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Columna
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‘Un mundo infeliz’

Alfas y betas: una división social que ya estaba latente antes del impacto del coronavirus, pero que se ha agudizado en todo el planeta

Víctor Lapuente
Aldous Huxley, autor de 'Un mundo feliz', en 1938.
Aldous Huxley, autor de 'Un mundo feliz', en 1938.ASSOCIATED PRESS

La pandemia está dividiendo al mundo en dos grupos: alfas y betas. Y la línea que separa a los unos de los otros no coincide con las fronteras nacionales, sino que atraviesa todos los países, tanto democráticos como dictatoriales. Alfas son las personas que tienen un horizonte vital estable, con ingresos seguros. Betas, las personas que no saben cómo ni de qué van a vivir. Las que no tienen futuro.

No es una fractura entre ricos y pobres. Cuanto más dinero tienes, más probable es que seas un alfa, pero los millones de empresarios y altos directivos en los sectores más afectados por la covid-19, que han perdido su modus vivendi de la noche a la mañana, son prueba de que muchos ricos también lloran.

Es una división social que ya estaba latente antes del impacto del coronavirus, pero que se ha agudizado en todo el planeta. China hoy cobija a dos naciones de ciudadanos desde el punto de vista económico: quienes trabajan en empresas protegidas y quienes deben procurarse el pan en una despiadada jungla. En EE UU se acrecienta la distancia entre empleados precarios, no sindicalizados, y los que se ganan la vida en el ascendente número de compañías que actúan como virtuales oligopolios en muchos mercados gracias a la compra de favores políticos. La competitividad de la economía americana ha caído a medida que ha subido el gasto de los lobbies en las campañas, estimado ya en 6.000 millones de dólares por ciclo electoral.

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En Europa, las conexiones entre intereses organizados, tanto empresariales como sindicales, y la clase política también se han estrechado. Los millones de personas que obtienen sus rentas de la Administración pública, o del ingente entramado de empresas públicas y privadas en sectores regulados, afrontan la crisis abrigados. Sus salarios, garantizados de facto para toda la vida, no pierden capacidad de compra y retienen sus peculiares condiciones, como el horario intensivo de los profesores en los colegios públicos, cuyos costes pagan las familias menos acomodadas, que deben hacer malabares para atender a sus hijos.

Mientras, una masa enorme de ciudadanos aborda la crisis al descubierto. Sus negocios cierran, sus puestos de trabajo desaparecen. Sus ingresos proceden de la ley de la oferta y la demanda.

Más que nunca, la economía de mercado la sufren los que viven del mercado y la disfrutan los que viven del Estado. @VictorLapuente

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