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ELECCIONES EN COLOMBIA
Columna
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Una Colombia sin Uribe

El expresidente, que manejó a Colombia como si fuera su finca durante más de 20 años, es el gran derrotado en elecciones del 13 de marzo

El expresidente de Colombia, Álvaro Uribe
El expresidente de Colombia, Álvaro Uribe, habla durante un encuentro del partido político Centro Democrático, el 15 de marzo, en Bogotá.Mauricio Dueñas Castañeda (EFE)
María Jimena Duzán

Su derrota fue demoledora. Le fue mal con su partido, con su candidato y con la opinión pública. Su partido, el Centro Democrático, perdió no solo el puesto que detentaba como la colectividad con el mayor número de curules en el Congreso. También perdió su honra. El uribismo fue superado en votación por el partido de izquierda que lidera Gustavo Petro, el candidato que la derecha no puede ni ver en pintura. En el Senado perdió cinco escaños, pero su mayor descalabro lo tuvo en las cámaras, consideradas como la base fundacional para construir cualquier proyecto político porque es en donde se representa el voto de las regiones. Allí, el uribismo, que siempre había sido muy fuerte en las regiones, se desplomó como un castillo de naipes.

A su candidato presidencial, Oscar Iván Zuluaga, le fue peor. Fue elegido luego de un proceso interno no muy transparente en el que intervino Uribe, con su dedazo, pero su candidatura nunca despegó. Sus bailes impostados en Tiktok, en los que se le veía entre incómodo y ridículo, tampoco le ayudaron. Sin embargo, no todo fue su culpa. Ser el candidato de Uribe tiene sus costos en la Colombia de hoy. El expresidente tiene la imagen más baja de toda su carrera. Uribe ya no embruja. Tampoco emociona a las multitudes como lo hacía en las épocas de presidente en que su teflón le sirvió para justificar sus abusos de poder. Su caída comenzó cuando se firmó la paz con las FARC, porque Uribe se quedó sin enemigo. Hoy ni siquiera calan sus mentiras que tanto le sirvieron en el pasado para mantener atemorizado al país. Ni el miedo al castrochavismo, ni el miedo a Petro que tanto exacerbaron, les funcionó, porque el domingo los colombianos salieron a votar por otros, pero sobre todo por Petro y por una líder afro que sacó más votos que Sergio Fajardo en la consulta del centro: Francia Márquez.

Quién lo creyera. Al Uribe de hoy le ha tocado mendigar sus votos. Cada vez que hizo campaña por su partido, acabó increpado por la gente que lo rechazó. A su candidato invisible, también se le dio esa misma medicina.

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Cómo será el lastre que carga Uribe, que su candidato ni siquiera fue aceptado en la consulta que aglutinó a los candidatos de la derecha colombiana. Y fue rechazado no propiamente porque no supiera el baile del Tiktok, sino porque tenían la certeza de que si el candidato uribista aterrizaba en su pista podía quitarles votos. Este lunes, un día después de que se eligiera a Federico Gutiérrez como el candidato de la coalición de la derecha, el arrinconado candidato de Uribe tuvo que renunciar para adherir a ese nombre. Así de humillante ha sido la derrota del expresidente.

Hay quienes afirman que Uribe nunca apoyó a su candidato y que su gallo tapao siempre fue Federico Gutiérrez, el exalcalde de Medellín que tiene pinta de ser una nueva versión de la derecha light que tan bien enarbola Iván Duque.

De todas formas, ni un gallo tapao puede ocultar el hecho de que el uribismo, la fuerza que ha puesto los últimos tres presidentes en Colombia, se quedó por primera vez sin candidato y que la derecha, siempre tan acostumbrada a acomodarse en el poder, por primera vez está en problemas. Como puede, intenta agruparse en medio del ocaso lánguido del Gobierno de Iván Duque que se va a ir del poder con el palmarés de ser la administración que no quiso implementar el acuerdo de paz, que no pudo controlar los rebrotes de violencia y que gobernó durante la pandemia para los más ricos.

Uribe, que todavía no entiende que este país ya no le copia, ha salido a insinuar que los verdaderos responsables de la derrota de su partido y del fracaso de su candidato son los que se han ensañado contra él y le han afectado su reputación. Para el expresidente, la culpa de su desgracia es de los periodistas que lo indagaron y de los magistrados que le abrieron una investigación por manipulación de testigos y en la que hay evidencias de sus relaciones con el bajo mundo y con abogados de narcos.

La reputación de Uribe no se la dañó el periodismo independiente, ni los magistrados que lo han investigado. La fue acabando su obsesión por querer ser la eterna imagen del poder, por oponerse al proceso de paz con argumentos falaces y por habernos llenado de miedo. El domingo la gente votó por otra Colombia.

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