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Letras Americanas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Extranjeros, carpinteros y corruptos

En otra entrega de ‘Letras Americanas’, el boletín sobre literatura latinoamericana de EL PAÍS América, Emiliano Monge escribe sobre la violencia y la corrupción de la región retratada por la literatura actual

Emiliano Monge
El escritor guatemalteco Rodrigo Fuentes.
El escritor guatemalteco Rodrigo Fuentes.RR.SS.

Esta es la versión web de Letras Americanas, el boletín de EL PAÍS América que recorre cada 15 días las novedades de Río Bravo a la Tierra del Fuego. Para recibirlo cada domingo puede suscribirse en este enlace.

“Como escritor, parecería usted estar obsesionado con la violencia”, aseveró hace años un famoso entrevistador enviado por The Paris Review a casa de William Faulkner.

“Aseverar eso es tan estúpido como decirle a un carpintero que está obsesionado con su martillo”, respondió el viejo escritor, que no debía estar del mejor de los humores, sentenciando el asunto y dejando ver, de paso, en aquel puñado de palabras, el corazón mismo de su quehacer.

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Los carpinteros, sin embargo, podría haber atajado el entrevistador si no se hubiera visto sorprendido por la virulencia de la respuesta de su entrevistado, poniendo como ejemplo, además, a aquel tablajero con el que arranca Mientras agonizo —junto con El ruido y la furia, me parece, el libro de Faulkner que más impacto ha tenido en nuestras literaturas—, es decir, a aquel hombre que da forma al cajón en el que reposará la madre de la familia, aunque después de cruzar los Estados Unidos dentro de ese mismo ataúd y en calidad de fresco cadáver, no sólo poseen y están obsesionados con su martillo.

Es decir, debería haber continuado el entrevistador, si no se hubiera empequeñecido, si se hubiera dejado enfurecer ante las pulgas del que, seguramente y con perdón de James Joyce y Virginia Woolf, antes de él, y de Malcolm LowryUrsula K Leguin y Cormac McCarthy, después, sea el escritor en lengua inglesa que más influyó sobre nuestras coordenadas a lo largo del siglo XX —García Márquez lo dijo de otra manera: “El método faulkneriano es muy eficaz para contar la realidad latinoamericana. Es decir, nosotros estábamos viendo esta realidad y queríamos contarla y sabíamos que el método de los europeos no servía, ni el método tradicional español; y de pronto encontramos el método faulkneriano, adecuadísimo para contar esta realidad. En el fondo, no es raro porque el condado de Yoknapathawpa tiene riberas en el caribe; así que de alguna manera Faulkner es un escritor del Caribe, un escritor latinoamericano”—.

Pero volvamos algunas líneas más arriba: es decir, decía que debería haber dicho el entrevistador de haberse puesto valiente, los carpinteros tienen otras herramientas con las que están igualmente obsesionados. El cepillo y el serrucho, por ejemplo. O la cinta métrica, el nivel, las escuadras, las cuñas y ni qué decir de los clavos. Claramente, eso es aún más estúpido, habría respondido Faulkner, entonces: puede ser que estén obsesionados, los carpinteros, con el serrucho y el cepillo, pero con la cinta métrica, el nivel y las escuadras, no. Es más, un buen carpintero no necesita estas últimas, porque puede suplirlas con el oficio, igual que un buen escritor elige a ojo el arco de su narración, el balance de aquello que cuenta y los soportes de la historia. Con respecto a los clavos y las cuñas, el asunto es totalmente distinto. Y es que, al quedar ahí, al formar parte de la obra final, físicamente, se vuelven material, lo mismo que la madera y el pegamento. Los clavos y las cuñas son, pues, lo que son las palabras y los silencios.

Las otras herramientas

Si aceptamos que la violencia es el martillo —uno escucha retumbar sus golpes, que pueden alcanzar distintos tonos, así como ser causados tanto por el choque material como por el emocional, desde Tomochic hasta Pedro Páramo y Los recuerdos del porvenir, desde el Martín Fierro hasta Los siete locos y Zama, pero también en obras mucho más recientes como Racimo, de Diego Zúñiga, La desaparición del paisaje o Miles de ojos, de Maximiliano BarrientosNefando, de Mónica Ojeda, Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara o Mapa de otros mundos, de Rodrigo Fuentes—, ¿cuáles serían ese serrucho y ese cepillo con los que los escritores también podríamos estar obsesionados? Olvidándonos del periodista, de Faulkner y de las influencias de otras lenguas en la nuestra, es decir, atendiendo a las coordenadas que interesan en esta newsletter, una respuesta —aunque claro, habrá muchas otras tan correctas como esta— podría ser la corrupción y el despojo. Corrupción y despojo, asuntos que, como la violencia, nos han obsesionado desde la Brevísima relación de la destrucción de las Indias y los Comentarios reales de los incas del inca Garcilaso de la Vega y cuyos rechinidos y chirriares se escuchan en libros tan recientes como Huaco retrato, de Gabriela Wiener, Guerras del interior, de Joseph Zárate, Roza tumba quema, de Claudia Hernández y, otra vez, pero no por casualidad, Mapa de otros mundos, de Rodrigo Fuentes, novela que vio la luz recientemente en Guatemala y que, más allá de la violencia y del despojo, es un verdadero fresco de la corrupción.

Centrémonos, entonces, por eso, en el serrucho y dejemos de lado el cepillo, como hicimos con el martillo, es decir, de un solo golpe, o como hicimos, también de un solo golpe, con el periodista, con Faulkner y con las influencias de otras lenguas —antes, además, de complicarnos aún más y empezar a hablar de las influencias de otras lenguas y de Clarice Lispector, Witold Gombrowicz o André Breton—. Centrémonos, decía, en la corrupción, pues sobre el despojo hablaremos, claro, en alguna otra entrega de estas Letras americanas, para enfocar así la novela de Rodrigo Fuentes, asumiendo, como hace el autor guatemalteco, que, al igual que en la metáfora de la violencia, la corrupción no es tan solo un suceso puntual y en el campo de lo material, sino que es un acontecimiento que se alarga en el tiempo y que tiene lugar, también, en el campo de lo cultural, las emociones y las identidades. Y es que ese tipo de corrupción, que parte de lo económico y de lo político para infectar lo moral e incluso lo religioso y que de algún modo parte, también, del ámbito privado para infectar el de lo social y volver después como bumerán que golpea, otra vez, lo privado y lo social, en un ciclo sin fin, así como fue una obsesión para las literaturas virreinales, de los siglos de las independencias y, cómo no, del siglo XX —a finales del cual se desdobló hasta alcanzar géneros tan diversos como la novela histórica, el realismo mágico, la novela negra y la ficción especulativa—, es la obsesión que da lugar a Mapa de otros mundos.

Mapa de otros mundos

En Mapa de otros mundos Rodrigo Fuentes cuenta dos historias: la del choque de la corrupción con un país que es el suyo y la del choque de la corrupción con una familia que es la suya. Dicho de otro modo: la historia de cómo impacta la corrupción a una intimidad y la de cómo impacta a una nación. Para hacerlo, confecciona una caja dentro de otra, al interior de la cual hay una más: la primera contiene la historia de su padre, ex ministro detenido tras ser indiciado junto con todo un gabinete por el supuesto desvío de fondos en un proyecto de transporte; la segunda cuenta la historia de su abuelo —asesinado por orden del dictador Romeo Lucas García—, a través de las voces de la tía y de la madre del autor, y la tercera cuenta la del propio autor, que de golpe se encuentra ante un doble abismo, es decir, ante un precipicio y un risco insalvable: el posible encarcelamiento de su padre y las dudas que nacen dentro de él, el autor, ante una lucha en la que creía ciegamente: los procesos anticorrupción de la CICIG.

Lo que vuelve poderosa y memorable a la novela de Fuentes, sin embargo, no es solo la doble historia, por más que esta lo sea: un hijo asiste al juicio y al desmoronamiento no solo de su padre sino de su mundo, ni es el hecho de que la corrupción —como ya vimos, esto ha sucedido una y otra vez en la historia de nuestras literaturas— sea el serrucho que empuña el autor, ni siquiera se debe al hecho de que el ojo del escritor, como si hubiera escrito docenas de novelas antes y no fuera esta la primera, trace un arco narrativo complejo y enhebrado precisamente, mientras alcanza un balance de relojero entre aquello que cuenta y los soportes con los que lo hace: el mayor acierto de Mapa de otros mundos está en los clavos y en las cuñas.

Y es que Fuentes consigue, a través de las palabras y de los silencios, de lo que dice y de lo que calla, de cómo dice y de cómo calla, a través, pues, de esos elementos en principio ajenos, pero que al final, tras introducirlos y convertirlos en parte del material físico de Mapa de otros mundos, dar forma a una novela en la que importan tanto las preguntas que nacen al cerrar el libro como las que se nos imponen durante la lectura: ¿estamos condenados a que la corrupción infecte incluso los procesos que buscan acabarla?

Es un logro improbable, complicado y digno de celebrarse: el lenguaje y la brutal honestidad del escritor, los silencios y la vulnerabilidad del narrador personaje, que comparte con el lector su sorpresa y sus incertidumbres, nos hacen ver de forma similar la enfermedad y la cura.

Y es que la justicia que deberá poner fin a la injusticia, en nuestros países —como en la literatura de nuestros países— no puede tener cualquier forma.

Coordenadas

Mapa de otros mundos fue publicado por SophosHuaco retrato, Las aventuras de la China Iron, Racimo y Algo nuestro sobre la tierra fueron publicados por Random House. Miles de ojos fue publicado por El Cuervo, mientras que La desaparición del paisaje por Periférica. Nefando vio la luz gracias a Candaya, así como Roza, tumba, quema a Laguna y Sexto Piso. Del resto de libros mencionados, se encuentran múltiples ediciones.

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