_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

‘Yo vengo a ofrecer mi corazón’, la última gran canción latinoamericana

Fito Páez tenía solo 22 años y un glorioso relámpago de inspiración cuando creó una obra que contiene un mundo y una época

Fito Páez canta durante una presentación en Guadalajara, en 2015.
Fito Páez canta durante una presentación en Guadalajara, en 2015.Leonardo Álvarez (Getty)

Fito Páez empezó a escribir Yo vengo a ofrecer mi corazón en la casona que compartía con Fabiana Cantilo en la esquina de Estomba y La Pampa en Buenos Aires, mientras probaba sintetizadores y una máquina de ritmos Borheim recién llegados del extranjero.

La acabó en una casa frente el mar, luego de largas charlas sobre el pasado reciente, la dictadura, la Guerra de Malvinas. Según recuerda su amiga Liliana Herrero, Fito se quedó sentado toda la noche en una misma silla, con las piernas enroscadas en su delgadez, casi sin moverse.

Al amanecer, ya tenía escrito “uniré las puntas de un mismo lazo”, y todos los demás versos. Tenía solo 22 años y un glorioso relámpago de inspiración para crear una obra trascendente.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

A la canción le bastan tres minutos, treinta y dos segundos en el lado A de Giros, su segundo disco, para contener un mundo y una época: el de un muchacho virtuoso y arrollador en la Argentina de 1985, la de la primavera del regreso de la democracia.

Allí define su estilo de rock en español que abreva de Charly García y de los Beatles, del folclore, del tango y de la música de cantautor, en una mixtura sin complejos, abriendo un camino para las generaciones siguientes en toda Latinoamérica.

A los pocos meses de publicarse el álbum, sonó el teléfono en la casa del artista: “¿Usted es Fito Páez? Yo soy Mercedes Sosa, le pido permiso para grabar la canción”. A partir de entonces, como todo lo que tocaba y cantaba La Negra, cobró otra dimensión, y a viajar por todo el mundo.

Ella simboliza lo mejor de la época, el regreso a una vida después de años de muertos, desaparecidos, represión y exilio. El mensaje de ofrecer el corazón, tan simple y poderoso en la voz de Mercedes Sosa, se vuelve incombustible, en un himno eterno.

En Cuba la cantan Pablo Milanés, Omara Portuondo; en México, Tania Libertad, Eugenia León, Lila Downs; en España, Ana Belén, Buika, Sole Giménez; en Perú Susana Baca; en Brasil, Milton Nascimento y Gilberto Gil; en Francia, Francis Cabrel. Y muchos otros la cantan en italiano, en griego, en hebreo. Hay versiones en ritmo de folclore, de salsa, de cumbia, de tango. A veces se la canta como una canción de amor, pero casi siempre como una bandera para mejorar el mundo.

Hija política, social y humanista de una parte del folclore argentino, de Mercedes Sosa y de Violeta Parra, de la fuerza de los versos de Bob Dylan y de Joan Manuel Serrat, de la vieja ilusión cubana, de la rebeldía del rock, esta obra de Fito Páez, la última gran canción latinoamericana, marca un fin de época, y paradójicamente sigue vigente, contra la desesperanza y el miedo.

Más de tres décadas después, cuando todas las canciones-himnos de esos años empezaban a bajar el volumen, a callar, o a desafinar, Yo vengo a ofrecer mi corazón no dejaba de sonar. Y aún se la canta.

En la recuperación de la democracia argentina se cantaba entre la celebración y el pedido de justicia, aunque también en una famosa telenovela.

En Chile, resonó un día en una sala de la Corte Suprema, cuando en un juicio a unos esbirros de Pinochet condenados por los asesinatos de activistas de derechos humanos, el abogado representante de las víctimas, Luciano Fouillioux, recitó algunas estrofas como parte de su alegato.

O en Colombia, en el Proceso de paz, cuando se cantaba en las marchas estremecidos por lo de “tanta sangre que se llevó el río”, con esa imagen que no era metáfora, porque los cadáveres aún bajaban por el Cañón Del Río Claro.

Y en Nicaragua en las manifestaciones contra el Gobierno. Y en México, donde la cantan hasta los mariachis si se la pides en la Plaza Garibaldi, pero aún más cruda por las calles de Ayotzinapa o donde se marche por los 43 estudiantes desaparecidos.

En esos momentos, acaso no todos saben de quién es la canción o quién es Fito Páez. La cantan porque dice las cosas que debe decir un himno cuando se grita con bondad y esperanza. A Fito le encanta eso: me gusta esa canción porque parece de otro, ha dicho.

Y ahora, en el 2020 de la pandemia, como puede verse en las redes sociales y en YouTube, músicos de muchos países se juntan por Zoom para cantarla juntos, porque mientras haya miedo, esta canción da refugio. O tal como la define Joan Manuel Serrat, quien la cantó hace algunos años con Fito Páez en un escenario porteño: “Yo vengo a ofrecer mi corazón forma parte de la banda sonora de un tiempo de ilusión y esperanza, de recuperación de sueños y libertades”. Es que, en definitiva, ¿quién dijo que todo está perdido?

Gastón García Marinozzi es escritor y periodista. Autor de Viaje al fin de la memoria (Tusquets) y El libro de las mentiras (Alfaguara).

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_