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Columna
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No hay camino

¿Por dónde avanzar en la mesa de diálogo si no hay meta legal ni destino posible?

Enrique Gil Calvo
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Generalitat, Pere Aragonès, en el Palau de la Generalitat el pasado 15 de septiembre.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Generalitat, Pere Aragonès, en el Palau de la Generalitat el pasado 15 de septiembre.David Zorrakino - Europa Press (Europa Press)

Atacada a dos bandas por la condena de la derecha española y el boicot de la catalana, la mesa de diálogo sobre el futuro de Cataluña entre el Gobierno de coalición y la mitad del Govern secesionista ha echado a andar. Y lo ha hecho con los buenos auspicios de ambos presidentes que bien pueden catalogarse de senderistas, pues si Aragonés ha sostenido la necesidad de “conseguir avances”, Sánchez ha añadido: “hemos coincidido en que la mesa de diálogo es el mejor camino”. Una apreciación que cabría calificar de machadiana, si recordamos los versos del poeta: “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.

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Pues, efectivamente, no hay camino. Y no lo hay porque no pueden darse “avances” hacia la amnistía ni la autodeterminación, doble meta de llegada que tanto los secesionistas sentados a la mesa como los que desean hacer astillas con ella consideran condición necesaria, aunque no suficiente, para proseguir su recorrido. O al menos, no pueden darse avances legales hacia esa meta inconstitucional, una distópica quimera a la que sólo cabría acercarse mediante avances ilegítimos en tanto que revolucionarios, golpistas y antidemocráticos. Hay que insistir en este punto, recordando los límites del derecho a decidir.

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El Estado español es una casa común cuyos copropietarios horizontales son los distintos pueblos que la edificaron: es decir, las poblaciones que habitan en las 17 comunidades autónomas. Y si alguna de estas desease realizar reformas estructurales en dicho edificio administrativo, como retirar sus cuotas de contribuyente neto a la hacienda pública y a la seguridad social, lo que sin duda amenazaría la sostenibilidad del edificio, necesitaría para ello la aprobación por mayoría cualificada de todos los copropietarios del inmueble, tal como previene la Ley sobre propiedad horizontal. Es decir, la secesión de una parte sólo puede decidirse por referendo vinculante del conjunto de las comunidades autónomas, y no de la interesada en llevarlo a cabo por si sola, lo que acarrearía la quiebra del edificio que construyeron nuestros antecesores en común, arruinando en consecuencia los cimientos y las vigas maestras del Estado de bienestar.

Por lo tanto, no hay ningún camino democrático que permita avanzar hacia la autodeterminación de Cataluña, perjudicando unilateralmente a las demás poblaciones españolas que sostienen la hacienda pública. Y esta constatación nos debería llevar a un invencible escepticismo sobre la suerte que le aguarda al recorrido futuro de la mesa de diálogo. ¿Por dónde avanzar, si no hay meta legal ni destino posible? Ahora bien, situados en esta encrucijada, tampoco debemos dejarnos paralizar por el pesimismo de la lucidez, pues si escuchamos al poeta siempre podremos tratar de hacer camino al andar, inventando y descubriendo al recorrerlo sobre la marcha un nuevo sendero que nos siga permitiendo avanzar juntos hacia donde quiera que nos lleven nuestros pasos. Lo que solo llegaremos a saber en el futuro, cuando “al volver la vista atrás se vea la senda que nunca se ha de volver a pisar”.

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