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Aquellas revistas de monaguillos en pelotas

Lo escandaloso de la Iglesia no es un obispo enamorado, sino el celibato forzado, la pederastia que se ha alojado en sus entrañas y el machismo que pervive sin que nadie se escandalice

Berna González Harbour
Xavier Novell i Gomà, obispo de Solsona (Lleida) en su habitación preparándose para salir a dar un paseo por el campo.
Xavier Novell i Gomà, obispo de Solsona (Lleida) en su habitación preparándose para salir a dar un paseo por el campo.Marcel·lí Sàenz

Sorprende el escándalo que se ha liado con la fuga del obispo de Solsona, cuando lo que debería sorprender es la escandalosa realidad de la Iglesia católica. Veamos.

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Esta sociedad nuestra que tanto se asusta de la situación de las mujeres en Afganistán, de cómo los barbudos institucionalizan su separación de los hombres en la escuela si es que las dejan estudiar; su vestimenta anuladora; su desigualdad rampante; su sumisión y sometimiento a los dictados de sus padres, maridos o hermanos. Esta sociedad, decimos, que tanto se asusta de aquello no suele asustarse sin embargo de una realidad más cercana y es el régimen medieval en el que la Iglesia católica sitúa a las mujeres.

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Vestidas con la toca que esconde cabellos que algún día fueron hermosos, las religiosas barren y limpian modositamente el territorio en el que ellos, los religiosos, han elegido papas, han transformado una oblea en cuerpo de Cristo y han impartido sacramentos cual depositarios de un poder que al parecer solo ellos están capacitados para ejercer. Hasta en la Edad Media hubo reinas a pesar de la milenaria cultura patriarcal.

Las mujeres que han consagrado su vida a la Iglesia triplican de sobra a los hombres: en España hay 3.322 comunidades femeninas (28.323 religiosas en total) y 1.319 masculinas (8.963 religiosos), según datos de la Conferencia Episcopal. ¿Se imaginan lo que podría hacer la Iglesia con tanta energía, con tanta vocación? Y sin embargo aún son solo ellos quienes pueden ejercer el sacerdocio. Y si a ellas les han ido concediendo más papel ha sido únicamente cuando faltan los preciados hombres. Sin impartir sacramentos, faltaría más, no vaya a asomar el diablo.

Hubo un gag fabuloso de Faemino y Cansado que sigue vivito y coleando en la red. En un sínodo de obispos (sic), éstos se pelean por defender a sus referentes —¡San Mateo! ¡San Juan! ¡San Cosme! ¡San Damián!, como si de equipos de fútbol se tratara—, cuando surge la idea de ir a Roma a pedir al Papa un cardenal para España. El arzobispo acude presto al Vaticano y Su Santidad le hace esperar en la Capilla Sixtina, donde se dedica a “ojear revistas de monaguillos en pelotas” mientras unos “muchachos, diablillos” encalan los techos. Total, vienen a decir, el tal Miguel Ángel no sería tan importante, si no nos acordamos del apellido. Y el arzobispo, por resumir, acaba recibiendo un cardenal, pero en el fémur. “Eso es un golpe, pero mañana es un cardenal”, le dicen. Véanlo.

En fin. Lo escandaloso de la Iglesia no es un obispo enamorado, sino el celibato forzado, la pederastia que se ha alojado en sus entrañas; y el machismo institucional y medieval que pervive sin que nadie se escandalice. Un gran cardenal, más duradero que el golpe, que sigue dañando esta sociedad.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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