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Columna
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Brecha sexual

La sexualidad también está condicionada por la ideología, la política, nuestra visión del mundo y por eso tiene que estar en el debate público si queremos deshacernos de los viejos esquemas

Emma Thompson y Daryl McCormack, en 'Buena suerte, Leo Grande'.
Emma Thompson y Daryl McCormack, en 'Buena suerte, Leo Grande'.
Najat El Hachmi

Ni orgías multitudinarias ni prácticas extremas; lo más transgresor en estos momentos es una mujer mayor expresando su deseo o, peor aún, exponiendo honestamente su falta de satisfacción sexual. Por eso es imprescindible la película Buena suerte, Leo Grande, donde la gran Emma Thomson desnuda con maestría al personaje que encarna: una mujer ya jubilada y viuda que decide contratar a un joven prostituto para disfrutar y experimentar todo lo que no pudo en su largo y respetable matrimonio. Se confirma en esta historia la gran estafa de la represión y sus consecuencias a largo plazo. No sé de dónde surgiría esta idea tan humana y tan estúpida de ahogar el placer hasta casi asfixiarlo. La moral que odia el cuerpo y cualquiera de las pulsiones que nos atan a la vida denigra al deseante, más si es mujer, y menosprecia al deseado, ensucia y sume en el oscurantismo todo lo relacionado con la sexualidad que no sea meramente procreadora y difunde la idea de que cualquier práctica que se desvíe de lo considerado correcto y normal entra dentro del terreno de lo perverso.

Una de las cosas que más le agradezco a la película es que sea sincera sobre un asunto en el que cuesta mantener conversaciones honestas. Tal vez porque es difícil hablar de sexo sin exponer nuestra intimidad de algún modo, no es un tema del que podamos hablar de oídas o con ejemplos ajenos. También porque en esta parte del mundo se da por sentado que la revolución de los sesenta alcanzó a todos por igual pero no siempre el sector más abierto, más liberado de la población es el mayoritario y en cuántos pueblos y barrios no siguen imperando los rancios valores de antaño.

La sexualidad también está condicionada por la ideología, la política, nuestra visión del mundo y por eso tiene que estar en el debate público si queremos deshacernos de los viejos esquemas. No serán pocas las mujeres que sientan alivio al poder confesar al fin que ellas también son Nancy Stokes, que nunca tuvieron un solo orgasmo o que las relaciones con sus maridos fueron tremendamente decepcionantes. Lo curioso es que en este caso la vergüenza de la frustración sexual recaiga en quien la ha sufrido y no en los pésimos amantes. En castellano hay una palabra muy fea para las mujeres insatisfechas: malfolladas. Pero no hay ningún insulto para tantos maridos que no hicieron nunca otra cosa que caer sobre sus esposas en tristes y mecánicos misioneros.

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