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Los idus de marzo

Al ceder ante la fuerza bruta o híbrida, los males solo se evitan a corto plazo, pero al precio de incentivarlos en el futuro. Si se cede ante Putin y Rabat, estos podrán considerarse autorizados para volver a intentarlo

La bancada socialista aplaude a Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados.
La bancada socialista aplaude a Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados.Claudio Alvarez
Enrique Gil Calvo

Sabido es que el lema que orienta la carrera política de Pedro Sánchez es “César o nada”. Bajo su inspiración reconquistó el liderazgo de su partido, desbancó a Mariano Rajoy con una moción de censura, fue investido con una coalición Frankenstein y logró aprobar sendos presupuestos que le garantizan el poder hasta 2023. Y como su modelo Julio César, también su estrella ha estado a punto de extinguirse en los idus de marzo, cuando la conjunción de múltiples crisis conexas (Ucrania, inflación, energía, huelga de transportes y “giro” del Sáhara) amenazó con fulminarle, tras verse acorralado por tirios y troyanos que le acosaban a derecha e izquierda. Pero, sin embargo, ha logrado sobrevivir, tras acometer en solitario dos lances increíbles y arriesgados: su plante ante Bruselas exigiendo la “excepción ibérica” y su carta al Rey de Marruecos aceptando su soberanía sobre el Sáhara Occidental.

Tanta muestra de audacia sorprendió a todos, pues tras quedarse solo ante el peligro hace un año por la deserción de su vicepresidente Pablo Iglesias, que hasta entonces le sacaba las castañas del fuego, su ejercicio del poder se ha venido caracterizando por hacerse el remolón con extrema cautela, de acuerdo al esquema de la cogobernanza que delegaba en las comunidades autónomas la toma de las decisiones más arriesgadas. Y así pareció también que sucedía ahora en los idus de marzo, al verse desbordado con impotencia por su tardanza en adoptar las más urgentes respuestas. Pero finalmente se lio la manta a la cabeza y, sin encomendarse a nadie en modo llanero solitario, se decidió a tomar el toro por los cuernos, pidiendo ayuda a Rabat y a Bruselas.

Y si la iniciativa de sus apuestas la tomó a solas, sin consultar con rivales ni aliados, también se ha quedado solo al enfrentarse a sus consecuencias, pues literalmente no ha habido nadie que haya aprobado su giro ante Rabat. Un giro copernicano que Sánchez ha justificado por puro realismo pragmático, defendiendo la idea de que es el menor de los males, por inmoral que parezca, como única forma de evitar los múltiples daños que se derivarían de persistir el actual statu quo. Un argumento curiosamente análogo al utilizado por Podemos para oponerse al envío de armas a Ucrania: una negativa de auxilio a los demócratas invadidos que solo se justifica como mal menor, a fin de evitar que continúen siendo masacrados por su agresor.

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Así, tanto Sánchez como Iglesias optan por ceder ante la fuerza (bruta en el caso de Vladímir Putin, “híbrida” en el de Rabat, que no ataca con bombas, sino con inmigrantes) solo para evitar males mayores. El problema es que, al ceder ante la fuerza bruta o híbrida, esos males solo se evitan a corto plazo, pero al precio de incentivarlos en el futuro. En efecto, si se cede ante su presión, Putin y Rabat podrán considerarse autorizados para volver a intentarlo en adelante, elevando la apuesta y el coste de su coacción. Tras la rendición de Ucrania vendría la invasión de Lituania, y tras la reclamación del Sáhara vendrá la de Ceuta y Melilla. Es el juego del chantajista, que no se puede eludir más que resistiendo al chantaje. ¿Será Sánchez capaz de resistir ante Rabat?

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