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Columna
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Paisaje después de la batalla

Matizar una opinión se está convirtiendo ya en agresión directa. Contradecir al otro ya es motivo suficiente para el odio o la amenaza

Julio Llamazares
Elecciones Madrileñas
Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, celebra la victoria del PP, junto al presidente del partido, Pablo Casado, en las elecciones autonómicas del 4 de mayo en Génova.Samuel Sánchez (EL PAÍS)

Pasadas las elecciones a la Asamblea de Madrid y conocidos sus resultados, toca sacar conclusiones y a ello se han puesto los partidos y la multitud de analistas y politólogos que acampan en los distintos medios, cada uno desde su perspectiva. Como en toda elección, ha habido vencedores y vencidos (en esta ocasión, tanto en un caso como en el otro de manera inequívoca y clamorosa, con lo cual no han ganado todos, por suerte) y, mientras unos lo celebraban, otros reconocían su derrota, incluso, como el líder de Podemos, anunciando su abandono de la política. Habrá más consecuencias sin duda que tardarán en conocerse más tiempo, pero de momento lo que ha quedado claro es que Madrid es de derechas y que el centro ha desaparecido del mapa. La izquierda, fragmentada como es tradicional en ella, ha encogido por su parte aún más de lo que ya estaba.

Más allá de los resultados de las elecciones, el paisaje que ha quedado tras ellas parece más un campo de batalla que el escenario de una representación, con la sociedad española más enfrentada que nunca y con los representantes políticos convertidos, salvo excepciones, en hooligans de clubs de fútbol que anteponen sus colores a la realidad. Rotos la mayoría de los puentes, la disyuntiva es ya estar conmigo o contra mí y eso sucede incluso entre las familias y en la calle, donde el diálogo se ha convertido en una utopía. Matizar una opinión o cuestionar una idea en España se está convirtiendo ya en una agresión directa y contradecir al otro ya es motivo suficiente para el odio, incluso para la amenaza explícita. Dividido el país de nuevo en dos bloques (más los particulares de algunas regiones), el enfrentamiento ha vuelto a la política española contaminándola por entero y contagiándose a una sociedad que participa de él cada vez en mayor medida. No hay más que asomarse a las redes sociales o escuchar los comentarios en los bares o en la calle de la gente para detectar ese clima tóxico que se ha extendido por todo un país que había gozado de cierta tranquilidad durante algunas décadas. Por supuesto, para todos los responsables de ello son los demás y de esa manera la bola de nieve sigue aumentando sin que nadie pare su crecimiento como en esas peleas del Far West a las que cada vez se suma más gente.

El triunfo del Partido Popular lo celebraron sus dirigentes y seguidores bailando frente a su sede durante horas (al contrario que el 8M del 2020 esa noche no había peligro de contagiarse de covid, parece) mientras que sus opositores entraron en depresión sabedores de que la travesía del desierto de la izquierda en Madrid va para largo, si es que alguna vez tendrá final. Después de 26 años repitiendo victoria tras victoria aún a pesar de que dos de sus tres últimos presidentes y varios consejeros tuvieron que dimitir por hurto o por corrupción (alguno estuvo en la cárcel), lo que parece evidente, por si alguien lo ponía en duda, es que Madrid es de derechas. Eso y que la convivencia en España cada vez está más en peligro, pues la agresividad de estas elecciones evocaba más a la de ciertos países latinoamericanos que a la de una región europea, del mismo modo que su celebración por los ganadores está traspasando en algunos casos la obscenidad al alegrarse de la desgracia ajena.

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