_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La lógica de la ‘matrioshka’

En la partida entre Minsk, Moscú y Bruselas, ¿habrá un gorrión que devore a la cucaracha como en el cuento de Kornéi Chukovski?

Marta Rebón
La lógica de la matrioshka / Marta Rebón
Del Hambre

Con el despertar de la sociedad bielorrusa tras el coma político, ha pasado lo contrario que en La Metamorfosis de Kafka: no han sido los Gregor Samsa quienes una mañana se han descubierto transformados en bicho, sino que le han visto las patas y el caparazón a su gobernante. (Por cierto, en la última novela de Ian McEwan, en pleno Brexit y pandemia europea de populismos, una cucaracha amanece con cuerpo de primer ministro británico). Entre la oposición, a Lukashenko, empecinado en anclar su país a un orden neosoviético durante el último cuarto de siglo, se le apoda “cucaracha bigotuda”. Fue el bloguero Serguéi Tijanovski, en cuyo canal de YouTube subía entrevistas a conciudadanos hartos, quien popularizó la consigna “Paremos a la cucaracha”, en alusión a un cuento infantil protagonizado por ese insecto del queridísimo autor ruso Kornéi Chukovski, una sátira contra la tiranía que más tarde se leyó contra Stalin. Tijanovski fue detenido, y su candidatura, rechazada. Su esposa, animada por simpatizantes, dio un paso al frente. Lukashenko creyó que una mujer no era rival. Autorizar ese duelo en las urnas serviría, además, para dar apariencia de pluralidad. Pero, tras años de estancamiento económico y descontento social, sumados al negacionismo del dirigente frente al coronavirus —su remedio: sauna y vodka—, el guion se trastocó cuando el coraje cívico se propagó ante su victoria “incontestable”, considerada un pucherazo. Un amplio sector de la ciudadanía, conectado por Telegram aun con censura y apagones de Internet, se echó a las calles. ¿Sus reclamaciones? Democracia real, liberación de disidentes, fin de la violencia. Su resistencia “líquida” —proactivos, sin líderes claros, al modo de las protestas hongkonesas— ha sobrepasado a la nomenklatura, cuya reacción sigue el viejo patrón dictatorial: violencia aleatoria y aparato represor. Como la actual ofensiva judicial contra el Consejo de Coordinación opositor.

En la partida entre Minsk, Moscú y Bruselas, ¿habrá un gorrión que devore a la cucaracha como en el cuento de Chukovski? La UE, al no reconocer los resultados de las elecciones bielorrusas, no ha exigido unas nuevas, midiendo sus palabras. Saben que, después de la Revolución Naranja en Ucrania, Rusia no aceptará injerencias occidentales, como señala Catherine Belton en Putin’s People sobre la esfera de influencia que persigue el Kremlin en su particular “Make Russia Great Again”. Putin y Lukashenko hablan un idioma similar, no el de Bruselas. Mientras los últimos apelan a valores democráticos, Moscú responde que hay una lucha por el espacio postsoviético. El antiguo imperio concibe en clave de subordinación la relación con sus vecinos. Impera la lógica de la matrioshka: la muñeca mayor, Rusia, pretende albergar otras pequeñas. Para encajar, eso sí, han de tener su misma forma. @Marta_Rebon

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_