Nacer hermano tuyo
Nunca me había sentido orgullosa de ser nada de nadie hasta que, cuando tenía diez años, nació el tío Javi y supe lo que era ser hermana, su hermana. Por eso sé que te estamos haciendo el mayor de los regalos
Me piden desde el periódico que emplee esta última columna en anunciar eso, que esta será mi última columna en unos meses, y yo no sé cómo hacerlo. Podría, quizá hasta debería, usarla para darle las gracias a los lectores. A los que me leen con cariño, a los que lo hacen con rabia y a los que discrepan desde la caridad y el respeto. A los que han recortado alguno de estos escritos, como hace mi padre con los de Manuel Vicent o Irene Vallejo, dándoles un retuit analógico, a los que los han mandado por WhatsApp e incluso a los que han pedido que me echen de estas páginas por motivos variopintos.
Me piden desde el periódico que anuncie que esta será mi última columna en un tiempo y no sé cómo resolverla. Igual podría encajar el mensaje en una crítica a lo cortas que son las bajas por maternidad en nuestro país, quizá podría confesar que ahora mismo no necesito los 100 euros por hijo de la nueva ayuda gubernamental y que hay quien necesita 200, tal vez podría escribir del disco de Rigoberta Bandini, pero la realidad es que lo único que quiero es hablar de ti. Hablarte a ti, más bien.
Estos son los últimos días que pasamos siendo tres en casa y no sé si lo sabes o no. Cuando nos bañamos juntos me señalas la tripa y dices “bebé”, y cuando coges el sonajero o el conejito de madera lo repites, “bebé”, porque esos son los juguetes que le tienes reservados. Incluso a veces le echas la culpa del grafiti que hiciste en el cuarto, al lado del cambiador, así que sospecho que, aunque no tienes ni año y medio, algo sabes sobre lo que viene; ya eres consciente de que llega alguien con quien, como mínimo, podrás repartir la culpa.
A papá y a los abuelos y a mí también nos tendrás que repartir, y es por eso que solo pienso en escribirte y en que, aunque hace meses que te autodenominas “nene”, dejarás de ser un bebé cuando lo veas a él por vez primera. Ni tú ni él lo recordaréis, seguramente en unos años ni siquiera tengas recuerdos previos a su llegada. Pero tu padre y yo y quizá el abuelo o la abuela, e igual hasta una enfermera que ande por allí sabremos al verlo que ese será uno de los momentos más bellos de vuestras vidas.
Nunca me había sentido orgullosa de ser nada de nadie hasta que, cuando tenía diez años, nació el tío Javi y supe lo que era ser hermana, su hermana. Por eso sé que te estamos haciendo el mayor de los regalos, pero aun así hay veces que no puedo evitar, fíjate qué tontería, culparme por no haber esperado más, por ir a hacerte mayor tan rápido, por tener que decirte, de aquí a unos días, que aún no puedo leerte El pollo Pepe porque tu hermano tiene gases. Por ir a convertirte tan pronto en el niño Quico del libro de Miguel Delibes.
Antes de nacer, antes, incluso, de estar en mi tripa, te escribí una carta. En ella te contaba todo lo que te iba a enseñar, todo lo que haríamos juntos cuando llegaras. Te hablaba de que venimos de un país en el que la calle es un fin en sí mismo y no un medio para llegar de un sitio a otro, de una tierra que parece un manto de esparto, de una familia de quincalleras, feriantes y campesinos. Sin embargo, al bebé que llega, como a todo el mundo desde que naciste, solo quiero hablarle de ti. De tu alegría, de que vamos a enseñarle tu columpio favorito. De la suerte que ha tenido por nacer hermano tuyo.
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