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Columna
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El sueño autoritario que comparten Putin y Zemmour

Quizás el liberalismo sea frío, flemático y le falte alma, pero los cañones que ya retumban desde la frontera de Ucrania tal vez nos ayuden a mostrar el rostro cierto y crudo del alma autocrática

El sueño autoritario de Putin y Zemmour / Máriam M Bascuñá
Del Hambre
Máriam Martínez-Bascuñán

El futuro es el resultado de una construcción cotidiana que se sostiene por nuestra facultad de hacer y mantener promesas. Y es así, bajo la idea de tres promesas, como el candidato Emmanuel Macron describió esa forma inédita de organización política que es la Unión Europea, y que nació hace ya más de 60 años. Las promesas de Macron son las de Europa: la promesa de la democracia, la promesa de futuro y la promesa de la paz. Y contienen también la clave de la identidad europea: sin una idea de progreso, ¿de qué sirve luchar por un mundo mejor? Hablaba Macron del peligroso retorno de “lo trágico”, de cómo las pulsiones iliberales provocan la respuesta reaccionaria y melancólica del sueño autoritario y sus nuevos padres fundadores. Uno de ellos, Zemmour, replicó diciendo que esa Europa carecía de cuerpo, cabeza o alma: “Una Europa que arranca sus propias raíces”, dijo Éric, el Tenebroso, “que borra su propia historia, que en modo alguno se identifica con la civilización de la que proviene”. Sus palabras potentes, peligrosas, recordaban al ataque al liberalismo de Putin en su famoso discurso en Sochi. Vladímir percibe las fallas de las naciones occidentales, y se convierte en fuente de inspiración de la reacción iliberal.

“Putin lo entiende. ¿Por qué nosotros no?”, se preguntan explícitamente en American Conservative. Lo advertía Megan Gibson en The New Statesman, mostrando cómo Putin se asegura de que su visión del mundo tiene un punto de apoyo fuerte en las democracias liberales, en nuestras sociedades sin alma, sin cuerpo y sin cabeza. Putin sabe que la identidad se construye como una narración, pero ¿quiénes son sus personajes, las personas que se nutren de ellas? El liberalismo ofrece una identidad delicada y frágil, abierta al mundo y arrojada a una nebulosa donde no recordamos bien de dónde venimos ni a dónde vamos. Incluso los viejos cantos fundacionales que cuentan las correrías de Ulises por el Mediterráneo hablan más de la mar y del viaje, de nuestro horizonte de posibilidades infinitas, que de la llegada al puerto seguro de Ítaca. El ciudadano de la promesa liberal, dice Philipp Blom, es cosmopolita: “Florece en cualquier entorno mientras tenga garantizados sus derechos y libertades”. Esa es la respuesta liberal a la autocracia del alma, las abstracciones que Putin sabe que “nos zombifican”. Las palabras de Zemmour, por el contrario, se inspiran en un discurso fortaleza, en viejos sueños imperiales que nos devolverán la brújula hacia lo que somos: comunidades seguras que recuerden a nuestro lugar de nacimiento, religiones viejas que nos anclen al suelo frente a la abstracción de los valores y derechos. Y quizás el liberalismo sea frío, flemático y le falte alma, pero los cañones que ya retumban desde la frontera de Ucrania tal vez nos ayuden a mostrar el rostro cierto y crudo del alma autocrática. @MariamMartinezB

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