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Huracán Otis
Columna
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Acapulco: barrer bajo la alfombra

Con el huracán como con la pandemia, el presidente apuesta por invisibilizar y barrer bajo la alfombra los hechos para después seguir con la promoción de su candidata a la presidencia

Acapulqueños en la colonia Progreso construyeron una barricada para protegerse de saqueos, el 31 de octubre.
Acapulqueños en la colonia Progreso construyeron una barricada para protegerse de saqueos, el 31 de octubre.Rogelio Morales Ponce (Cuartoscuro)

Dice el presidente que tenemos suerte porque “nos pudo haber ido peor”. Que con Katrina en Estados Unidos se contabilizaron más de 2.000 muertos. Que “ya se está trabajando” en Acapulco y que a partir de ahora van a tener empleo muchos jóvenes en labores de limpieza a través de Jóvenes Construyendo el Futuro. Dice también —y replican por todos lados sus seguidores— que los periodistas que han caminado azorados las calles del puerto de Acapulco, intentando plasmar en sus crónicas el grado de devastación y tragedia humana que dejó Otis, son “zopilotes” manipuladores enviados por los dueños de los medios de comunicación, que como “ya no pueden robar como antes, están queriendo aprovecharse de la desgracia de esta tragedia para sacar algún provecho”.

No es novedad que el propio presidente encabece la campaña de desinformación nacional para justificar mañana a mañana la inoperancia de su Gobierno. Tampoco es novedad que convierta rápidamente en un tema político cuasi personal. La receta y su resultado son ya bien conocidos: desestimar un reclamo genuino o un enojo fundamentado siembra la duda y la confusión frente a la opinión pública. En la puesta en escena del presidente, lo que importa no son las miles de víctimas con sus casas hechas pedazos y sus fuentes de ingreso convertidas en un amasijo irreconocible de material de construcción y lodo, sino los “ataques” dirigidos hacia él y la “vileza” de sus enemigos políticos “queriendo sacar raja política del desastre”.

Lo mismo hizo López Obrador durante la pandemia con bastante éxito, a pesar de los más de 650.000 muertos. Solo el tiempo dirá si, en este caso, replicar la estrategia de manipulación le permitirá salir ileso frente a la opinión pública. Lo que sí sabemos es que no sabe hacer otra cosa. O no quiere, que para efectos prácticos es igual. Con Acapulco como con la pandemia, el presidente apuesta por invisibilizar y barrer bajo la alfombra los hechos para después seguir con la promoción de su candidata a la presidencia de la República, empujar el llamado “Plan C” para hacerse de una mayoría legislativa en el Congreso en 2024 y, después, según sus propios dichos, retirarse de la vida pública en su rancho La Chingada.

Sin embargo, el presidente equivoca su cálculo político. El desastre de Otis no sucedió en el vacío, sino en Guerrero, un Estado históricamente marcado por la marginación, la violencia y la pobreza de su gente y cuya gobernabilidad se ha deteriorado de forma sustancial en los últimos años. Tan solo unas horas después del desastre, en Acapulco y en el municipio de Coyuca de Benítez volvieron a resurgir amenazantes los distintos rostros de la violencia cotidiana en Guerrero y de la ausencia del Estado. Por las noches, vecinos de algunas colonias populares del puerto se organizan para cuidar sus viviendas y familias, a muchos los han asaltado y reportan rondines de hombres encapuchados que buscan casas abandonadas para sacar hasta lo último que puedan encontrar.

Y eso no es lo más preocupante. Colegas que han reporteado años en el puerto y que conocen su peligrosidad han documentado la reaparición de los grupos de crimen organizado que en días “normales” cobran extorsiones y derecho de piso en estas colonias, y que ahora han asumido labores de “seguridad” que el Estado mexicano no puede realizar. Estas bandas despliegan por las noches a grupos de jóvenes con armas largas como “vigilantes” de su territorio, jóvenes que en lo cotidiano sirven de sus halcones.

La destrucción de prácticamente la totalidad de la infraestructura turística y su consecuente falta de trabajo, la insuficiente atención al desastre, la violencia latente y recrudecida, y la pobreza de más de 60% de su población (Coneval, 2022) son elementos que pueden detonar, en cualquier momento, episodios de conflicto social potencialmente muy costosos para los planes políticos del presidente López Obrador y, más importante aún, para la esperanza de recuperación de miles de personas que lo perdieron todo.

Levantar Acapulco requiere de mucho más que palabras, soldados y apoyo de sus aliados políticos. Lástima que el presidente siga librando su eterna batalla en el mundo paralelo de la percepción pública y no en la realidad, donde en verdad se necesita.

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