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COLUMNA
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España efímera

Ensimismados como un Hamlet hablando con los abismos, olvidamos que nuestro país es Don Quijote y Sancho, opuestos complementarios que nos brindan la capacidad de entender al diferente

Máriam Martínez-Bascuñán
Columna Máriam 8/8
DEL HAMBRE
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La España vacía alza la voz contra las grandes inversiones de infraestructuras en las capitales

Paseo por las calles de Soria e inevitablemente aparece Machado, aquella “Soria pura, con su castillo guerrero arruinado sobre el Duero”. Juego a entender su identificación con esta sobriedad castellana que es también un poco la mía. Hay que estar aquí para percatarse. El prejuicio que describe a las grandes urbes como lugares cosmopolitas contrasta con la sensación de escapar de Madrid hacia cualquier otra provincia y descubrir, como cada verano, que hay otros horizontes. La burbuja es Madrid. La idea viene al pasear y pensar que alguien como Machado, sevillano, caminara por Soria como lo hizo por Madrid, Segovia o Baeza. Su generación se obsesionó con los problemas de España y la conocían bien. Me pregunto qué significa hoy España.

Me han invitado a conversar sobre la calidad de nuestro debate público, pero enseguida descubro que hablar de polarización y crispación es traer aquí lo que sucede en Madrid. Al hablar de política local, los sorianos no se identifican con esa descripción, y ese abismo que separa territorialmente a España tiene mucho que ver con la nula presencia de los medios de comunicación, con la desaparición de sus delegaciones locales. “No nos vemos en ningún sitio”, se lamentan. Y tienen razón. Dicen que al hablar de “la España vacía” solo se repiten topicazos. Como con tantas otras cosas, es solo un cliché de moda, construido en Madrid para insistir frívolamente en nuestros problemas capitalinos. Necesitan internet, buenas comunicaciones, pero mientras se habla de la futura prohibición de vuelos nacionales que quizá imponga la transición ecológica, lo cierto es que no hay red de infraestructuras que facilite su acceso, que conecte lo que Machado llamó “las tierras de España”.

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El ensimismamiento de quienes miramos la política está también en nuestros partidos. El PSOE es cada vez más Moncloa y menos Comité Federal. Pero un partido, como aprendieron a las malas Ciudadanos y Podemos, es sobre todo su implantación territorial. No nos sorprendamos luego de que al Congreso lleguen plataformas como Teruel Existe. Y qué decir de los populares, cada vez más en su ridículo ayusismo madrileño. Casado piensa que la estrategia de convertirse en Vox para comérselo vale para toda España. Por eso se abstuvo al votar en el Parlamento Europeo la retirada de fondos a Hungría. Lejos queda el tiempo en el que los conservadores españoles miraban a Bush o al thatcherismo, que nos parecían desastrosos. ¡Su referente hoy es Orbán! Ensimismados como un Hamlet hablando con los abismos de nuestra propia burbuja, todos olvidamos que España es Don Quijote y Sancho, opuestos complementarios que, como dijo Harold Bloom, nos brindan la capacidad de entender al diferente. Y es irónico y triste que, por nuestro parroquialismo, “un lugar de La Mancha” pertenezca a cualquier lugar de la Tierra, salvo a España.

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