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Columna
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Moscú-Pekín, el nuevo Eje

Es en la retaguardia donde las guerras se cobran las víctimas más altas. Vladímir Putin y Xi Jinping también se juegan su futuro

Imperios
Vladímir Putin y Xi Jinping, el pasado febrero en Pekín.Alexei Druzhinin (AP)
Lluís Bassets

A los imperios no les gustan las alianzas permanentes. Prefieren repartirse el botín de las guerras y el mundo en áreas de influencia. Le sucedió a Estados Unidos con la Alianza Atlántica, imaginada desde los instintos más imperiales como exclusivo instrumento, quizás coyuntural, para dominar a Europa y frenar a la Unión Soviética.

Las alianzas imperiales se piensan desde la sumisión de los aliados o desde la confluencia estratégica pero circunstancial con otros imperios. Así sucedió entre Berlín, Roma y Tokio en el Pacto Tripartito de 1940 con el que coordinaron sus esfuerzos bélicos y sus ambiciones sobre Europa, el Mediterráneo y Asia, respectivamente. Y así está sucediendo ahora entre Moscú y Pekín, nuevo Eje de la guerra mundializada que estamos sufriendo.

Vladímir Putin y Xi Jinping son la pareja geopolítica de moda. Comparten ambiciones imperiales e idénticos adversarios que se oponen a sus apetencias expansionistas en Europa y en Asia. El cumpleaños del presidente chino, 69 años, unos meses mayor que el ruso, nacido en octubre, ha sido ocasión para que este nuevo Eje se reafirmara en sus propósitos compartidos, respecto a la soberanía, la seguridad y, según el comunicado oficial, “las cuestiones que más les preocupan”.

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Su conversación de cumpleaños es la respuesta al tren nocturno que condujo a Macron, Scholz y Draghi a Kiev, donde Ucrania recibió el espaldarazo a su candidatura europea. El Eje tiene respuestas para todo: una semana antes de la cumbre de la OTAN en Madrid, Pekín celebrará la cumbre de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), resucitados coyunturalmente de su marasmo, aunque solo vía video. A excepción de Rusia y China, los BRICS son ahora sinónimo de quienes miran los toros desde la barrera, a la espera de los beneficios que puedan sacar de la sangre vertida en la plaza.

La idea que Xi y Putin tienen de la soberanía y de la seguridad es la misma. Imperiales y con pretensiones de hegemonía que desbordan sus fronteras. Las rusas se extienden sobre el espacio ex soviético e incluso la entera Europa. Las chinas sobre Taiwán y el Mar de la China Meridional, es decir, el continente asiático. Ambos quieren echar a Estados Unidos de su vecindario y someter a sus vecinos al papel que tuvo Finlandia en la Guerra Fría. Esas dos autocracias no soportan el espejo de la democracia y temen su mal ejemplo, especialmente cuando crece demasiado cerca, sea en Ucrania o sea en Hong Kong.

Al alimón trabajan por un nuevo orden mundial autoritario. Pero saben también que las guerras suelen cobrarse las víctimas más altas en la retaguardia. Putin se juega su presidencia vitalicia y Xi su tercer mandato, que debe renovarse este próximo otoño y ya empieza a suscitar dudas en Pekín. Para ambos esta es la cuestión más preocupante y de ahí que se sientan hermanados en sus propósitos de mantenerse y perpetuarse en el poder.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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