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Columna
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La provocadora, el acelerado y el soso

Los perfiles personales no lo son todo, pero sin ellos tampoco se entienden las dinámicas que los van conformando

Fernando Vallespín
Elecciones Madrid
Isabel Díaz Ayuso se reúne con el portavoz del PSOE, Ángel Gabilondo, en la Asamblea de Madrid.Sergio R Moreno (GTRES)

La provocadora lo es porque, vista de cerca, no lo parece. Porque su verbo dice lo que niega su apariencia, más propia de alguien educado en el colegio de las Ursulinas. Su éxito puede que resida en eso mismo, en las duras y contundentes palabras que declama como si tal cosa, sin inmutarse, sin apenas elevar la voz. Palabras duras y expresión angelical, casi indiferente, como si estuviera leyendo un guion (bueno, en realidad es lo que hace). Nuestra provocadora ha resultado ser así un personaje improbable pero real, un constructo producido por las más sofisticadas estrategias de comunicación. Su programación contiene una única tarea, enfrentarse ciegamente a un adversario. No hace falta más nada, la dimensión de la política como administración sobra y estorba. Encaja como un guante en la dinámica de la política polarizadora, la hoy dominante.

El acelerado, por su parte, encarna otro arquetipo de la política contemporánea, el perpetuum mobile, la infatigable búsqueda del trending topic permanente, la bravata y la sorpresa. O sea, la necesidad patológica de captar la atención. Turbopolítica y happenings, reinvención constante e improvisación. La parte mala de tanta mudanza es que uno al final ya no sabe bien dónde se encuentra. El ansia por sobresalir, por introducir una y otra vez alguna versión de sí mismo, lo condena a un envejecimiento constante. Cada vez dura menos la sorpresa. El shock de su salida del Gobierno ya está más que amortizado, como pronto lo estará su “lucha antifascista”. Y vuelta a subir la roca. Esa es la trampa de esta sociedad, que su ritmo acelerado impide captar que esconde una obsolescencia programada, que no se para de correr para permanecer en el mismo sitio.

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El autoproclamado “soso”, en cambio, quizá porque en su condición de filósofo conoce la paradoja de Aquiles y la tortuga, apuesta por la pausa y la sobriedad. Donde se encuentra cómodo es en la argumentación, la búsqueda del entendimiento y la reflexividad, no en el enfrentamiento a cara de perro y las proclamas contundentes. Va a los problemas del día a día, a la política como gestión, y eso es lo que revela, no lo esconde. Es decir, que en el panorama de la actual política es el más friki de los tres, una excrecencia del mundo analógico. Su punto débil, que la política del sentido común ha devenido en la menos común de las políticas. El viejo político ilustrado ya ha sido suplido por los de la consigna, pero al menos nos recuerda una parte importante de lo que hemos perdido.

Son tres arquetipos políticos que hacen acto de presencia en la campaña de Madrid. Los otros candidatos no creo que encajen tan bien en algún molde. Lo importante es tomar conciencia de que, con independencia de la ideología de cada cual, puede optarse por buscar perfiles distintos, diferentes maneras de hacerse presente, de entender eso tan complejo de cómo encajar en esta nueva política tan enloquecida como fascinante. Porque luego están también las siglas de cada partido y su capacidad de arrastre, los cálculos a la hora de votar para garantizar la victoria del propio bloque, etc. Los perfiles personales no lo son todo, pero sin ellos tampoco se entienden las dinámicas que los van conformando. A veces las caricaturas ayudan a orientarse.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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