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ANATOMÍA DE TWITTER
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El enigma de “esa tía” de internet

Nos encanta fantasear en las redes con el material del que están hechas las chicas que se sienten mejores, pero la auténtica revolución pasa por ser igual de mediocres

Agathe Rousselle en un momento de 'Titane'.Foto: AP

Algunos ejemplos aleatorios de lo que es “ser una tía chulísima” en Twitter: Samantha Hudson camino al juzgado mientras suena de fondo La ZowI. Las plataformas, los ombligos al aire y los selfis sugerentes en el espejo. Julia Ducournau, directora de Titane. Grabarse cantando ”Saoko, papi, saoko”. Valle de Compañeros. Los eyeliners exagerados y todo el vestuario de las chicas del instituto de Euphoria. La poeta y actriz Juana Dolores. En un mundo de barbies, una tia chulísima es la muñeca Bratz. La de los aros rizados antes que el anillo de castidad.

Más que una definición rígida, en las redes “ser una tía chulísima” es una vibración. La fantasía de ser la más guapa, la más viva y con más poderío: la mejor. Ahora que el elogio hiperbólico entre mujeres es una muleta de apoyo en la conversación digital, cuando desde otros rincones nos coreamos sin descanso lo de ”titanas”, ”crackesas” o ”menudas reinas”, ser “la tía chulísima” es un ideal de emancipación, como si todos pudieran desearnos en nuestra mejor versión.

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En internet nos encanta especular con el material del que están hechas esas tías que se sienten mejores. Desde TikTok, las nacidas más allá de 2000 se obsesionaron hace poco con descuartizar la esencia de lo que implicaba ser “that girl (”esa chica”). En la esfera del ensimismamiento, “ser esa chica” se convirtió, durante el rato que duran las obsesiones en la Red, en una cascada de vídeos que veneraban la optimización femenina, blanca y acomodada. Allí, “esa chica” era la que se levanta cada día a las 5.30, la que siempre está de buen humor porque medita y hace deporte, la que cuenta sus pasos, sabe que el ácido hialurónico va antes que la hidratante en el rostro y come tan sano que roza el trastorno alimentario. Más que una fantasía de idealización, aquello sonaba a película de terror.

Esas chavalas que se creían tan modernas, tan “jefas” de su tiempo, no estaban tan lejos de convertirse en ese espejismo de mujer adulta que tan bien argumentó la escritora Virginie Despentes en una frase larguísima pero sin desperdicio alguno en Teoría King Kong: “El ideal de la mujer blanca, seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre, delgada pero no obsesionada con la alimentación, que parece indefinidamente joven pero sin dejarse desfigurar por la cirugía estética, madre realizada pero no desbordada por los pañales y por las tareas del colegio, buena ama de casa pero no sirvienta, cultivada pero menos que un hombre, esta mujer blanca feliz que nos ponen delante de los ojos, esa a la que deberíamos hacer el esfuerzo de parecernos, aparte del hecho de que parece romperse la crisma por poca cosa, nunca me la he encontrado en ninguna parte. Es posible incluso que no exista”.

Alivia pensar que en la ficción televisiva se lleva una década ensalzando y visibilizando a las que sí existen. En el reciente ensayo Por qué amamos a las mujeres borrachas, vagas y pobres de la televisión, Sarah Hagelin y Gillian Silverman han investigado cómo las tramas de las series que más triunfan ya no son las que se centran en las cumplidoras que sueñan con ser las mejores (desde Monica Geller de Friends a Murphy Brown), sino las que empatizan con heroínas disfuncionales, erráticas y altamente identificables, como las de Fleabag, Insecure o Mare of Easttown. “En un tiempo en el que se espera que las mujeres mantengan el orden en una economía incierta, la heroína impropia es un recordatorio de que las mujeres no necesitan ser responsables, no tienen por qué superarse o ser productivas para ser valoradas”, sentencian. Un recordatorio de que, cuando se nos empuja a sostener el mundo, pero siempre desde la excelencia, la revolución de “esa tía” no será la de ser la más capaz y eficiente, sino poder ser igual de mediocre.


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