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COLUMNA
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Oficialistas

PP y PSOE tratan de gobernar con sentido de Estado; los partidos radicales o antisistema, como Podemos y Vox, se concentran en servirse de él en interés de sus redes clientelares

Gobierno de España
Pedro Sánchez, con la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, y la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño.EFE
Enrique Gil Calvo

Se refuerza la simetría especular entre los dos bloques del eje izquierda/derecha. No sólo la oposición, también ahora el oficialismo copa la actualidad mediática con las luchas de poder que desgarran al Gobierno, con Unidas Podemos como guardián de las esencias del pacto de coalición, lo que le lleva a denunciar airadamente a la izquierdita cobarde del PSOE (por parafrasear a Vox en su caricatura del PP) por sus debilidades contemporizadoras con la derecha (en la renovación del Constitucional), la judicatura (caso Batet o Alberto Rodríguez) y la patronal (derogación de la reforma laboral). Y claro, en esta película de género feminista, la buena es la heroína Yolanda (Wonder Woman) y la mala la villana Calviño. ¿Qué hay detrás de tan maniqueo relato?

Cuando izquierdistas o derechistas llegan al poder se convierten en oficialistas, dado que gobiernan a golpe de textos legales publicados en el BOE. Y con ello su acción política se trasfigura pues pasan de ser Clark Kent a Superman, como superhéroes revestidos de poderes especiales. Esta mutación ya fue teorizada por Maquiavelo, para quien el oficio del príncipe es la conquista y ocupación del poder con el único objeto de mantenerse en él. Es el trabajo actual de Pedro Sánchez, como le reprochan a derecha e izquierda sus críticos moralistas. Y no cabe escandalizarse, pues sin ejercicio autónomo del poder no hay orden social. Pero sí cabe cuestionar la medida en que el oficialismo respeta la necesaria separación entre Estado y régimen democrático. El Estado es el aparato administrativo encargado de proveer bienes públicos y garantizar los derechos ciudadanos. En cambio, el régimen democrático es el sistema normativo que regula el acceso al poder mediante elecciones libres y limpias. Y lo que no debe hacer el gobernante es servirse del Estado para cobrar ventaja electoral sobre sus rivales: eso es oficialismo en el peor sentido de la palabra.

Todos los partidos gobernantes se sirven de la ocupación del poder del Estado para tratar de sacar ventaja electoral. Pero así como los bipartidistas PP y PSOE tratan además de gobernar con sentido de Estado, y por eso Calviño debe conciliar los intereses sindicales con los de Bruselas y la patronal, los partidos radicales o antisistema, como UP y Vox, se desentienden del servicio al Estado para concentrarse en servirse de él en interés de sus redes clientelares. Es la vieja táctica izquierdista del entrismo, que sólo accede al Gobierno para sacar partido a costa de debilitarlo por efecto Caballo de Troya. De ahí que UP no reclamase ministerios de Estado para reservarse las carteras que administran los derechos sociales, de alta rentabilidad electoral.

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Pero no parece que su actual apuesta refundadora de un nuevo frente amplio izquierdista pueda funcionar. La coyuntura crítica que condujo al ascenso de Podemos, impulsado por la politización de los jóvenes indignados y catalizado por el factor sorpresa, ahora resulta irrepetible, pues nunca segundas partes fueron buenas: los jóvenes se han despolitizado narcotizados por el libertarismo de Ayuso, y además Yolanda no posee el instinto killer de Iglesias. Aunque ya se verá.

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