todos sus antídotos. Estamos quizá ante algo nuevo y aún sin descifrar. Enfrentarlo con la fuerza serviría de poco y hasta agradaría a sus huestes y seguidores, amantes de la violencia y del ojo por ojo. Para esa nueva ultraderecha el discurso del diálogo suena a rancio. Prefieren el enfrentamiento y hasta la violencia. Lo del diálogo les suena a algo de otros tiempos que ellos desprecian.

En medio de la preocupación por ese ascenso repentino de la ultraderecha mundial ―con sus líderes mediocres desde todos los puntos de vista pero aguerridos y que creen firmemente en la violencia―, se empieza a estudiar cuál podría ser el mejor antídoto contra esa nueva plaga política que está envenenando la esencia misma de la democracia que es el diálogo, la libertad y el pluralismo de ideas.

Hay quien dice que aún no existe, como en otros momentos de la historia, un verdadero profeta capaz de entender el nuevo fenómeno político y de analizarlo en su propia esencia, ya que nada, ni en la naturaleza, nace por acaso.

Es verdad que la obra Cómo mueren las democracias, de Steven Lewitsky y Daniel Zibblatt, aborda con ingenio el tema de las democracias amenazadas por el nuevo populismo. Sin embargo, desde entonces las cosas han cambiado rápidamente y la nueva ultraderecha escapa a los cánones del pasado. Estamos ante un fenómeno nuevo que solo seremos capaces de entender y enfrentar si aceptamos que se trata de un modo inédito de agredir las raíces mismas de los valores de la libertad.

El caso del bolsonarismo de Brasil, quizá más que el del trumpismo de Estados Unidos, podría servir para intentar entender la posible “novedad” de esa nueva derecha radical y extrema, violenta y alérgica a todas las libertades y novedades que ofrecen los tiempos modernos y que supone la antipolítica al estado puro.

Dicho esto, lo que aún no ha sido seriamente abordado es por qué justo ahora ha nacido y con tanta fuerza ese fenómeno que parece un incendio difícil de apagar. Sin duda mucho de ello está directamente relacionado con la crisis, también mundial, de los valores de la democracia y de la política como tal que, para decirlo en palabras sencillas, que todos entienden, ha empobrecido y ha dejado de ser una forma de organizar de modo justo y plural el modo de convivencia y de organización de la sociedad y de los pueblos, para convertirse a los ojos de todos en un negocio económico y de privilegios personales. Se entra en política, o así aparece, para provecho personal, un juego sin siquiera esconder, realizado a la luz del sol y que ya ni avergüenza a quien lo utiliza.

Esa mercantilización de la política y el abuso de la misma para provecho personal ya ni se oculta, está a la vista de todos y se lleva a cabo incluso a nivel del Congreso Nacional, como acaba de ocurrir aquí en Brasil con el vergonzoso y descarado “presupuesto secreto”, gracias al cual los diputados reciben millones de un fondo para usar en obras en su país con fines claramente electoralistas. Y es secreto porque nadie debe saber quién y cuánto recibe. El Supremo está intentando anular dicho presupuesto y hasta Lula ya ha admitido que si continuara vigente tendría que contar con ello si quiere gobernar.

Esa situación de la degeneración de la democracia que se está quedando como una nuez vacía de su verdadero significado inicial podría explicar el que haya millones hoy en todos los países que votan a la nueva extrema derecha no porque sean fascistas, enemigos de la libertad, violentos por naturaleza o desconocedores de las novedades que la ciencia está preparando. Lo hacen muchos de ellos, como ha sucedido aquí en Brasil, no porque sean naturalmente contrarios a las libertades. Es algo más.

Analizando el resultado de las últimas elecciones brasileñas que dieron la victoria a Lula, lo que asombra es que haya habido millones de personas que, aun conocedoras de las aberraciones violentas del talante de Bolsonaro y la desolación que creó en el país, hubiesen vuelto a elegirlo.

Lo que empieza a aparecer claro es que hay millones de personas en el mundo, cada día más numerosas, que quizá sin excesivo análisis político, se sienten no solo descontentos sino avergonzados e indignados de los usos y abusos que tantos políticos que se proclaman democráticos llevan a cabo a la luz del sol, sin ni siquiera ocultarlo y no pocas veces con la connivencia de la propia justicia que participa y sin pudor del mismo festín. Eso lleva a la gente más sencilla a decir con desdén que “todos son iguales”.

No lo son, pero sí es cierto que el crecimiento de la nueva extrema derecha empieza a aparecer como respuesta al desprestigio universal al que han resbalado los verdaderos valores de la democracia y de las libertades individuales y colectivas sin las cuales las sociedades acaban no solo descorazonadas sino que desempolvan sus peores instintos de violencia.

Son aquellos instintos que todos arrastramos desde la aparición del Homo sapiens y ante los que solo los valores de la cultura, del diálogo y de la solidaridad universales pueden servir de dique seguro contra esa ola de violencias, de todos las tonalidades, que amenazan con hacer invisible nuestro pequeño planeta y acaban envenenando nuestra convivencia, desempolvando amenazas trágicas y sangrientas del pasado que creíamos eliminadas para siempre.

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