Las verdades del expolítico
La política, que tiene que ser un equilibrio entre el poder y las convicciones, es realmente solo la búsqueda desnuda del poder. Las convicciones son para los políticos jubilados
“Yo ya no soy político, puedo decir la verdad”, anunció este domingo Pablo Iglesias en un acto de precampaña en Valladolid. Ese aparente arrebato de sinceridad me recordó a otro similar del secretario general del PSOE en Andalucía, Juan Espadas, el año pasado. En una entrevista con Onda Cero, Carlos Alsina le dijo: “Entiendo que usted apoya los indultos en la medida en que el Gobierno de España ha decidido que los va a conceder. Si hubiera decidido lo contrario, usted opinaría lo contrario”. Espadas respondió con un simple “claro”. Era una confirmación real de la viñeta de Daniel Gascón en la que parafraseaba a Keynes: “Cuando mi partido cambia de opinión, yo también lo hago”. También me recordó a unas palabras del expolítico Eduardo Madina: “Tenía la sensación, en mi última etapa, de estar formando parte de un guion de una serie, que ya no atendía al principio de contradicción. Yo lo llevaba fatal cuando sabía que tenía que decir una cosa que era la contraria de algo que dije nueve meses antes.”
Hemos asumido esta situación como normal. La política, que tiene que ser un equilibrio entre el poder y las convicciones, es realmente solo la búsqueda desnuda del poder. Las convicciones son para los políticos jubilados. Al mismo tiempo, es obvio que una política exclusivamente basada en las convicciones es impracticable y poco útil: como dice la filósofa Judith Shklar, “la democracia liberal no puede permitirse el lujo de la sinceridad pública”. La hipersinceridad pública desemboca en políticos populistas con gran presencia mediática como Miguel Ángel Revilla, que afirmó recientemente que “es el viento el que trae el virus” para explicar por qué hay mayores tasas de contagios en el norte de España.
Según Shklar, damos mucha importancia a la hipocresía en política “porque es el vicio del que todos los partidos pueden acusarse unos a otros, y no dejan de hacerlo”. El partido A acusa al B de hacer algo que el propio A ya había hecho en el pasado. ¿Por qué no se frena este ciclo eterno? Porque no hay una verdadera rendición de cuentas.
Pero, si vivimos una época con menor rendición de cuentas, ¿no debería el político conducirse más a través de sus convicciones? Si no va a dimitir de ninguna manera, ¿por qué no dice lo que piensa? La respuesta está en sus superiores: los votantes quizá no le penalicen en las urnas sus constantes cambios de opinión, porque se olvidan pronto, pero si uno de esos virajes o raptos de sinceridad van contra la línea del partido o el líder, su carrera puede sufrir un revés. La aspiración de llegar a lo más alto del poder político no solo se explica con la erótica del poder; llegar a lo más alto también significa, o al menos esa es la concepción patrimonialista de la política que tienen muchos políticos españoles, no tener que dar más explicaciones.
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