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columna
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Condecoraciones

Escribí cosas hoscas, quizá injustas, desde luego impertinentes contra Madrid, la ciudad a la que culpaba de haberme robado la niñez. Pero ella no se dio por enterada ni me devolvió mi antipatía

Fernando Savater
Fernando Savater agradece la recepción de la cruz, durante el acto de entrega de medallas de la Comunidad de Madrid.ÁLVARO GARCÍA
Fernando Savater

A mi edad las condecoraciones llegan junto a los achaques: el mérito que distinguen más inequívocamente es la supervivencia. Aunque me fastidie dar la razón a Camilo José Cela, admito que en España el que resiste suele ganar. Esta consideración rebaja el trip narcisista, pero no voy a negar que recibir la Cruz del Dos de Mayo de la Comunidad de Madrid me agrada más de lo que mi falsa modestia quisiera reconocer. Sin embargo, también me hace reflexionar sobre este país al que pertenezco en cuerpo y alma. Verán ustedes, por una rabieta biográfica —verme alejado de San Sebastián en la adolescencia— nunca he tenido una relación entusiasta con Madrid. El traslado de mi familia a la capital coincidió con el final irreversible de mi infancia y las primeras muertes entre mis familiares más queridos, así como el despertar de una conciencia política que chocó con la realidad abrupta de la dictadura franquista. Por supuesto de nada de esto tuvo la culpa Madrid, pero a mí me dio por cargar a su cuenta los fastidios de la vida adulta que estrenaba. Escribí cosas hoscas, quizá injustas, desde luego impertinentes contra la ciudad a la que culpaba de haberme robado la niñez. Pero ella no se dio por enterada ni me devolvió mi antipatía. La cruz generosamente concedida esta semana fue precedida hace casi una década por un premio literario también de la Comunidad… Cuanto más me empeño en sentirme desterrado en el célebre “poblachón manchego” más recibo aquí lecciones de tolerancia y libertad.

He escrito todo un libro y muchos artículos piropeando a San Sebastián, he sido fiel a la Yeguada Donostiarra, incluso creo haber celebrado algún triunfo de la Real sin haber visto un partido en mi vida. He luchado contra los que asesinaban a mis convecinos, arrostrando algunos riesgos. Pero todo se diluyó como lágrimas en el sirimiri… Ahora, si pudiese, yo condecoraría a Madrid.

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