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TRIBUNA
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Los mercados verdes no van a salvarnos

Los gobiernos de países ricos han priorizado la protección de las patentes de las farmacéuticas por encima de la demanda de que contribuyan a la producción global de vacunas. Se pagará con miles de vidas

Katharina Pistor
Los mercados verdes no van a salvarnos / K. Pistor
Los mercados verdes no van a salvarnos / K. Pistor

¿Cómo se pueden tomar decisiones sensatas sobre un futuro permanentemente desconocido? Este interrogante es tan antiguo como la humanidad, pero se ha vuelto existencial a la luz del cambio climático. Si bien existe suficiente evidencia de que el cambio climático antropogénico ya está entre nosotros, no hay modo de conocer todas las maneras en que se ramificará en las próximas décadas. Todo lo que sabemos es que debemos o bien reducir nuestro impacto ambiental, o bien arriesgarnos a otra crisis global en la escala de la “pequeña edad de hielo” del siglo XVII, cuando los cambios climáticos condujeron a una propagación de enfermedades, rebelión, guerra y hambruna masiva, acabando con la vida de dos tercios de la población global.

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El economista británico John Maynard Keynes sostenía que los inversores están motivados por “espíritus animales”. Frente a la incertidumbre, la gente actúa sobre la base de corazonadas, no en función de “un promedio ponderado de beneficios cuantitativos multiplicados por probabilidades cuantitativas”, y son estas apuestas motivadas por instintos las que pueden (o no) dar resultados una vez que las cosas se calman. Ahora bien, los responsables de las políticas quieren que confiemos en que los espíritus animales nos van a ayudar a superar la incertidumbre asociada al calentamiento.

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Hace mucho tiempo que la humanidad ha intentado reducir la incertidumbre haciendo que el mundo natural sea más legible y así, objeto de su control. Durante siglos, los científicos naturales han mapeado al mundo, creado taxonomías de plantas y animales y (más recientemente) secuenciado los genomas de muchas especies con la esperanza de descubrir tratamientos contra todas las enfermedades imaginables.

Los mapas, las taxonomías y las secuencias son a los químicos y a los biólogos lo que los números y los indicadores son a los científicos sociales. Los precios, por ejemplo, indican el valor de mercado de los bienes y servicios y el valor futuro esperado de los activos financieros. Si los inversores en gran medida han ignorado ciertos activos, la razón podría ser que estos no estaban bien medidos o cotizados.

A medida que las realidades del cambio climático se van tornando más evidentes, se están llevando a cabo esfuerzos importantes para identificar y catalogar las “inversiones verdes”. Pero al mismo tiempo que ha crecido el atractivo de esos activos, también aumentó el problema del lavado de imagen verde, cuando las inversiones se etiquetan fraudulentamente como “verdes” o “ESG” (ambientales, sociales y de gobernanza) sobre la base de algún parámetro vago o irrelevante. Aquí, el último invento es “volverse verde” pagando compensaciones para las propias compras “marrones”, en lugar de dejar de invertir en ellas. De la misma manera, la nueva regulación de la Unión Europea sobre “divulgaciones relacionadas con la sostenibilidad en el sector de los servicios financieros” parece un intento más de abordar el cambio climático sin pagar toda la cuenta. Según la ley, todos los participantes del mercado financiero deben revelar públicamente sus estrategias para gestionar el riesgo climático y sus metodologías para catalogar un activo como sostenible y las autoridades del mercado financiero deben hacer más para coordinar sus esfuerzos de supervisión. Pero en ningún lugar se menciona nada sobre responsabilidad o sanciones.

Al mismo tiempo, los grandes gestores de activos han venido reclamando una mayor estandarización, con el argumento de que una política racional de precios es demasiado difícil en la sopa de letras actual de indicadores contradictorios. Los números claros y objetivos transmiten certeza y transforman compensaciones complejas en un simple cálculo. Como el mecanismo de fijación de precios permite que se comparen manzanas con naranjas, se deduce que los activos verdes deberían compararse con los marrones. Cuantos más precios haya, mayor será el papel que pueden desempeñar los mercados como máximo tomador de decisiones. Con el destino de la humanidad en la balanza, los políticos pueden lavarse las manos y desentenderse del problema.

Pero el problema no desaparecerá, porque las métricas y los indicadores estándar no aumentan simplemente la legibilidad; también ocultan complejidades subyacentes. No sólo capturan y organizan la información; también alteran el comportamiento, ejerciendo efectos performativos a la luz de los tipos de información que se incluyen o se excluyen. A juzgar por el entusiasmo actual en torno a las inversiones verdes, son estos efectos los que la mayoría de los participantes del mercado financiero están buscando.

Asimismo, no podemos confiar en que los cambios que hagamos en los sistemas sociales vayan a arrojar los resultados esperados. Recordemos el destino de Long-Term Capital Management, el fondo de cobertura ganador del premio Nobel que fracasó en 1998 después de que sus “espíritus animales” chocaran con el mundo real. LTCM apostó a lo grande a su predicción de que los precios globales de la deuda soberana convergerían. Pero luego Rusia entró en default, creando efectos de derrame en todos los mercados emergentes y distanciando aún más los precios de la deuda soberana.

En el núcleo de este fracaso estaba el modelo de valoración de opciones, al que se había presentado como la solución a la incertidumbre generada por la volatilidad. Al pretender hacer que los precios de las opciones fueran más predecibles, creó un mercado gigantesco de opciones y otros derivados. El libro del sociólogo Donald MacKenzie sobre este periodo se tituló acertadamente Un motor, no una cámara. Si bien la fórmula de valoración de opciones influía en el comportamiento, no capturaba la realidad, porque no tenía en cuenta la liquidez, el sustento de las finanzas.

La naturaleza es aún menos tolerante que un sistema social como el mercado, donde un Estado o un banco central puede salir al rescate. La Tierra no nos rescatará cuando las cosas salgan mal. Al depender solamente de declaraciones y del mecanismo de precios para lidiar con el cambio climático, estamos haciendo una enorme apuesta sobre la base de mediciones e indicadores que sabemos que son incompletos, si no absolutamente engañosos.

Podemos diseñar todas las protecciones que queramos contra los potenciales escenarios de cambio climático, pero no hay ninguna protección para un episodio sistémico. Al carecer de la voluntad política de confrontar nuestro propio comportamiento, simplemente estamos suponiendo que el cambio climático se puede abordar con una actualización mínimamente disruptiva y financieramente neutra —o inclusive rentable— del sistema operativo actual.

La pandemia de la covid-19 debería habernos advertido contra esta presunción. Por el contrario, los gobiernos de las economías avanzadas han decidido redoblar la apuesta en materia de derechos de propiedad privada y mercados, priorizando la protección de las patentes de las compañías farmacéuticas por encima de la demanda de que contribuyan a la producción global de vacunas compartiendo su tecnología. Al negar una exención bajo las reglas de la Organización Mundial de la Salud, las grandes farmacéuticas y sus aliados políticos están apostando a que el virus estará controlado antes de que adopte mutaciones que conviertan en ineficaces las vacunas actuales.

Ahora que ya están en circulación nuevas cepas del virus, esta no parece ser una apuesta muy segura. Y aunque diera resultado, se habrá cobrado muchos miles de vidas adicionales. ¿Cuándo aprenderemos que la naturaleza tiene en definitiva todas las cartas?

Katharina Pistor es profesora de Derecho Comparativo en la Facultad de Leyes de Columbia, es la autora de The Code of Capital: How the Law Creates Wealth and Inequality.

© Project Syndicate, 2021.

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