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Tribuna
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La politización de la Monarquía

Si la institución quiere sobrevivir a largo plazo, es probable que deba realizar un gran esfuerzo en dos direcciones: alejarse decididamente de la imagen de impunidad del rey emérito y atraer a un electorado culturalmente liberal

La politización de la monarquía / Javier Carbonell
Quintatinta
Javier Carbonell

La polémica vuelta del rey emérito evidencia la polarización de la sociedad con respecto a la institución de la Monarquía. ¿Puede sobrevivir la Corona ante la pérdida de la transversalidad? La Monarquía ha sido tradicionalmente una de las instituciones mejor valoradas por los españoles. Sin embargo, más que poseer una devoción por la realeza, la sociedad española ha aceptado pasivamente la institución por dos razones principales: por un lado, por el rol que tuvo durante la Transición y, por otro, debido al gran consenso mediático y político que dejaba fuera del debate político a la Corona. Este “consenso permisivo” se rompió a causa de los casos de corrupción de Urdangarin y de Juan Carlos I, incrementado por la impunidad de la que este último parece disfrutar.

Sin embargo, los problemas de la Monarquía española vienen de lejos y no solo se deben a cuestiones coyunturales. La pérdida de apoyo a la Monarquía no ha sido homogénea entre la población, sino que, como explica Lluís Orriols, la institución vive una triple crisis ideológica, territorial y generacional. Los votantes de izquierda, los más jóvenes y los catalanes, navarros y vascos evalúan negativamente a la institución. Es decir, se ha politizado con base en un eje cultural: aquellos con posiciones culturales más liberales ya no solo no aceptan pasivamente a la institución, sino que se oponen a ella decididamente. Por su parte, los más conservadores en cuestiones culturales han salido en defensa del rey emérito con aplausos a su llegada y volviendo a publicar en redes vídeos en los que se repite: “¡Viva el rey!”. La clásica posición de aquellos que no eran monárquicos convencidos, pero a los que no les importaba la continuidad de la Corona es cada vez menos común.

Los partidos no solo se han hecho eco de esta politización, sino que la han profundizado, especialmente las formaciones en los extremos. Vox parece decidido a poner el foco de su discurso sobre el rey, especialmente en su carácter de símbolo de unidad nacional. Santiago Abascal, por ejemplo, terminó con un “¡Viva el Rey! ¡Viva España!” la manifestación que convocó en 2019 bajo el lema “España existe”. Más recientemente, el partido ultra ha defendido su vuelta como algo de “absoluta normalidad”. Es muy probable que la identificación de la Corona con la Constitución y con la unidad de España tenga como consecuencia que cualquier crítica al rey sea considerada como un ataque a la nación española y a su Ley Fundamental. En este sentido, Feijóo afirmó que los críticos con el rey emérito solo lo hacen “como coartada para erosionar la Constitución española y la jefatura del Estado”. Es decir, que el PP también se ha visto obligado a abandonar su tradicional estrategia de no involucrarla en asuntos políticos para pasar a defenderla explícitamente en los mismos términos que la extrema derecha.

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Por su lado, Unidas Podemos tiene incentivos para politizar este debate, puesto que a la izquierda radical no le suele ir bien electoralmente tras pertenecer como socio minoritario a un Ejecutivo de coalición. Sin embargo, la lucha contra la corrupción y contra el establishment institucional son claramente elementos de los que Podemos ha hecho bandera. En este contexto, al conectar la Monarquía con la corrupción, podría buscar diferenciarse de los socialistas, enarbolando la bandera de la república en un momento en el que electorado de izquierdas está cada vez menos identificado con la Corona.

El PSOE es el actor crucial en este escenario. Aunque tradicionalmente ha sido un partido monárquico, una defensa de la Monarquía ante un caso claro de corrupción le devolvería la imagen de viejo partido de la que trata de huir y alienaría a buena parte de su electorado, que no es favorable a la Monarquía. Las divisiones de su electorado se reflejan también entre sus dirigentes, como muestra la petición de explicaciones al rey emérito de Isabel Rodríguez o la advertencia de Emiliano García-Page de “cebarse” contra Juan Carlos I. Los socialistas enfatizan el mensaje de tolerancia cero frente a la corrupción, pero mantienen un perfil bajo con respecto a la institución a la espera de que pase la tormenta y otros asuntos ocupen la agenda pública.

El apoyo y el futuro de la Monarquía no dependen tanto de las virtudes o defectos de la forma de gobierno como de con qué valores se asocia la institución. Pocos republicanos creen que sus vidas mejorarán mucho con una elección del presidente de la república, pero muchos sí ven injusto que una familia disfrute de unos privilegios que ha obtenido únicamente por nacer y de los que algunos de sus miembros han abusado reiteradamente. Por otra parte, pocos monárquicos creen en los derechos reales o a pocos les dolería imaginarse a España sin un rey del mismo modo en que les costaría a los ingleses. La defensa del rey se hace como símbolo de la unidad de la nación y como representante de la tradición y los valores más tradicionales. Sin embargo, cuanto más se ahonde en esta politización, cuanto más se asocie a la Monarquía con su pasado corrupto y con los valores tradicionales, más peligra su continuidad en el futuro.

La intención del rey emérito de “normalizarlo todo” es posible que solo ahonde en la normalización de la politización de la institución. El intento de la Casa del Rey de mantener un perfil bajo no parece que vaya a ser suficiente para recuperar el consenso y la despolitización que la protegía. Una institución que, por definición, debe ser transversal, no puede sobrevivir a su politización.

Si la Monarquía quiere sobrevivir a largo plazo, es probable que deba realizar un esfuerzo muy grande en dos direcciones. La primera y más inmediata sería alejarse decididamente de la imagen de corrupción e impunidad del rey emérito. Sin embargo, aunque Felipe VI goza de buena reputación, si no logra impedir que Juan Carlos I acabe volviendo a España será muy difícil desligar la imagen del hijo de la del padre. La segunda dirección sería transformar su imagen conservadora y atraer a ese electorado culturalmente liberal a través de abrazar causas como el ecologismo, el feminismo (enfatizando, por ejemplo, que Leonor sería la primera mujer en ocupar el trono en más de un siglo) o la diversidad lingüística de España (por ejemplo, a través de discursos en catalán). No obstante, las estrategias superficiales de green y pinkwashing son cada vez menos creíbles por una población que, ante la crisis institucional, demanda cambios de verdad.

Aunque los debates sobre la Transición y las bondades y defectos de la Corona no han desaparecido, la corrupción y los valores culturales están cada vez más en el centro del debate sobre la institución. Ahora, la vuelta del rey emérito ha centrado las discusiones entre críticos y defensores de la Monarquía sobre la impunidad ante la ley, pero son los valores culturales asociados al rey los que darán que hablar en el futuro.

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