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Columna
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La obsesión mortal de Casado

El líder del PP se obsesionó con sobrevivir dentro de su partido, convencido de que Sánchez acabaría cayendo por su propio peso. Y al final ha caído él

Crisis PP
Teodoro García Egea, José Luis Martínez-Almeida, Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado en la noche electoral del 4 de mayo de 2021 en la sede del PP en Madrid.Samuel Sánchez
Ricardo Dudda

Lo más importante es ganar elecciones. Feijóo y Ayuso ganan elecciones. El presidente de Galicia obtuvo una mayoría absoluta en 2020, un resultado cada vez más complicado en el multipartidismo polarizado actual; la presidenta de Madrid, por su parte, rozó la mayoría absoluta también el año pasado. Por eso es muy probable que ellos sean el futuro del PP (el primero quizá antes que la segunda, que ha quedado manchada temporalmente por la crisis). Casado no puede alegar algo parecido. Lidera la oposición al Gobierno de Sánchez de manera esquizofrénica y errática. Su pecado es mayor si tenemos en cuenta que Sánchez es un presidente al que es fácil atacar: en su gestión de la pandemia, en sus maneras pseudoautoritarias y falta de transparencia.

Casado ha pasado de liderar una especie de renovación ideológica en el partido (dar la batalla de las ideas, convertir el PP nacional en una especie de filial del partido en Madrid, donde siempre se ha caracterizado por un neoliberalismo ibérico caciquista) a simplemente aguantar. Quien más le ha ayudado a aguantar ha sido su secretario general, Teodoro García Egea, que ha desplegado todo su poder de “fontanero” ultracontrolador obsesionado con el micromanagement.

A veces la política española sorprende. Sumergida en un bucle autorreferencial, casi completamente ajena a la realidad y llena de incentivos tóxicos, parecía haber entrado en una nueva era postdemocrática: sin rendición de cuentas y exclusivamente obsesionada con el relato. Pero de pronto la crisis del PP ha demostrado que, en momentos clave, la verdadera fortaleza de un líder está en su popularidad y apoyo electoral. Ayuso sobrevivirá no porque haya ganado la batalla contra Casado y Egea sino porque su principal carta es su popularidad. Es algo que Casado y Egea no supieron ver al intentar tumbarla. Es una líder con un carisma muy de su época, basado en una mezcla de incorrección política y espontaneidad. La presidenta de Madrid ha quedado tocada en esta crisis, pero sería ingenuo pensar que no tiene un futuro brillante en el partido o en la política española.

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La estrategia de derribo de Casado lo ha dejado solo. Sus fieles lo abandonan y además no puede defenderse como hizo Pedro Sánchez cuando se quedó solo en 2016. Al contrario que Casado hoy, Sánchez tenía el apoyo de las bases. Casado no puede usar la carta electoral ni la popular. Solo le queda la del control del partido, que está perdiendo a toda velocidad.

Es cierto lo que escribía Lord Acton: el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Pero hay algo que corrompe casi por igual: obsesionarse con el control absoluto y no conseguirlo. La frustración de que quede un cabo suelto, en este caso Ayuso. Al ceder tanto poder interno a Egea, que quería un partido perfectamente disciplinado y jerárquico, Casado se obsesionó con sobrevivir dentro de su partido, convencido de que Sánchez acabaría cayendo por su propio peso. Y al final ha caído él.

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