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Colombia
Columna
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La hidra

Este es el momento del golpe mortal a la hidra, de la solución que no llegará sin el verdadero y definitivo control del Estado colombiano en los territorios

Diana Calderón
Captura de Dairo Antonio Usuga David, alias Otoniel
Alias 'Otoniel' es llevado por la policía de Colombia, tras su captura, el pasado 23 de octubre.COLOMBIAN POLICE (Reuters)

Inmersos en una operación con nombre de dios de la mitología, nos enfrentamos a su opuesto, la hidra, esa serpiente de mil cabezas, que por una amputada se regenera con dos, quizá no tan fuertes pero peligrosas.

Con la captura de Otoniel, Dario Antonio Úsuga, hasta hace unos días el hombre más buscado, el que exportaba el 50% de la cocaína de Colombia a Centro y Norteamérica, el jefe máximo del llamado Clan del Golfo, el criminal, le cortaron una cabeza al monstruo. El logro no es menor. Pero el desafío sí es mayor.

No es de mitología que estamos hablando, aunque la alegoría sirve para explicar la importancia de lo logrado por las fuerzas militares y de policía de Colombia con el apoyo de la inteligencia de Estados Unidos y Reino Unido y lo que puede pasar, porque ya ha pasado una y otra vez, si como bien advierte el exministro Gabriel Silva, no se aprovecha la disrupción creada para ir en el camino de una solución definitiva, que dice incluye, la vía de la inteligencia y el fin de las asimetrías de un mecanismo como la extradición.

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Dario Antonio Úsuga y su hermano, ya muerto, se desmovilizaron en 1991 dentro del proceso de negociación con el EPL (Ejército Popular de Liberación) entre más de 600 guerrilleros. 41 de ellos se rearmaron de la mano de las FARC y de una disidencia del Urabá. Primera desmovilización y rearme. Posteriormente en un distanciamiento con las FARC terminaron en los brazos de los paramilitares hacia 1994, y de este grupo vía una nueva disidencia terminan en 1996 entregándose al Ejército e ingresando al programa de reinserción del gobierno de entonces. Su vocación de paz era inexistente, siguieron con las Autodefensas Unidas de Colombia, que comandaba Carlos Castaño. Segunda desmovilización y rearme.

También aprovecharon el proceso de paz de Ralito que se inició en 2002 durante el Gobierno de Álvaro Uribe y en 2006, en un nuevo proceso de desmovilización, volvieron a engañar al Estado para terminar en las telarañas criminales de alias Don Mario, Daniel Rendón Herrera, a partir de ese momento crean el Clan del Golfo, primero Autodefensas Gaitanistas.

En total, tres desmovilizaciones, tres rearmes. Las utilizaciones del Estado y sus programas de reincorporación o deserciones de las cuales surgen esas pequeñas disidencias que terminan reproduciéndose hasta llegar a controlar 150 municipios, armar a más de 3.000 hombres y crear en diversos territorios el terror bajo el cual, semana tras semanas violan mujeres, extorsionan y alrededor del narcotráfico se hacen a un control territorial donde viabilizan su negocio matando líderes sociales cada día.

El que, para el Gobierno, según ha dicho, es el golpe más duro al narcotráfico, que incluso han comparado con la caída de Pablo Escobar, posiblemente por no conocer las diferencias de las dinámicas criminales de ayer y de hoy, sí que es importante, pero desde la lógica de ir atrapando capos para extraditar cuando detrás de ese vienen otros que ya se mencionan como Chiquito Malo y Siopa.

Es efectivamente el mayor triunfo de un trabajo conjunto en este gobierno entre las fuerzas de policía y militares, pero no será más que eso si no hay una reformulación en la frase “este es el fin del Clan del Golfo”. No lo será por varias razones.

El Clan de Golfo actúa como una estructura de control territorial donde aún no son significativos los planes de desarrollo con enfoque territorial, porque la comunidad donde se camuflan o asesinan es gobernada por alianzas político-criminales que no están siendo desmanteladas y porque el narcotráfico, su principal objetivo sigue siendo atacado bajo una lógica fracasada desde hace décadas. Bien vale la pena que una vez extraditado, Otoniel confiese en Estados Unidos cómo logra un hombre cómo él que ha vivido toda su vida escondido en Necoclí, en el Urabá antioqueño, ser el gran capo del narcotráfico. Qué estructuras, personas y fuerzas están involucradas para hacer posible el negocio de la criminalidad.

¿Qué queda entonces? ¿La negociación que han propuesto los expertos en su valor disuasivo para un desmantelamiento final? ¿Negociación con los narcos paramilitares acompañado de una política corta cabezas? Es posible. Pero y en el entretanto, ¿cómo se detiene el desangre en Chocó, Córdoba y en la zona del Catatumbo donde han montado verdaderas “franquicias criminales” de la mano de otras organizaciones armadas incluyendo al ELN y a las disidencias de las FARC?

Este es el momento del golpe mortal a la hidra, del triunfo político y de la política de seguridad en la captura de los criminales, a la solución que no llegará sin el verdadero y definitivo control del Estado en los territorios, de donde solo la semana en un municipio del Cauca 500 personas fueron desplazadas y según la Cruz Roja Internacional este sería el peor año en un lustro por número de víctimas de artefactos explosivos.

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